“Hasta ayer tengo 367 ideas, numeradas y clasificadas, y uso unas 25 o 30 por libro, ¡me voy a morir antes de usarlas todas!”, cuenta Adrián Paenza. El matemático argentino –y columnista de Página/12- acaba de publicar Matemática y fascinación por Sudamericana. Paenza ostenta el curioso logro de haber vendido cientos de miles de ejemplares de sus libros sobre la, para muchos, más inescrutable de las ciencias.

En pandemia duplicó su ritmo de trabajo. Encerrado en un departamento en Chicago, Estados Unidos, donde está afincado desde hace algunos años, terminó dos libros. Pero su método, le explica a este medio, es el mismo de siempre. Durante conferencias internacionales, charlas con amigos y colegas y lecturas ocasionales, toma nota. En el libro lo cuenta, pero pantalla mediante se corrobora: sobre la izquierda de su camisa hay un bolsillo lleno de papeles que rellena con su letra pequeña y apretada. “Cuando alguna idea me atrapa o interesa más, o me deja algún problema no resuelto en la cabeza, la pongo más arriba”, agrega.

Los problemas cuya solución aún no aparece le interesan particularmente. En Matemática y fascinación lo desliza varias veces y lo explicita durante la entrevista. Aún más, asegura que ahora le interesa “escribir sobre cosas donde no sé lo que pienso, plantear cuando escribo situaciones donde no sé bien qué opinión tengo”.

Un ejemplo claro es el primer capítulo del libro, dedicado a la crianza de las hermanas Polgar. Las tres hermanas húngaras son resultado de un experimento de su padre. Claro que fue un experimento sin probetas ni precipitados químicos. Fue un experimento social en que su padre quiso demostrar que se podía “criar” un genio. Y efectivamente, las tres jóvenes resultaron ser excepcionales ajedrecistas. Los amantes locales de los trebejos incluso pudieron disfrutar en vivo del juego de Judith –la más célebre de las tres- cuando visitó la Argentina para el Magistral Lev Polugaevsky.

“Arranco el libro con esa historia porque es una cosa para pensar”, plantea Paenza. “Una persona no tiene veinte vidas, tiene una y la dedica a un experimento: no importa mi juicio de valor, importa que pudo hacerlo y es importante porque suele pensarse en quien hace matemática como un ser separado del resto, como si Alicia Dickenstein fuera un ser fuera de serie o privilegiada, y no es necesariamente así. ¿Cuánto interviene la genética? ¿Cuánto el medio ambiente? A lo mejor las hermanas Polgar igualmente hubieran terminado siendo ajedrecistas, pero es evidente el peso que tuvo su medio ambiente”, reflexiona.

A lo largo del libro, Paenza insiste al lector con una muletilla: “piense usted”. Incluso le pide que se tome su tiempo. Y en ese sentido, comenzar con un tema que no es estrictamente matemático es revelador. Al respecto, él asegura que “los problemas de los humanos no vienen con una etiqueta que diga ‘de matemática’”.

“En el colegio en general el docente ya sabe la solución del problema que te propone, en el libro donde, salvo que yo le diga de antemano que no se conoce solución, entendemos que en algún lado esa solución está, pero en la ciencia no es así”, advierte. “Hay un montón de problemas que no tienen solución. Uno no sabe siquiera si las va a tener. Hay problemas en matemática que siguen abiertos. La percepción es que la matemática está toda escrita y no hay nada por hacer. Sin embargo se publican más de 200.000 teoremas por año. A nadie se le ocurriría decir que está todo escrito en medicina porque inexorablemente todos nos morimos y nos enfermamos. En matemática es más complejo entender que hay personas que dedicaron su vida a pensar un problema y se mueren sin saber si era cierto o falso, que dejan sólo conjeturas. ¿Cómo puede ser que nos perdamos eso?”, se entusiasma. Cada tema que toca tiene un crescendo de entusiasmo que lo lleva a tocar temas conexos y, a veces, volver para atrás. “Yo quisiera plantearme cosas, aun cosas que no tienen solución inmediata, o cosas abiertas”, reafirma.

