Los tacos de Prince
“Colores vibrantes. Diseños intrincados. Elegancia visionaria. Como todo lo que tocó Prince, sus zapatos hechos a medida son auténticas obras de arte vanguardistas, elaboradas por expertos artesanos. Vengan a ver más de 300 pares, desde icónicas botas con tacones de 10 centímetros hasta calzado de sky de gamuza con luces, y saldrán maravillados por el osado estilo de un artista que aún hoy continúa influyendo en el mundo de la moda”. Hecha la invitación, no son pocas las personas que, desde el pasado mes, se han arrimado a Paisley Park, antaño santuario creativo del rompedor músico, casa-estudio devenida museo tras su muerte repentina cinco años atrás. Más que justificado el peregrinaje: si el lugar ya era destino obligatorio entre fieles seguidores, la despampanante muestra en curso les da una razón de peso para retornar al legendario espacio de Chanhassen, Minnesota. El surtido que presenta The Beautiful Collection: Prince’s Custom Shoes es impresionante, en variedad y calidad; y eso que muchos, ¡muchos! pares quedaron afuera. La fina selección no le llega a los talones al total que supo colmar el guardarropa del músico, conforme revela Mitch Maguire, curador de la exhibición. “Él guardó absolutamente todos los zapatos que se calzó alguna vez. Algunos hubo que restaurarlos: llevaban más de tres décadas en cajas”, explica quien, entre otras piezas icónicas, se decantó por las botas de lentejuelas que Prince usase durante su performance en los American Music Awards del ’85; también por aquellas con dibujos –hechos a mano– de nubes, que lució en el clip de Raspberry Beret, con –obviamente– traje a juego. “Prince fue un hombre que continuamente desafió los límites de la moda, la música, la cultura en general. Sus zapatos son solo un petit ejemplo de su jugada visión artística, de su singular personalidad; reflejan dramatismo, buen gusto y originalidad gracias a la colaboración de diseñadores como su gran amiga Donatella Versace”, subraya Maguire.
El gato adelante
Pasaron los Juegos Olímpicos de Tokio, quedaron las marcas; por caso, la de los velocistas que se probaron en los 100 metros, sin llegar a batir el récord de todos los tiempos que aún ostenta el jamaiquino Usain Bolt con sus 9,58 segundos, para la que llegó a alcanzar una velocidad de 43 kilómetros por hora. “Un pelín por debajo de la velocidad promedio de un gatito doméstico”, señala con aparente sorna revista Wired, que además advierte lo obvio: en una carrera contra dos de los bicharracos más rápidos del mundo, los guepardos y los antílopes, ni siquiera El Relámpago tendría la más mínima de chance de salir victorioso. La comparación viene a cuento de un informe publicado recientemente en el Journal of Theoretical Biology, firmado por un grupo de científicos dirigidos por Michael Günther, biomecánico de la Universidad de Stuttgart, Alemania. En pos de analizar qué define cuán veloz es una especie, el team presentó un complejo modelo que contemplaba más de 40 parámetros “vinculados al diseño del cuerpo, la geometría de la corrida, el equilibrio de las fuerzas en competencia”. “Se trata de conocer las razones de nuestra evolución, por qué y cómo cambia nuestro cuerpo”, señaló Günther, que hoy asegura que hay dos elementos principales que limitan la máxima velocidad. La primera es la resistencia del aire, es decir, la fuerza opuesta que actúa sobre las piernas cuando intentan pujar hacia adelante. La segunda es la inercia, la resistencia de un objeto a acelerar desde un estado de reposo. El peso ideal para controlar ambos elementos ronda los 50 kilos, según el equipo; o en otras palabras, el peso medio de... guepardos y antílopes. A partir de la investigación, auguran los cerebritos que, aún si alguien rompe el récord de Usain Bolt, no será por mucho: según sus estimaciones, el condecorado señor se arrimó mucho al límite de lo que es físicamente posible para el ser humano. Que, no está de más recalcar nuevamente, está por debajo de las capacidades de un michifuz haragán.
