Es un apriete. Y quiere ser ejemplificador. La reacción conservadora quiere pasar factura por el activismo a las mujeres feministas.
No es el primero en su tipo, pero hoy cobró cuerpo en un comunicado de una entidad, Aciera (la políticamente activísima Alianza Cristina de Iglesias Evangélicas de la República Argentina) contra una persona, la escritora Claudia Piñeiro, conocida porque sus libros reciben premios y suelen ser best seller pero también por no callar lo que piensa. Piñeiro, se sabe, desde hace unos años participa activamente de debates públicos sin temor de poner su voz para pronunciar palabras de los feminismos, algo que para las figuras públicas, cuando son mujeres, trae consecuencias y hostigamiento.
Hablar en la escena pública, para las mujeres feministas, no es gratis. Si su voz tiene peso en la formación de opinión, vade retro.
No es un fenómeno exclusivo de Argentina (en España, en Estados Unidos, en Chile, por nombrar algunos casos, también está sucediendo), ni es es estrictamente propio del siglo XXI (ya lo había relevado Susan Faludi, en Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, ese clásico cada vez más necesario que registró la respuesta de los 80 a los feminismos de los 70), pero de un tiempo a esta parte sí se está instalando como un patrón, como un manual de acción sistemático para silenciar, asustar, bloquear y sacar del tablero a quienes ponen en cuestión lo que la reacción busca hacer pasar por sensatez y (esa palabra tan maleable, tan cara a jugar a la grieta emoción-racionalidad) valores. A los argumentos, la reacción opone censura pura y dura. Para eso, usa el hostigamiento.
Esta vez se nota mucho. En el comunicado en apariencia dedicado a “la ficción ‘El Reino’”, la serie producida por una plataforma tan popular como es Netflix, una entidad como Aciera -con visibilidad y contactos políticos no escasos- recorta con bisturí hasta convertir en blanco a una mujer feminista. Aunque elogia al elenco de actores -en realidad sólo a “el talentoso Diego Peretti”- y pretende glosar a Gramsci; e indica que “la ficción” fue desarrollada por Piñeiro “junto al realizador Marcelo Piñeyro” y tiene por productor al “empresario farmacéutico -Grupo Insud- Hugo Sigman”, el texto concentra el malestar en la escritora.
No importa que en todos y cada uno de los capítulos, Piñeiro firme como co-creadora de la serie y co-autora de los guiones, junto con Piñeyro; que en las fotos promocionales que retrataron el proceso de producción, aparezcan ambos; que la responsabilidad sobre el producto sea compartida y tenga detrás a una de las mayores productoras de contenidos audiovisuales del momento. El ataque va solamente contra ella.
Los subrayados son míos y son arbitrarios, las manipulaciones son exclusivamente del comunicado: “es sabido el encono que (Piñeiro) ha expresado (…) desde su militancia feminista durante el debate de la ley de aborto”; “pareciera ser que el objetivo sería buscar destruir la trayectoria y el testimonio” de las iglesias evangélicas; “usar el arte para inventar una ficción con el fin de crear en el imaginario popular la percepción de quienes lideran (…) sólo tienen ambiciones de poder o de dinero (…) es reprochable”; “no es que la narradora lo hace por mero desconocimiento”; “se los trata de encasillar en ‘seguidores de Bolsonaro’, ‘reaccionarios de derecha’, agentes del mal contra los ideales que promueve el colectivo que la guionista representa”; “fascista”.
A esas definiciones se sumaron intervenciones en redes sociales de referentes de la entidad, de alguna diputada nacional, de alguna diplomática que tiempo atrás fue también diputada. También, de un partido cuyo único lema es ser “provida” y que en 2020, mientras en el Congreso avanzaba el debate sobre la ley de IVE, organizó aprietes en domicilios particulares de diputadas, diputados, senadoras y senadores -con volantes sanguinolentos en papel dedicados a cada representante incluidos-.
Les molestan los activismos feministas. Corrijo: les molestan las mujeres que no tienen miedo de participar en debates públicos para sostener palabras que no se decían en voz alta en espacios institucionales. Les molesta que esos activismos hayan ganado espacio transversal y prestigio porque validan políticamente ante los ojos de las nuevas generaciones. Que haya mujeres de todas las edades hermanadas en una misma mirada, aunque no compartan miradas partidarias ni trayectorias de vida o profesionales. Les molesta que las feministas tengamos la capacidad de unirnos en las diferencias (es gracias a las diferencias, pero eso no pueden entenderlo, cómo podrían).
A la reacción le molesta que se le vean los hilos. Puede ser una investigación periodística con datos acreditados (piezas sueltas, y públicas, de un rompecabezas que es público pero suele verse disperso), el trabajo de una periodista en ejercicio del oficio en una pantalla con alto nivel de encendido, la co- escritura de un guion ficcional, la intervención incómoda en redes sociales. La respuesta es silenciar intentando apabullar, a los gritos, en patota, con manipulaciones y mentiras.
Esas no pueden, no deben ser las reglas de la política en una sociedad democrática. Eso no es debate público, sino intento de amedrentar para que esas palabras no se reproduzcan, para que esas voces no demuestren que hay espacios críticos potentes, que hay otras miradas, que hay un mundo que no pueden detener.