Desde San Juan
El tiempo juega a los dados en el valle de Tulum. En el Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson no quedan rastros del Casino, que funcionó en el mismo edificio durante cuatro décadas. ¿Cuántas noches el poeta sanjuanino Jorge Leónidas Escudero (1920-2016), buscador de oro en las montañas que le dio rienda suelta a su pasión por la ruleta, trató de arrancarle algún numerito al futuro? Del punto y banca al arte contemporáneo, la apuesta del presente cambia la relación con el mundo. La exposición colectiva Give and give (Dar y dar), curada por los belgas Charlotte Crevits y Tommy Simoens, con acompañamiento de la argentina Florencia Battiti, forma parte de la intensa programación de la tercera edición de Bienalsur, organizada por la Untref (Universidad Nacional de Tres de Febrero) como gran articuladora de un inédito trabajo en red, colaborativo, horizontal y solidario que promueven desde la dirección general y artística, Aníbal Jozami y Diana Wechsler.
Las propuestas de Aneta Bartos (Polonia), On Kawara (Japón), Lydia Lunch (Estados Unidos), Nástio Mosquito (Angola), Oscar Murillo (Colombia), Gert Robijns (Bélgica), Yutaka Sone (Japón), Rirkrit Tiravanija (Argentina-Tailandia), Víctor Grippo (Argentina) y Leandro Katz (Argentina) comparten el interés de dirigir la mirada hacia aquellos que, a contrapelo de las lógicas del lucro, colaboran con el prójimo sin esperar nada a cambio. Apenas se ingresa a la sala del Museo -cuyo nombre recuerda al gran pintor sanjuanino Benjamín Franklin Rawson-, dos dados de telgopor de dos metros por dos metros, que pesan cien kilos cada uno, funcionan como un imán. En Double Six San Juan, los dados de Yutaka Sone serán arrojados desde el techo del Museo la próxima. Esta acción, que el artista japonés realizó en otros lugares del mundo, propone una reflexión en clave humorística sobre el azar en nuestra vida cotidiana.
“El título Dar y dar lo tomaron los curadores belgas de una frase de On Kawara, que solía decir que si todos diéramos sin esperar nada a cambio estaríamos provistos de todo lo que necesitamos; es casi un imposible pensar que el ser humano dé sin reciprocidad”, explica Florencia Battiti. “Esa especie de pensamiento utópico lo toman los curadores como una premisa para preguntarse: ¿es posible dar algo sin esperar nada a cambio? Por supuesto que no responden; la intención del arte no es dar respuestas sino abrir más preguntas. Eso es lo que el arte contemporáneo puede hacer; con la variedad de soportes y de modos de acción y de trabajo que propone es más una filosofía que una disciplina porque plantea preguntas que no requieren una respuesta que cierre, sino que son preguntas que abren más preguntas”.
La obra del artista argentino Leandro Katz, Un amor por 3 o 4 naranjas, es un video en el que rescata la figura de Pichirica Sánchez, “El Pichi”. En la esquina porteña de Riobamba y Santa Fe, “El Pichi” aparece todas las tardes para hacer su pequeño espectáculo callejero. No pasa la gorra ni permite que le dejen dinero. Su performance es gratuita. Battiti analiza lo que genera este artista callejero filmado por Katz. “El Pichi hace lo que hace porque sí. El arte tiene algo porque sí. Sabemos que el arte forma parte del mercado y es un producto más dentro de la economía. Pero el hecho de elegir ser artista tiene todavía, a pesar del mundo tremendo en el que vivimos, una pequeña cuota de cortesía: hacemos arte porque lo queremos hacer, porque nos da placer, porque nos apasiona, porque nos interesa lanzar al mundo algo poético y porque creemos que el mundo va a ser un poco mejor de esa manera”.
El viernes a la noche hay cola para entrar al Museo de Bellas Artes. Al costado de la puerta principal de ingreso, al aire libre y cerca de la escultura Caleidoscopio, de la artista sanjuanina Beatriz García Huertas, toca la exquisita banda sanjuanina Trivu, de folclore electrónico. Afuera y adentro, los cuerpos bailan despacito mientras caminan, con la alegría del reencuentro y la precaución de que la fiesta cumpla con los protocolos sanitarios. En una de las paredes de la sala donde se despliega Give and give empieza Reset Mobile: San Juan, de Gert Robijns, un artista belga que establece conexiones con los paisajes y sus habitantes. Lo que se ve es una carpa que se desplegará temporalmente, la próxima semana, frente al Parque Mayo, para que sea un espacio de unión y encuentro entre las personas.
En el espacio donde se proyectan los videos está la performance que el artista belga realizó junto a los artistas sanjuaninos de Proyecto Baldío en la zona de las minas, en el norte de San Juan. Un grupo de performers, moviéndose en forma circular y ayudados por un dispositivo de metal que se clava a la tierra como un compás, traza un círculo. “La obra muestra una situación compleja; sabemos que el extractivismo es nocivo para el medio ambiente, pero al mismo tiempo ese círculo advierte que no podemos dejar de practicarlo. Ese círculo, del que no se sale, es la manera de metaforizar lo que sucede con el extractivismo”, subraya Battiti.
