En enero de este año, el fútbol argentino inflaba el pecho con orgullo. A pesar del parate de casi seis meses en 2020 por la pandemia y de las economías degradadas, Boca y River llegaban otra vez a la semifinales de la Copa Libertadores y Defensa y Justicia y Lanús jugaban la final de la Sudamericana. Siete meses más tarde, el mismo fútbol argentino es un valle de lágrimas. Con las previsibles eliminaciones de River y Rosario Central en cuartos de final, ya no quedan equipos de nuestro país en los torneos continentales. Desde 2006 que no sucedía algo así.
La veloz pérdida de competitividad de los clubes argentinos en Sudamérica ya había quedado expuesta antes de estos últimos resultados desfavorables: de los 13 que habían empezado jugando ambas Copas, sólo River y Central pudieron llegar hasta los cuartos de final, el resto se quedó en el camino. Cantidad no implicó calidad. Lo que llama la atención es la rapidez del deterioro y lo que alarma es que este cuadro de situación se replique a futuro. Y que haya comenzado un largo ciclo de dominio de los equipos brasileños a nivel continental, asentado principalmente en su mayor poderío económico y deportivo por consiguiente.
El debate está abierto. Y costará cerrarlo. El fútbol argentino es víctima de un problema estructural, la fragilidad de la economía del país, cuya solución no pasa por sus manos. Es cierto que hay motivos propios (la mala administración de las instituciones, las erróneas políticas de compra y venta de jugadores, la visión cortoplacista y resultadista de los dirigentes, los pasivos inmanejables, el bajo nivel de los campeonatos) que fundamentan parte de la crisis futbolística. Pero en el último semestre, el empobrecimiento se ha acelerado a la vista de todos.
"La TV es el principal ingreso de la mayoría de los clubes argentinos; en él año 2017 el contrato representaba 100 millones de dólares billete al año; en 2021 representa 43 millones de dólares billetes al año. Sin plata no hay jerarquía, no busquen más; Hay que actualizar!" escribió a última hora del miércoles en un tweet Cristian Malaspina, el presidente de Argentinos Juniors. Que esa entrada se haya devaluado un 57 por ciento en cuatro años y que por la pandemia, los cobros en pesos de cuotas sociales y abonos a palcos y plateas se hayan reducido significativamente y los ingresos por venta de entradas directamente se hayan anulado al jugarse a puertas cerradas, explica las razones del ajuste continuo que obliga a abaratar los planteles de los equipos grandes, medianos y chicos. Se venden de apuro los mejores jugadores y se los reemplaza por apuestas de borroso resultado o por promesas juveniles de las divisiones inferiores.
River ejemplifica ese debilitamiento. Desde aquella final de la Copa Libertadores con Flamengo de 2019 en Lima, River se desprendió de seis jugadores (Exequiel Palacios, Lucas Martínez Quarta, Juan Fernando Quintero, Ignacio Fernández, Rafael Santos Borré y Gonzalo Montiel) en un vano intento de reducir una deuda que a enero de este año y según datos oficiales del Banco Central, trepaba a 1.424.282.988 millones de pesos (casi 8 millones de dólares al cambio extraoficial). La reposición no ha estado en el mismo nivel: de todos los jugadores contratados en los últimos mercados de pases, sólo dos (el defensor Héctor Martínez y el centrodelantero Braian Romero) parecen haberse consolidado como titulares. El resto entra y sale sin haberse podido afirmar todavía.
En el mismo lapso, Flamengo ha permanecido casi intacto: del equipo campeón de América de 2019, sólo se fueron los defensores Rafinha y Pablo Marí. Después, ha podido retener todo su plantel en una muestra de poderío que lo pone como uno de los máximos candidatos a ganar esta edición de la Copa Libertadores. Y no solo eso: para las semifinales, ha repatriado dos jugadores desde Europa: el volante Kenedy, de paso no muy afortunado por Inglaterra y España y el enganche Andreas Pereira, quien jugó en Granada, Valencia y Lazio. Esa es una de las características más notables de los equipos poderosos de Brasil: reforzarse con jugadores provenientes del Viejo Continente. Atlético Mineiro la llevó al extremo: trajo como libre a Diego Costa, cotizado centrodelantero de 32 años, ex Atlético Madrid y Chelsea. Según algunas fuentes, su paga mensual estaría en el orden de los 300 mil dólares. Una suma inalcanzable para cualquier equipo argentino.
Hay más comparaciones: entre el plantel de Palmeiras que ganó la Copa de 2020 y el actual, casi no hay diferencias. En cambio, existen pocos puntos de contacto entre el equipo de Defensa y Justicia que logró la Copa Sudamericana derrotando 3 a 0 a Lanús en Córdoba y el que participa del Torneo de Primera División: los defensores Rafael Delgado y Héctor Martínez, los mediocampistas Enzo Fernández y Valentín Larralde y Braian Romero ya no juegan más en el equipo de Florencio Varela. A los equipos argentinos les pasa lo mismo que a los de buena parte de Sudamerica: las ventas los modifican cada seis meses. Los brasileños, al igual que los grandes europeos, conservan su base y la potencian con incorporaciones de auténtica jerarquía.
"El Mineiro tiene un mecenas (Constructora MRV), Palmeiras también tiene un mecenas (Financiera Crefisa), Flamengo se recuperó gracias a un esquema poco claro que incluye a la Caja Econômica Federal. Bragantino tiene a Red Bull y, el resto esta más o menos como en Argentina. Cruzeiro, Vasco, Botafogo entre otros clubes conocidos están prácticamente fundidos y apuestan a convertirse en sociedades anónimas deportivas como método de subsistencia" aporta desde Río de Janeiro Leandro Colautti, un periodista argentino radicado en Brasil para tratar de entender las razones de semejante poderío. Colautti hace referencia a la nueva ley sancionada este mes por el gobierno ultraderechista de Jair Bolsonaro que posibilita la conversión de los clubes de fútbol en clubes-empresa mediante la cesión de hasta el 49 por ciento de sus acciones a inversores privados. Una solución que aparece improbable de aplicar en la Argentina por el marcado rechazo de los socios y los hinchas a cualquier intento de privatización. Y que ni siquiera pudo impulsar Mauricio Macri en sus tiempos de mayor fortaleza política.
Con contratos de televisión club por club muy superiores a los que el fútbol argentino negocia en conjunto, fuertes patrocinios empresariales y publicitarios y dirigentes poderosos que no dudan en aportar la diferencia para hacer contrataciones espectaculares y pagar sueldos acordes a los grandes equipos europeos, el fútbol brasileño goza de una lozanía económica que acaso es muy superior a la del propio país. Y le ha sacado una distancia al de la Argentina que se refleja en un dato que cuesta asumir: entre los ocho mejores equipos del año de Sudamerica, no hay ninguno de nuestro país.
Después del golpazo de esta semana, el fútbol argentino ha entrado en estado deliberativo. Y necesita repensar su rumbo honestamente y sin ánimo ventajero. La economía del país le juega en contra a los dirigentes de los clubes y no está a su alcance tomar las medidas para modificarla. Pero si lo está administrar con eficiencia los escasos recursos disponibles. Y cambiar lo que haya que cambiar para recuperar la competitividad internacional. Dependerá de lo que se decida y de lo que se haga, si esa pérdida es momentánea o definitiva. Sería doloroso que la alegría de la pelota siga siendo sólo brasileña.