Estridente satisfacción
Comer fideos o tomar caldo haciendo ruido, sorbiendo sin garbo, es un gesto que para cantidad de personas es inaceptablemente grosero. Harto sabido que, mientras en Occidente ofende sensibilidades, muchos son los asiáticos que tienen esta costumbre por ser sinónimo de buena educación; una manera de mostrar su apreciación por el plato y de felicitar al chef, que suele ir acompañada de un corolario bullicioso: el eructo, que redunda en satisfacción y gratitud. Lo que quizá desconozcan algunos es que algunas voces incentivan el hábito, asegurando que ingerir atronadoramente hace que el plato sea más sabroso. Algo que, ahora, ha corroborado la ciencia, al servicio –cómo no– de causas necesarias y urgentes. “Nuestro estudio indica que comer ruidosamente mejora el disfrute de la experiencia gastronómica”, asegura el chef Josef Youssef, fundador de Kitchen Theory, estudio que diseña originales propuestas culinarias. Junto al científico Charles Spence, de la Universidad de Oxford, realizó el siguiente experimento: dar a más de 200 comensales occidentales un tazón caliente de sopa de verduras, pidiéndoles que lo ingieran de dos maneras diferentes; la elegante e insonora en primera instancia, luego la estentórea, chupando con ahínco. A los resultados se remite la dupla, que ha compartido sus hallazgos a través de Journal of Gastronomy and Food Science: sorber con ruido mejora el sabor. En parte podría tener que ver con que la comida involucra los cinco sonidos, y el oído tiene mucho qué ver: embuchar así optimizaría la experiencia al reproducir el sonido de los fideos que pasan por los labios, señala Youssef, proclamado especialista “en el costado emocional del comer”. Menciona además otro factor central que influye en el fenómeno: el oxígeno extra al ingerir ruidosamente altera sutilmente el gusto de la sopa. Para Josef, en última instancia, se trata de familiarizarse con “el aspecto, el aroma, la textura de las comidas, y hacerlo ‘en voz alta’ es parte del proceso lúdico”, en fin...
Pandemia versus tenis
“¿¡Es que acaso esta pandemia no nos dará nunca un respiro!?”, le falta vociferar a los cuatro vientos don Aaron Gordon, redactor de la web Vice, frente a un jorobado problema que detectó, investigó y volcó en un reciente artículo. Una penuria que afectaría a muchos otros terrícolas en Estados Unidos, a su decir. “Ahora también hay escasez de pelotas de tenis, y no se sabe cuándo se resolverá la situación”, escribe con sentida congoja quien, días atrás, fue a una tienda Target para comprar el mentado objeto esférico, de pequeño diámetro, en tanto tenía previsto jugar con un amigo, medirse en amistoso duelo de raquetas. Ni caso hubo: en el negocio no quedaba ni siquiera una pobre pelota solita, y mismo resultado arrojó su recorrida por otros locales deportivos, cuyos estantes y depósitos tampoco estaban aprovisionados del adminículo. “Okay, pensé, si las pelotas de tenis son difíciles de encontrar in situ hoy día, compraré una caja con 24 tubos en internet. Y eso intenté, salvo que pronto descubrí que todos los minoristas en línea reportaban demoras. Naturalmente, como el avezado reportero que soy, mi siguiente paso fue iniciar una investigación altamente sofisticada y, como buen sabueso, procedí... a googlear la pregunta: ‘¿Hay escasez de pelotas de tenis?’ Los resultados que arrojaron foros de debate en Reddit y chats específicos de la disciplina deportiva me confirmaron lo que ya intuía”, cuenta con sal y pimienta este Sherlock que, no contento con el primer hallazgo, fue a otras fuentes: fabricantes y distribuidores, para así recolectar más info. “Sí, actualmente atravesamos un momento de faltante”, le reconoció Nancy Zinn, representante de la firma Fromuth Racquet Sports. También voceros de otras empresas admitieron al sabueso el intríngulis, explicándole que se debía a “una combinación de retrasos en los puertos y en las propias fábricas de pelotas, cuya proactividad y celeridad ha bajado estrepitosamente a medida que se aplican los protocolos por covid-19, que impacta en la disponibilidad y productividad del personal”. “Hay dos jugadores dominantes en la escena de la pelota de tenis en Estados Unidos: las empresas Head y Wilson, comprada recientemente por un conglomerado chino. Irónicamente, es Head quien fabrica sus pelotas de tenis en China, mientras que Wilson las fabrica en Tailandia. De cualquier manera, ambas marcas tienen que cruzar el Pacífico, circunstancia que está generando demoras en las instalaciones portuarias de la costa oeste a medida que llegan más barcos con más contenedores, y no hay suficientes empleados”. Cuándo podrán reabastecerse los negocios no está claro aún, cuenta el periodista. Quizás en septiembre, presume, según le han dicho. Pero, de momento, el asunto de raquetear está en pausa para el sufrido Aaron Gordon, que vive el tema como un auténtico drama.