Es infrecuente que la historia tome en cuenta las motivaciones psicológicas en las decisiones y acciones de sus protagonistas. Al no hacerlo, hay circunstancias que se vuelven incomprensibles.
¿Por qué Sarmiento decidió terminar sus días en Paraguay?
Aunque nuestra historia lo adjudique a una decisión médica, es claro que a alguien que padecía de una insuficiencia cardíaca severa que le provocaba accesos de asfixia por solo caminar o hacer esfuerzos leves nada podía favorecerlo el clima tórrido y húmedo de la selvática tierra guaraní.
Cuando partió de Buenos Aires no dudaba del futuro que le esperaba, tanto que se despedía con el “morituri te salutant” con el que los gladiadores del imperio romano se despedían de la vida.
Sarmiento no perderá su petulancia ni en sus últimos momentos: “Siento que el frío del bronce me invade los pies”. A las 2.15 horas deja de existir. Manuel San Martín toma entonces la famosa foto del sanjuanino muerto sentado sobre su sillón y con un libro de Spencer en la mano. La conmoción del momento hace que nadie se percate de que una bacinilla o escupidera quede visible.
¿Qué significaba el Paraguay para Sarmiento? Mucho. Allí se había librado la Guerra de la Triple Alianza que heredó de su antecesor en la presidencia, Bartolomé Mitré, y que se vio obligado a llevar adelante aunque con el claro propósito de poner término a esa matanza de un pueblo hermano que sólo favorecía al Brasil. Y donde murieron muchos compatriotas y otros muchos quedaron lisiados, sin contar con la epidemia de fiebre amarilla que se desencadenó cuando oficiales y soldados regresaron a sus hogares.
Y fue en esa guerra, en suelo paraguayo, durante la batalla de Curupaytí, donde su amado hijo Dominguito encontró la muerte, desangrado por una esquirla que le arrancó el tobillo.
La muerte de su hijo lo conmovió aún más porque se produjo cuando la relación entre ambos pasaba por un momento conflictivo ya que en el divorcio tormentoso de sus padres el hijo había tomado partido por la madre, Benita Martínez Pastoriza, quien acusaba a Sarmiento no sólo de su infidelidad con Aurelia Vélez sino también de haberla despojado de sus bienes.
¿Habrá tenido la elección del Paraguay para morir una intención reparatoria por una inconsciente culpa de haber dañado lo amado, como presidente y como padre?
Otro ejemplo es el de Roque Saenz Peña. ¿Por qué fue él y no otro quien sancionó la ley del voto secreto, obligatorio y masculino?
Siempre demostró ser un personaje atípico dentro de la oligarquía a la que pertenecía por origen de clase. En 1879, a poco de estallar la Guerra del Pacífico que enfrentó a Chile con Bolivia y Perú, Sáenz Peña se alistó como voluntario del ejército peruano movido por un espíritu americanista alejado de la vocación europeísta de sus pares que se desentendían de los asuntos latinoamericanos, encandilados por Europa. Tuvo una destacada actuación como coronel y fue herido en la batalla de Tarapacá. Tras la derrota peruano-boliviana, permaneció prisionero de los chilenos por seis meses y estuvo a punto de ser fusilado.
En la misma línea ideológica, en octubre de 1889, representando a la Argentina en el Congreso Panamericano en Washington, defendió el principio de no intervención de las potencias extranjeras en los asuntos internos de los estados latinoamericanos y se opuso al proyecto estadounidense de crear una unión aduanera y una moneda única, ligada al dólar, para toda América. En esa ocasión, Sáenz Peña contrapuso a la célebre doctrina del presidente norteamericano Monroe que proponía «América para los americanos», la frase «América para la humanidad».
Ante el fin del gobierno de Carlos Pellegrini, que había asumido al renunciar Juárez Celman, Roque Sáenz Peña apareció como una candidato ganador apoyado por la juventud y los sectores progresistas que lo veían ajeno a los tejemanejes de “los dueños del país” , sobre todo Roca y Mitre, quienes habían gobernado muchos años con fraude y violencia. Lo que era más inquietante era la posible alianza con la Unión Cívica Radical de Leandro N. Alem, declarado enemigo del contubernio.
Su candidatura fue proclamada en La Plata a mediados de 1891 por el grupo llamado «modernista», y todo parecía indicar que llegaría a la Casa Rosada. Pero la astucia y los manejos de Roca y Mitre pudieron más. Encontraron la única manera de frenar el ascenso de Roque Sáenz Peña: proponer la candidatura presidencial de su padre, don Luis Sáenz Peña, un hombre de edad avanzada que había sido presidente de la Corte Suprema y vicegobernador de Buenos Aires pero estaba ya alejado de la actividad pública. Insólitamente aceptó la postulación.
Es de imaginar la decepción de su hijo Roque, quien se negó a enfrentarlo y renunció a la candidatura: «Lamento que circunstancias ajenas a mi voluntad, pero no extrañas a mi corazón me impidan aceptar el alto honor que se me ha discernido”.
Hubo que esperar casi veinte años para que fuera nuevamente propuesto como presidente de la Nación llevando a Victorino de la Plaza como vice. Antes de asumir, concertó una entrevista con el jefe de la oposición, Hipólito Yrigoyen, en la casa del doctor Manuel Paz. Don Hipólito se comprometió a abandonar la vía revolucionaria y Sáenz Peña a la sanción de la tan anhelada ley que terminaría con el fraude y la violencia electoral.
El presidente cumplió con su palabra enviando al parlamento el proyecto de Ley de Sufragio, elaborado con la estrecha colaboración de su ministro del Interior, Indalecio Gómez, que establecía la confección de un nuevo padrón, basado en los listados de enrolamiento militar, y el voto secreto y obligatorio para todos los ciudadanos varones mayores de 18 años.
Presentó el proyecto con estas palabras: «He dicho a mi país todo mi pensamiento, mis convicciones y mis esperanzas. Quiera mi país escuchar la palabra y el consejo de su primer mandatario, quiera el pueblo votar».
¿Puede dudarse de que Roque Sáenz Peña tenía motivos psicológicos para llevar adelante la sanción de la ley 8871 que impondría el voto popular y terminaría con ardides oligárquicos y antidemocráticos como los que en 1892 habían impedido su acceso a la presidencia?