A continuación llega otro video con un tono urgente que estremece. Lydia Lunch, ícono del punk neoyorquino en los '70, cantante, actriz, poeta y activista, arremete con Dump Trump, un trabajo realizado antes de la elección presidencial que ganó Joe Biden: “No necesitamos otra elección, necesitamos una insurrección”, dice. Su voz golpea y denuncia el tratamiento de la pandemia de Trump, su racismo, homofobia y sexismo. Hipnótico resulta Trampoline, el video de Aneta Bartos, donde se ven a un padre y una hija, el propio padre de la artista polaca, fisicoculturista amateur, jugando y saltando en un trampolín en un campo idílico, el lugar donde creció Bartos, un pedazo de tierra que ella compró para asegurarse de que no sea afectada por el progreso ni la gentrificación. Hay una sincronizada ralentización en los movimientos: cuando el padre sube, la hija está abajo. Y viceversa.
Hay cadáveres en una zanja; el eco del poema de Néstor Perlongher estremece. Entre los dados gigantes, por la pantalla, emergen cadáveres. De lejos parecen torsos y cabezas amputadas. Pero lo que se ve de cerca en Collective Conscience, video inédito del colombiano Oscar Murillo, artista que nació en 1986 en La Paila, un pequeño pueblo del Valle del Cauca y que vive en Londres desde los 10 años, son unas efigies (también presentes en obras anteriores) como las que se queman tradicionalmente en Colombia en la noche de año nuevo, un gesto simbólico para dejar lo viejo y lo malo atrás. Battiti cuenta que algunos interpretan que esas efigies desmembradas y acostadas son los refugiados del mundo.
El camino a Grippo
El termómetro corporal estima treinta grados. Es un día de verano este sábado de agosto al mediodía. El viento zonda está por llegar nuevamente. Dicen que después de las dos de la tarde. Daniel Torres y Juan Ganam amasan pan en el patio del Museo y Biblioteca Casa Natal de Sarmiento, una de las pocas casas coloniales que se conservan después del histórico terremoto de 1944. En la casa de Sarmiento se está por inaugurar Víctor Grippo. Un horno para dos mesas, curada por Carlos Godoy, que presenta tres obras del padre del conceptualismo argentino y latinoamericano: Naturalizar al hombre, humanizar la naturaleza (1977), La comida del artista (1991) y la recreación de la performance Construcción de un horno popular para hacer pan, realizada originalmente en la plaza Roberto Arlt (Rivadavia y Esmeralda), en septiembre de 1972, que fue censurada y destruida por la dictadura de Lanusse.
Arturo Sánchez, guía de la casa de Sarmiento, va contando detalles de este espacio que conserva las paredes de adobe y tapia con las que fue construida y los techos originales de caña, palo y barro. A medida que los panaderos terminan de amasar colocan los bollos en unas bandejas y los cubren con unas mantas naranja. Daniel cuenta que tiene 38 años de experiencia como panadero y Juan 27 años mientras encienden el carbón y empiezan a preparar el horno de barro. El humo se esparce cerca del busto de Sarmiento con el ceño fruncido, como si estuviera enojado o molesto. Ni las cenizas quedan de la polémica que suscitó en las redes sociales la construcción del horno. Daniel cree que está “muy bien” hacer pan y compartirlo en la casa de Sarmiento para que la gente conozca “el trabajo nuestro” y no entiende por qué dicen que se daña el patrimonio con un horno transitorio. “Amasar pan es un trabajo sacrificado al que le ponemos mucho amor”.
Paulina Vera, hija de Nidia, la mujer de Víctor Grippo, a quien considera también como un padre, está muy emocionada. Junto a su madre se encargan del cuidado, el archivo, la restauración y el montaje de la obra de Grippo. “En una casa como la de Sarmiento, que también fue un visionario, no veo ningún tipo de controversia desde el espíritu ideológico de la obra, más allá de lo que represente Sarmiento o los artistas conceptuales para el mundo. Y menos con la construcción del horno, que es un elemento que llama a formar una comunidad momentánea”, precisa Paulina, profesora de Artes Visuales. “Yo no creo que la construcción del horno le falte el respeto a Sarmiento. No lo hubiéramos permitido como familia, si nosotros hubiéramos sentido que lo que se buscaba era generar una polémica sin sentido. Lo que se buscaba era que la obra conviviera en este espacio. Lo interesante en este momento político es pensar cómo la posibilidad de alimentar al pueblo genera siempre controversia”, plantea Paulina.
“Grippo era una persona íntegra, ética y estética; compartir con él el día a día era mágico", recuerda Paulina. "Siempre estaba dispuesto a escuchar qué tenían para decir los otros y las otras. Eso lo hacía diferente, además que trabajaba de sol a sol en su obra. Él decía que en Latinoamérica no hay días sin papas y en mi vida no hay días sin Grippo. En mi familia cuando hay sucesos importantes nos encontramos una papa tirada en el suelo. Apenas llegamos a San Juan, mi mamá me mandó una foto con dos papas que había encontrado en una vereda. Siempre decimos que la papa es como el camino Grippo”, revela Paulina. “Cuando murió (2002) salió una nota muy linda en Página/12 de Fabián Lebenglik, que decía la última transformación de Grippo. Nosotras preferimos pensar que uno se transforma", confiesa Paulina. "Pero tengo mis dudas de que sea la última transformación porque Grippo siempre sorprende”.