Producción: Javier Lewkowicz
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Luces y sombras
Por Josefina Grosso (*)
En medio de una crisis sanitaria sin precedentes cuya salida se hace esperar, la recuperación económica es gradual y heterogénea. Los sectores productores de bienes vienen presentando un mayor dinamismo que los de servicios debido a la magnitud y a la durabilidad que el impacto de la pandemia tuvo en estos últimos. Claramente las actividades vinculadas al turismo (hotelería, gastronomía y transporte de pasajeros) y a las industrias culturales y de esparcimiento se encuentran entre las más afectadas.
La industria, por su parte, aparece como uno de los principales impulsores de la actividad económica, evidenciando un crecimiento importante en junio (19 por ciento interanual y 10,5 por ciento en relación con mayo pasado), superando incluso los niveles pre-pandemia (junio de 2019). Con ello, acumula una suba acumulada del 22 por ciento y 5 por ciento, en relación con los años 2020 y 2019, respectivamente.
Al mirar hacia el interior del sector manufacturero, todos los bloques crecieron el primer semestre de este año en relación con el año anterior, registrándose variaciones positivas elevadas en los rubros automotriz, maquinaria y equipo (en particular, maquinaria agrícola y electrodomésticos), minerales no metálicos (insumos para la construcción) y prendas de vestir. Corresponde aclarar que estas actividades, con excepción de la maquinaria agrícola, estuvieron entre las más afectadas por las restricciones a la circulación en la primera mitad de 2020.
Si la comparación se la realiza con el mismo período de 2019, 10 bloques fabriles sobre 16 crecen por encima, según el Índice de Producción Industrial Manufacturero (IPI) del Indec. Nuevamente maquinaria y equipo y automotriz son los que mayores subas evidencian (39 por ciento y 10 por ciento, respectivamente). En cambio, todavía están por debajo indumentaria, muebles, otros equipos de transporte, productos de metal, entre otros.
Ahora bien, es importante mencionar que este proceso de recuperación se da luego de haber transitado tres años de caída sostenida de la producción industrial (18 por ciento entre 2017 y 2020) y también del empleo, aunque en una cuantía menor (se redujo un 8% entre 2017 y 2020). Como corolario de este proceso contractivo, hubo una reducción de la productividad laboral.
Esto explica por qué la suba de la actividad fabril no se traduce en mayores niveles de empleo. Si se miran los últimos datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA), los números son más modestos. En junio el empleo privado registrado manufacturero creció un 4 por ciento interanual y superó apenas en un 1 por ciento al total de asalariados de 2019. Esto indicaría que las empresas industriales están pudiendo responder a la demanda sin necesidad de aumentar su dotación de personal.
La encuesta de expectativas que elabora mensualmente el Indec abona esta hipótesis. De la misma surge que solo 1 de cada 10 firmas prevé tomar más trabajadores en el tercer trimestre del año en relación con el mismo período del 2020. Por el contrario, la gran mayoría se muestra conservadora, es decir, no evalúa cambios. Por su parte, de la misma encuesta surge que tampoco los empresarios estén planificando intensificar la jornada laboral: solo el 25 por ciento de las empresas proyecta un aumento en la cantidad de horas trabajadas.
Por otro lado, no se observa que el uso de la capacidad instalada esté en niveles elevados. Según los datos de Indec, se ubica en torno al 60 por ciento, con algunos sectores por encima de estos niveles. Esto estaría dando la pauta de que las empresas y los sectores tienen todavía margen para seguir aumentando sus niveles de producción sin necesidad de realizar importantes inversiones.
De cara a los próximos meses, todo indicaría que la industria continuará transitando sin sobresaltos el sendero de la recuperación, haciendo uso de las dotaciones de capital y de recursos humanos disponibles. Los empresarios industriales se muestran bastante cautos en términos de expectativas de crecimiento de la demanda para el próximo trimestre. Probablemente, esta situación se encuentre teñida por la proximidad de las elecciones de septiembre y noviembre, que pondría a la economía en un compás de espera.
(*) Economista (UBA), Magister en Economía y Desarrollo Industrial (UNGS).
