“Esto no puede ser otra cosa”, dijo James Marshall tras encontrar una pepita de oro y esas palabras bastaron para que se disparara la fiebre por ese metal precioso en California a mitad del siglo XIX. Más de 150 años separan aquel momento de la historia que presenta Ouro (va por Directv los lunes a las 23 –canal 201–) aunque la sed de aventura, el secretismo y la codicia se desprendan del mismo elemento. Uno que ocupa el frío escalafón 79 en la tabla periódica y en esta producción francesa es la llave para adentrarse en la selva de la Guayana con su escenario frondoso, sus negocios turbios, prostitutas, malandrines y pobres diablos, visto a través de los ojos de Vincent Ogier, un joven de veinte años que se busca a sí mismo. El ciclo consta de ocho episodios de una hora y se estima que habrá una segunda temporada.
La primera escena de Ouro, sin embargo, será en la oficina de la empresa minera Cayenor situada en Paris. Al protagonista le recitan el ascético mundo que le espera como científico. “¿Esta es la vida que quiere para usted?”, lo chicanean. Basta un simple “no” para que segundos después se lo vea en un helicóptero llegando al Amazonas, tomándose una lancha, matando mosquitos, escavando tierra, con el fin de hacer unas prácticas para esa compañía. El objetivo de esos primeros minutos es explícito: contrastar el mundo europeo con lo salvaje. Lo hace sin remordimientos ni demasiados parlamentos. Los realizadores confían en el poder de las imágenes que condensan toda clase de residuos coloniales.
Interpretado por Mathieu Spinosi, Vincent es callado, perspicaz, algo arrogante, pero en su mirada se nota que le gusta el riesgo. En su primera noche en una fonda de un pueblo perdido se mete en una trifulca para salvar a un tipo al que han navajeado. También es rápido para comprender que el auténtico patrón ahí –y en otras partes– es el oro. “Descubre que le gustan los bordes, va fluctuando, no puede saber todo de todo, está en una situación límite que le seduce y apasiona”, dijo el actor.
Además de la moral dudosa del protagonista, hay mujeres bellas y fuertes en un entorno tan bello como sórdido. Quien manda en San Elías es Antoine Serra (Olivier Rabourdin), el futuro mentor de Vincent es una mezcla de Lope de Aguirre, Bogart y capo mafia. “La vida se vive mientras se vive”, es una de las frases de cabecera de este criollo conocedor de las reglas del contrabando. El recién llegado lo convence de que una vieja mina abandonada podría contener más que habladurías, como sí la leyenda de El Dorado tuviera su reversión en la frontera con Surinam.
El ritmo narrativo de la serie apela a una cadencia sedante en la que se imponen ráfagas de intensidad. La búsqueda estética, por su parte, atrae con sus grandes panorámicas, explota el uso de la cámara en mano y se percibe un fortísimo trabajo de edición. También se apoya en el registro documental, especialmente en las escenas de trabajo. “La puesta en escena sobre el lavado de oro aluvial requería exactitud. Se trata de una técnica menos conocida que la excavación de túneles o romper piedras. Es lavar una y otra vez la tierra para encontrar las pepitas”, dijo su director Kim Chapiron. Según su creador, Fabien Nury, esta es una historia de “crimen y aventura” pero con una médula real. “El oro se encuentra en mis dientes, mi teléfono celular, en la joyería, y proviene del trabajo de esas personas que raspan la tierra y extraen el metal precioso, gramo tras gramo”, explicó Nury.
Ouro, en este sentido, opera sobre engranajes conocidos (el encuentro entre el novato con el veterano; la mística de los buscadores de oro; el entorno exótico visto desde ojos civilizados) reafirmándolos desde la contemporaneidad. Y sí, la totémica El Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad aparece como la gran influencia. Los realizadores son los primeros en reconocer ése y otros espejos. “No puedo evitar pensar en Humphrey Bogart en El tesoro de Sierra Madre. Ouro es también un thriller sobre el crimen organizado; un drama de “locura amazónica” de Werner Herzog o como en El salario del miedo de William Friedkin, y un western moderno, donde los vaqueros llevan gorras, camisetas de equipos de fútbol y celulares. Nada está reforzado, lo que intentamos es seguir a los personajes, que se mueven de forma natural a partir de un género u otro a lo largo de la historia”, sentenció Nury.