Amanece y ya está con los ojos abiertos. Y Wenceslao podrá vestirse con un salto y podrá, luego de vestirse con un salto, acariciar a los perros.
(Lejos. Demasiado lejos de la increíblemente bella prosa saeriana, el Ingeniero hablará de limones, de limones de otros limoneros, con el testaferro del mundo).
El limonero es un punto fijo alrededor del cual gira el tiempo espiral del recuerdo, que es presente, sin serlo. Ella, que no tiene nombre, que es la mujer de Wenceslao, está de luto, dice. Su único hijo ha muerto.
Hay otras madres que están de luto. Otras madres que giran, rondan, circulan como el recuerdo, que es presente. Recordar es volver a pasar por el corazón. Otras madres que hace cuarenta años estás de luto. Sus hijos han muerto.
Nadie nada nuca, y Glosa. Y La pesquisa, si no me engaña la memoria. Una especie de retorno que no lo es, porque si la realidad copia a la ficción, la realidad es una copia exagerada de la ficción. Una espiral, una ronda (El Gato Garay y Elisa recluidos en una casa apartada, a orillas del rio, el silencio inexplicable ante el rumor de un auto que pasa, nocturno; Videla, presunto asesino de caballos, el Gato y Elisa secuestrados por el ejército Angel Leto obligado a morder la pastilla de veneno).
Saer limitando lo real a un limonero. Saer recreando una conversación que dura veintiún cuadras, Saer deteniendo el paso del tiempo en los sublimes detalles de la percepción de las sombras, los colores, los pliegues de la piel, la vida prolongada por la boca, una memoria como un río. Saer con el cielo enrojecido del amanecer, cuando el semicírculo del sol se asoma. Wenceslao y el tumulto oscuro del sueño que se retira de su mente como una nube negra. También Saer y un grupo de locos atravesando la llanura, alucinando. Amanece y ya está con los ojos abiertos.
De este lado, la ficción exagerada que llamamos realidad. En un lugar intermedio, Las nubes y cinco locos, un psiquiatra, soldados, prostitutas y gauchos, poniendo en duda la fiabilidad de la memoria y la conciencia. Confundiendo el tiempo y el espacio.
De esta lado, definitivamente de este lado, otra falsa epopeya, mala copia del viaje alucinado del psiquiatra y los locos.
(La mala poesía es sincera)
El ingeniero habla, al fin, de limones. El testaferro del mundo le habla de Corea.
Un empresario chaqueño muere de un infarto cuando recibe la factura de electricidad. Otro empresario, o más bien un comerciante cordobés, de apellido Vilella, escribe una carta al ingeniero de los limones porque lo apoya en todo, pero de a poco su comercio se torna inviable.
Vilella, el carnicero, apoya al ingeniero en todo. Sabe (no puede no saber) que muchos de sus clientes perdieron su trabajo, o están por perderlo, o que ya no les alcanzan los pesos para comprar carne en su carnicería. Sabe que le electricidad es un insumo impagable, sabe que el ingeniero al que apoya en todo le perdonó a las empresas que le brindan el servicio eléctrico deudas por millones de pesos.
Los recuerdos son como una espiral abriéndose al infinito, intentando repetirse, de pasar por el mismo lugar, exagerando la curva. Girando alrededor de un centro. Digamos por comodidad, de un llimonero. La forma de la literatura de Saer es abrumadora, laberíntica, abismada. Una metáfora de universo. Y los recuerdos son metáforas. Recordar es volver a vivir un poco. Leer es recordar cosas que habíamos olvidado.
Amanece, pero no todos tienen los ojos abiertos.