-Eso aparece en varios capítulos del libro. Incluso cuenta de los acertijos que le comparte Carlos D’Andrea, que sólo resolvió uno.

-Es que pensar en alguna cosa me lleva tiempo. Tengo que elegir y eso implica una pérdida: no hacer o no leer lo que queda fuera. Pero no hay más remedio que elegir. A mí me atrapa pensar, pero me quedo ligado y luego veo que le invertí una semana en pensar algo que no voy a escribir nada. Y yo quiero comunicar. Tengo un compromiso, al tener el privilegio de estar en tantos lugares y escuchar tanta gente. Estoy con muchos colegas y gente que piensa, donde cada uno cuenta lo que está pensando. Es el mundo de la ciencia: cuál es tu problema, qué ocupa tu tiempo. Al mismo tiempo, leo mucho pero de forma dirigida. Y por eso de algún modo me pierdo un montón de cosas. Me gustaría que alguien leyera por mí y me dijera “no te pierdas tal cosa”. En algún lugar, eso hacen los algoritmos de Netflix o Amazon: quienes vieron esto o leyeron tal libro, también leyeron estos otros o vieron tales otras películas. No interviene un humano. Un algoritmo te pone gustos comunes.

-Hoy esos algoritmos parecen omnipresentes.

-Hay una historia con el supermercado Target, aquí en EE.UU., en que un hombre va a hablar con el gerente y le dice “a mi hija le están mandando publicidad de pañales, biberones, ropa para bebés, ¿ustedes quieren que mi hija quede preñada?”. Le pidieron disculpas y a los pocos días el mismo tipo se presentó para contarles que la hija estaba embarazada. La hija recorrió determinados lugares, compró determinados perfumes y otras csas que, en promedio, compraban las mujeres embarazadas. En este momento uno deja datos como Hansel y Gretel. Datos que no son sólo del pasado, sino que permiten predecir lo que va a venir después. También quiero escribir de eso, de la inteligencia artificial y del aprendizaje de las máquinas.

-Hay mención a eso también en el libro.

-A mí me sorprendió que las máquinas aprendieran a jugar al póker, que es como el truco: para jugar bien hay que poder mentir. Uno puede cantar el envido sin tener buenas cartas. Pero no sólo eso. Uno también necesita que alguna vez el rival le diga que sí y que uno no tenga buenas cartas. Si no, si usted siempre tiene buenas cartas, el rival se lo va a rechazar siempre. Entonces ser “sorprendido” forma parte de la estrategia. Todo lo que tiene que ver con teoría del juego es fascinante y me interesa mostrar cómo está involucrada la matemática, que está muy alejada de la que aprendemos en el colegio.

-¿En qué sentido?

-La percepción de la matemática que nos da el colegio difiere de lo que es la matemática en general, que es una cosa tan placentera, tan fascinante, que te pide ser detective todo el tiempo para encontrar patrones. Uno busca a ver si encuentra en el aire formas, movimientos, desplazamientos, algo que sirva para decir “uy, mirá lo que pasa”. Hay un rechazo muy grande, que no es sólo en la Argentina, porque yo lo experimento en todas partes. Ni bien me ven, lo primero que me dicen es “yo soy un burro para matemática, un negado total”, como si se pusieran una medalla. En la escuela el problema es que damos respuestas a preguntas que los chicos no se hacen. Así es muy aburrido.

Pero Paenza no critica la escuela como institución, sino el modelo de enseñanza. “Soy ateo, pero la escuela tiene un lugar ganado en el paraíso porque uno ahí aprende a coexistir con compañeras y compañeros, aprende a compartir, solidaridad, cosas que necesitamos para vivir en sociedad”, plantea. Por eso destaca el Plan Conectar Igualdad, del gobierno de Cristina Fernández, pero anulado por el macrismo. “Cancelarlo así, como hizo (Mauricio) Macri fue criminal”, lamenta.