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Plan para el desarrollo
Por Alejandro Naclerio (**)
Considerar la industrialización como fase sinequanon del desarrollo contrasta con las teorías dominantes que recomiendan la no política (eliminar ministerios, organismos y programas de apoyo productivo). Desde esta visión, los Estados gordos entorpecen a los mercados que florecen cuando no los contaminan regulaciones, impuestos, subsidios, etc. Ahora bien, ¿el fracaso económico argentino es culpa de que el Estado asfixia la inversión o se debe a la falta de estrategia pública de industrialización? Esta problemática debiera abordarse desde una mirada holista entendiendo las experiencias de desarrollo, comparables con Argentina.
Los países que más crecieron durante las últimas décadas implementaron Planes Industriales, al estilo de los “temidos” planes quinquenales peronistas. Tal es el caso de Corea del Sur (6 planes), cuyo PBI per cápita a principios de los años 1960 era un tercio del argentino y hoy es el triple, o China (15 planes), cuyo PBI per cápita en los años 1970 era 20 veces inferior al argentino siendo hoy ligeramente superior. A su vez, la evidencia empírica indica que las potencias como Estados Unidos, Japón y Europa lograron su competitividad industrial con altos salarios reales, apoyando con cuantiosos presupuestos sus corporaciones privadas y públicas.
En cambio, Argentina tiene baja competitividad con salarios estancados desde que la última dictadura quebró el modelo de sustitución de importaciones durante el cual -a pesar de los disfuncionamientos macro y las brechas micro de productividad- el producto subía, la educación mejoraba y se creaba empleo formal. Desde entonces, la desindustrialización expulsó trabajadores que no lograron ser reabsorbidos por el nuevo paradigma tecnológico, lo que generó exclusión social. En efecto, más allá de ciertos períodos de recuperación, en los últimos 45 años, la pobreza pasó de 4 por ciento a casi 50 por ciento, (40 por ciento, previo a la corona crisis). Estas divergencias revelan una errática trayectoria argentina que podemos resumir en 3 cuestiones:
1) Baja productividad de pymes industriales. Según la CEPAL, la brecha de productividad pyme -respecto de la gran empresa- es en promedio 20 por ciento para los países centrales y 70 por ciento para Argentina (media de América Latina). Es decir, mientras las firmas multinacionales operan con tecnologías similares en los diferentes tipos de países, el entramado pyme (99 por ciento del total de empresas) opera, en promedio, con un nivel de productividad de casi 3 veces inferior a las pymes de los países centrales.
2) Inexistencia de política sectorial: Las industrias relevantes tales como maquinaria computarizada, nuevos materiales, biotecnología, etc. concentran una gran masa de pymes en su articulación. En los países desarrollados, estos sectores actúan en entornos institucionales dinámicos con esfuerzos fiscales para la innovación, conformación de clusters, laboratorios de I&D, centros de servicios, etc. Mientras que los Programas Pymes en Argentina son horizontales, tienen muy baja cobertura (menos del 10 por ciento de las pymes acceden), están muy desarticulados y se sub ejecutan. Además, el diseño de herramientas públicas se orienta mayormente al mercado consultor y apuntan, en el mejor de los casos, a cubrir necesidades de las redes locales de las multinacionales.
3) Debilidad del Sistema Nacional de Innovación: el involucramiento pyme industrial y territorial depende de dos tipo de infraestructuras: física (obra pública) e intangible la cual se asocia a la acumulación de conocimientos, o sea a un sistema institucional que genere capacidades tecnológicas, donde la pyme no sea un simple apéndice descartable de la cadena global de valor sino que pueda potenciarse diversificando clientes y sustituyendo importaciones / proveedores; lo cual se logra atando la política industrial a la comercial, -tal como hizo el MITI japonés después de 1951-.
En suma, Argentina se retrasó comparativamente en su senda de desarrollo porque hubo desindustrialización, caída relativa de productividad y pérdida de capacidad tecnológica nacional sin involucramiento pyme en un marco histórico de liberalización económica o de políticas industriales de baja intensidad de gobiernos progresistas. Por eso es urgente, de una vez por todas, un plan consistente de política industrial.
(**) Dr. en Economía Universidad Paris 13, Profesor Investigador UNQ.