Homenaje a Haroldo Conti
Fabricante de sueños en el medio de la miseria, el mismo Haroldo Conti comentó de su propia obra: “Mis historias no significan un carajo para nadie, son un montoncito de verdadera tristeza”. Y recomendaba: “No sé si tiene sentido pero me digo cada vez: contá la historia de la gente como si cantaras en el medio de un camino, despojate de toda pretensión y cantá, simplemente cantá con todo tu corazón, que nadie recuerde tu nombre, sino esa vieja y sencilla historia…”.
A pesar de sus mismos dichos y paradojalmente, Conti es uno de los nombres más importantes en el ámbito de la literatura argentina y latinoamericana. Murió con mucho más para dar, habrá mucha obra de él que no conoceremos nunca, porque no pudo, no lo dejaron seguir viviendo.
Fue un enamorado de la vida, del delta del Tigre, de esos seres anónimos perdidos en historias insignificantes, embriagados de tristeza y de pobreza, marginales y huérfanos, migrantes entre pueblo y pueblo del interior del país, entre puerto y puerto. Retrató personajes increíbles, trashumantes eternos que viven cambiando máscaras para poder sobrevivir en el día a día.
Ganó el Premio Casa de las Américas (Cuba) en 1975 por su novela Mascaró, el cazador americano y el Premio Universidad de Veracruz en 1972 por su novela Alrededor de la jaula. Su máximo estilo literario está logrado en Mascaró y La balada del álamo Carolina, publicados en 1975.
La balada del álamo Carolina es un libro de cuentos, cuyo primer texto lleva dicho título, siendo realmente una balada, a pesar de estar escrita en prosa y siendo el Carolina un tipo específico de álamo, propio de California pero extendido en América.
Ejerció siempre el oficio de periodista, entre tantos otros oficios diversos que le sirvieron para ganarse la subsistencia: piloto, docente de escuelas secundarias, navegante, nadador eterno.
La poesía de su prosa se centra en lo más elemental del paisaje: el álamo, el barro, el río, la ribera, los peces, los navegantes, los delincuentes, los bares sucios en donde siempre y a pesar de todo alguien se enamora de alguien y lugares hediondos y mugrosos en donde la amistad y el compañerismo triunfan siempre, pateando todos los tableros.
En este 2021 de quemas indiscriminadas, talas asesinas y peste mortal, La balada del álamo Carolina suena como el inmenso amor de un árbol hacia su propio paisaje y todos somos, todos fuimos, alguna vez y en algún momento, ese árbol.
Escribe Conti: “Pensarse para atrás es la vejez”, “un día de un viejo árbol es un día del mundo”, “un árbol en verano es un pájaro: un ave de madera en su verde jaula de fronda”, “la vejez y la soledad lo llenaban de tantas preguntas como de pájaros a la tardecita”, “el árbol siente germinar la semilla que sigue trabajando bajo la tierra en la noche quieta”, “la lluvia oscurece sus ramas y la escarcha las abrillanta como si fueran almendra”, “el hombre se durmió bajo el árbol y soñó que era un árbol”.
Este cuento tan brillante y tan poético que por algo su autor nombra “Balada del álamo Carolina”, está dedicado a su madre, Petrina Lombardi de Conti y a su ciudad, el pueblo de Chacabuco.
Conti nunca perdió el orgullo de su propio origen, no perdió el amor por su propia raíz; nunca se fue de Chacabuco, muchos de sus personajes son sus amigos del pueblo, al que siempre volvía.
El cuento lleva como epígrafe un anónimo japonés que dice: “Ciruelo de mi puerta, si no volviese yo, la primavera siempre volverá. Tú, florece”.
Haroldo Conti, un enamorado de la vida, fue masacrado por la maquinaria de muerte más letal que tuvo este país; sus palabras, con todo y a pesar de todo, incluso sin él, siguen floreciendo. Militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores, detenido-desaparecido el 5 de mayo de 1976, integra la lista de los 30.000 cuyos restos todavía no encontramos.