Además del eje de la fascinación y la posibilidad de encontrar matemática increíble (o recreativa) en los lugares más inesperados, en buena parte del libro Paenza insiste al lector con que forme su criterio y compruebe los problemas que él plantea en las páginas. Una propuesta que, avanzado el libro, también se posiciona como defensa indispensable ante las fake news. “Yo preguntaría si esto que vemos hoy existió siempre y no lo veíamos porque no había redes sociales”, considera el matemático. “Recuerdo crecer creyendo que lo que aparecía en los diarios era cierto. No se me ocurría que pudieran ser manipulados. Ahora conocemos más de historia y sabemos cuántas veces pasó. Hoy está todo muy en evidencia”, observa. Y una parte importante de las fake news se distribuye en espacios aparentemente inofensivos: muros de particulares, espacios de lectores en medios tradicionales. “Decir cualquier cosa sin fundamentos, eso existió siempre, pasa que ahora tiene un poder de penetración que antes no existía", advierte. "Yo no pretendo que el otro esté de acuerdo conmigo, pero sí que estemos en un nivel parejo, jugar con las mismas reglas, yo pongo mi cara y mi nombre, tengo que saber con quién estoy debatiendo”.

-Hablando de jugar con las mismas reglas, dedica muchas páginas a la matemática recreativa, que va de la mano con el eje conceptual de la sorpresa, de la matemática como camino a la fascinación.

-Es que es así. La teoría de probabilidades y estadísticas surge esencialmente del juego. Jugar se juega hace siglos. No puede ser que yo llegara a estudiar probabilidad recién entrando a la facultad. La teoría del juego es fascinante. Un chico cuando es chico quiere jugar. De pronto un día le dicen “desde mañana, escuela”. Y se estructura, se levanta 6 am, tiene tarea. ¿Por qué? Ahora piense en el CERN, que trata de encontrar las partículas más pequeñas. Primero por la curiosidad del hombre. Y esa curiosidad se manifiesta en un chico ya cuando uno le compra un Lego y él juega con la caja o lo rompe para ver cómo está formado. El hombre ya adulto tiene otras herramientas, entonces en la búsqueda de las partículas elementales, lo que hace es crear un colisionador de partículas y pone sensores.

-Investigar cuando niños parece natural, pero la ciencia no siempre goza del mismo espacio.

-El último año y pico ha demostrado que la ciencia ha tomado un lugar. La gente no mira a Dios esperando que le resuelva el problema. La vacuna la produjeron los científicos. Venimos de una etapa, el macrismo, donde dejaron de existir los ministerios de Ciencia y de Salud. Se desfinanciaron dos de los aspectos más importantes de las sociedades. Sin ciencia propia hay dependencia. Ahora Argentina necesita vacunas de afuera. Nosotros sí podíamos producir los respiradores y me consta que otros presidentes latinoamericanos lo llamaron a Alberto (Fernández) para pedirle respiradores porque les hacían falta. Conozco científicos argentinos que dejaron momentáneamente su trabajo para dedicarse a la pandemia. Por eso necesitamos igualar para arriba, socializar el conocimiento. Por eso los libros pueden bajarse gratuitamente de Internet, y esto es mérito de Sudamericana como antes Siglo XXI.

-¿La fascinación es un camino posible?

 

-A mí me gustaría que se planteara. No hace falta que todos sean matemáticos, pero tiene que estar en el menú. Pongámoslo para que luzca bien. Yo quiero proponer a quien está sentado que se esfuerce y tenga un problema no resuelto en la cabeza. La vida es eso también. Recuerdo cuando resolví el tema de mi tesis. Esperaba a unos amigos y hacía unas cuentitas y de pronto me di cuenta que había resuelto algo que llevaba dos años pensando. En ese momento pensé “me acabo de doctorar”. Yo le cuento esa anécdota y aún hoy se me pone la piel de gallina. ¿Por qué eso está reservado a un grupo privilegiado de personas?