Ya han pasado casi quince años desde el estreno de Supercool, la película que puso en la cima a Seth Rogen, esa comedia de adolescentes fumones que escribió durante la secundaria junto a su mejor amigo, que luego fue llevada al cine por Greg Mottola y que finalmente le abrió la puerta a toda una nueva generación de comedias fumonas que invadieron los años dos mil. Desde ese momento, sus apariciones en el cine siempre fueron intensas: de protagonizar los grandes hits de Judd Apatow a interpretar al improbable interés amoroso de Charlize Theron, pasando por ser una de las voces de Kung Fu Panda, a imaginar un apocalipsis rodeado de estrellas de Hollywood. Pero quizás, los últimos años se lo vio más a cuentagotas, en episodios de series y en cameos extravagantes, ya que Rogen dejó un poco de lado su faceta de estrella para convertirse en un poderoso productor.
Bueno, y no solo eso, la verdad es que en las redes sociales hace bastante tiempo que se lo puede ver casi exclusivamente en su modo escultor. Sí. Moldeando vasijas para el que parece ser su proyecto más ambicioso: una tienda de marihuana de lujo y de artículos para consumirla. Por ejemplo, en este mismo momento, Seth Rogen está haciendo una sesión en vivo de instagram sobre tipos de ceniceros (su tienda se llama Houseplant: hecho por y para fumones).
Ahora, en HBO Max se puede ver su último protagónico, que es también algo así como su mini retorno después de un par de años ocupado en otras cosas, sin aceptar un verdadero estelar. Además, la película viene con un desafío extra que realmente tenía todo para salir mal: Rogen se hace cargo de los dos protagonistas, que casualmente son personas nacidas en distintos siglos.
An American Pickle es la historia basada en un cuento corto de Simon Rich –antiguo guionista de Saturday Night Live– y llevada al cine por Brandon Trost, más conocido por ser el gran director de fotografía de las comedias contemporáneas. En la película, que es tambíén una de las primeras apuestas ambiciosas de HBO Max, Rogen interpreta a un joven de Brooklyn y también a su bisabuelo, un judío migrante de principios del siglo XX que queda atrapado en un container de salmuera y así se conserva intacto hasta nuestros días. Por ese agujero insólito en la ciencia y en la lógica, bisnieto y bisabuelo –Ben y Herschel Greenbaum– ahora tienen la misma edad y la oportunidad de habitar la misma época. Y si bien se aman los primeros minutos de convivencia extraña, por supuesto, terminan siendo enemigos.
Rogen cuenta que siempre le gustó ese relato de Simon Rich pero que lo que realmente lo motivó a pensar en la película fue un comentario que hizo un día el autor: había encontrado una foto de su abuelo a su misma edad y solo pudo pensar: ¡Dios, cuánto me odiaría este hombre! “Y yo no podría sentirme más identificado con eso”, dice Rogen, que nació en Canadá, en una familia judía de ascendencia ucraniana. “Mi abuelo estuvo en la Segunda Guerra Mundial y era un jugador de fútbol profesional. Cuando yo era niño tenía un cuerito en el dedo del pie y él literalmente me arrancó toda la uña y tuve que ir al hospital. Era un tipo muy duro y tuvo una vida dura. Si me hubiera conocido cuando ambos teníamos treinta y tantos años, probablemente me habría dado una paliza, y creo que eso es algo en lo que he pensado mucho con estos personajes”.
Bueno, la comedia es tan disparatada como su premisa y en adelante pocas cosas tendrán sentido. Pero Rogen aprovecha para ahondar un poco más en esos temas que, de alguna forma, aparecen recurrentemente en las comedias que protagoniza, y bueno, que sobrevuelan varias comedias norteamericanas. Es decir, las primeras generaciones migrantes en Estados Unidos y específicamente la herencia judía para las que han nacido en norteamérica y han hecho del choque cultural mismo una identidad. “Para mí era un tema muy interesante: el equilibrio del judaísmo cultural y el judaísmo religioso, y cómo los judíos son inseparables de su religión en muchos sentidos, especialmente cuando son judíos por ADN y no por un sistema de creencias exclusivamente. Creo que, como resultado de esto, muchos judíos que conozco, incluido yo mismo, tienden a abandonar todos los aspectos religiosos, especialmente si uno se ha criado de forma secular, como yo. Pero a medida que fui creciendo, me di cuenta de que, sobre todo en torno a cosas como la muerte y el nacimiento y este tipo de grandes momentos de la vida, la gente gravita de nuevo hacia su religión, porque ahí tienen herramientas útiles e infraestructuras construidas en torno a algunos de estos grandes momentos”.
En la película, el bisabuelo –que había llegado a Nueva York desde Europa del Este en busca de un futuro más próspero– soñaba con una descendencia fuerte en un país prometedor, pero obtuvo un nieto hipster de Brooklyn con alergias y trabajos freelance. Y el nieto, que estaba emocionado por conocer a un antepasado directo, obtuvo a un señor racista y misógino atascado en el entre siglo. Pero, además del choque generacional, An American Pickle es homenaje y patadita a la comedia neoyorquina y ciertos clichés del género. Reverencia y burla con amor a la larga tradición de comedias norteamericanas sobre parejas disparejas y acaso las de cambios de cuerpo. La película llegó con un buen timing, ya que durante la pandemia, Rogen también editó su primer libro Yearbook, donde habla en pequeños capítulos sobre su vida en Canadá, sus ideas sobre la comedia en general y cómo fue convertirse en una estrella que conoció a sus ídolos, pero también, en alguien con quien sus ídolos morían por trabajar.
Si hay que decirlo todo, obviamente An American Pickle es una película menor, pero sale airosa. Y también le da la vuelta entera a esas películas donde los comediantes norteamericanos interpretan todos los papeles, que generalmente son un despliegue de bizarreada, pero que en su caso sale de lo más natural, y bastante exitoso, porque más y más de Seth Rogen nunca podría ser algo malo.