El feminismo popular nos permite ampliar el concepto liberal de democracia,realizando un aporte fundamental a la construcción de un proyecto popular y progresista. Propongo pensar la opresión y la injusticia de género a partir de tres dimensiones centrales: la desigual distribución de la riqueza, del tiempo y del deseo. El feminismo popular nos ayuda a pensar el poder en clave interseccional, revolucionaria, crítica. Por eso, se despliegan contra él discursos y fuerzas conservadoras que pretenden limitar su impulso transformador y emancipatorio.
Transitamos una fase donde el capitalismo neoliberal busca superar su crisis, redoblando su agresividad, acentuando la dominación y el control sobre los cuerpos, en particular sobre los cuerpos racializados y feminizados. También sobre los territorios, reforzando la explotación de la fuerza del trabajo y de los bienes comunes de la naturaleza. Esta dinámica supone una profundización de las crisis sociales, ambientales, alimentarias, políticas y económicas.
Atravesamos una crisis civilizatoria sin capacidad de gestar nuevos sueños de integración o de progreso. Lo que el capitalismo contemporáneo nos viene a ofrecer constantemente son nuevas pesadillas, donde crece la segregación de sectores enteros de la población, el miedo, el odio y la criminalización a la persona diferente y a las diferencias, y la gestión cotidiana de las inseguridades como forma de dominación política.
Lo preocupante es que esta crisis, con muy contadas excepciones, está siendo profundamente capitalizada por expresiones políticas de derecha, xenófobas, neofascistas, y misóginas. Nosotras sabemos siempre que “crisis” es oportunidad, pero también sabemos que la oportunidad es más grande para aquel o aquella que está en mejores condiciones de aprovecharla. Lamentablemente, son las clases dominantes, las potencias opresoras, los varones blancos propietarios los que están en mejores condiciones de capitalizar esta crisis.
Parte de las debilidades con las que tenemos que enfrentar las crisis están en el enorme peso que tiene la ausencia de alternativas sistémicas que sean creíbles para millones de seres humanos. No hay una alternativa antisistémica global o un adversario global al capitalismo, y esta ausencia se hace sentir de manera más evidente en tiempos como los actuales, donde el capitalismo neoliberal no tiene nada que ofrecer a la humanidad, frente a semejante crisis como la que nos ha tocado atravesar.
No creo que esto nos tenga que llevar al desánimo o a la frustración, pero sí a reconocer o caracterizar correctamente el momento histórico que vivimos y a repensar dónde estamos.
Estamos atravesando una ofensiva de las derechas a nivel global, con proyectos reaccionarios, que se presentan con una agenda anti-derechos, con un recrudecimiento sistemático de los ataques a los proyectos progresistas, con el resurgimiento de idearios dictatoriales. Una ofensiva que pretende acallar la construcción de toda referencia alternativa al capitalismo neoliberal, cualquier expresión de resistencia popular y de movilización social democrática, como son los feminismos.
El feminismo popular es un proyecto emancipador y civilizatorio que realiza un cuestionamiento integral al sistema de jerarquías y de opresiones que está imbricado estructuralmente a la reproducción del capital.
En un contexto de avanzada neoliberal en el orden global, el feminismo tiene la virtud de denunciar y dejar al descubierto que las desigualdades existen, que son productos del sistema, que no son un error, sino parte constitutiva de la reproducción de un sistema político de opresiones que maridan al patriarcado con el capitalismo.
El feminismo popular permite comprender los tres vectores que operan en los procesos de opresión y dominación que están atravesados por el género:la injusta distribución de la riqueza, del tiempo y del deseo.
Distribución de la riqueza
La desigualdad en el mundo es escandalosa. Pero es necesario remarcar que además de ser escandalosa, la desigualdad tiene género. Las mujeres, las lesbianas, gays, travestis, bisexuales e intersex constituyen la mayor parte de los hogares más pobres del mundo. Dicho porcentaje, en lugar de disminuir, va en aumento.
Los 22 hombres más ricos del mundo tienen más riqueza que todas las mujeres de África juntas. A nivel mundial, la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 24% y al ritmo actual necesitaríamos 170 años para cerrarla. En esa brecha no entran las diversidades, porque ni siquiera se las mide. El 75% de las mujeres de los países en desarrollo trabajan sin contrato laboral, carecen de derechos o no tienen acceso a la seguridad social: sí, tres de cada cuatro mujeres no acceden a la seguridad social en el mundo. En América Latina, el 54,3% de las mujeres se encuentran ocupadas en sectores que presentan precariedad desde el punto de vista de salarios, sin formalización del empleo, sin seguridad en el puesto de trabajo y muchísimo menos acceso a la protección social.
En Argentina, la situación no cambia. Las mujeres están sobrerrepresentadas en el 10% de la población de ingresos más bajos, siendo entre el 69% y el 70%. Siete de cada diez personas en el decil más pobre son mujeres. Por otro lado, en el 10% de personas con ingresos más altos, las mujeres estamos subrepresentadas, siendo sólo el 37%. O sea, en el decil más rico de la sociedad casi 7 de cada 10 personas son hombres. Del total de las personas alcanzadas por el impuesto a los bienes personales, en el año 2019, sólo el 34% fueron mujeres, lo que refleja una enorme asimetría en la distribución de la titularidad de los patrimonios que son alcanzados por ese impuesto.
Distribución del tiempo
La división sexual del trabajo asigna a las mujeres y a las diversidades las tareas eminentemente reproductivas y a los varones las tareas productivas. Ante esta injusta distribución del tiempo, el feminismo popular trabaja por una organización social de los cuidados mucho más justa.
Se entiende como tarea de cuidado a todas aquellas actividades vinculadas a la asistencia de niños niñas y niñes y de todas las personas adultas mayores y en situación de discapacidad que lo requiera, como también todo lo que implica la gestión del hogar, como cocinar, lavar, planchar y comprar. Social y culturalmente todas esas tareas están asignadas y valorizadas como propias de las mujeres y no se les toma como trabajo.
En este sentido, entendemos que la desigualdad en los cuidados antecede y está profundamente conectada con la desigualdad salarial, con la feminización de la pobreza y con la perpetuación de situaciones de violencia, justamente ante la falta de autonomía económica que tenemos las mujeres. Según la OIT, en el promedio mundial, las mujeres hacen tres horas diarias de trabajo remunerado y 4,4 de trabajo y cuidado no remunerado. Este es el promedio mundial. Los varones, en cambio, suman al promedio mundial de horas de trabajo remunerado 5,4 y sólo 1,4 del trabajo de cuidado no remuneradas.
La asignación de la vida privada y doméstica a las mujeres y del empleo en el mundo público a los varones incide de una manera determinante en la vida de las mujeres y de todos los cuerpos feminizados. Dedicar ese tiempo al ámbito privado incide en muchos problemas públicos. Se traduce en la feminización de la pobreza, porque tenemos los tiempos y los recursos ocupados en el cuidado, y también en que las mujeres tengamos mayores índices de desempleo y de informalidad laboral. Es decir, las mujeres tienen menos chances de ser contratadas porque puede tener a su cargo hijos o hijas, o por esa misma razón buscar trabajos de menor carga horaria para poder compatibilizar con la cantidad de horas que requiere para el cuidado, lo que en definitiva incide en la brecha salarial. Tomamos o nos ofrecen trabajos de menos horas, peores pagos, de menores responsabilidades, que tengan menos exigencias, y en sectores parecidos al cuidado -maestras o enfermeras, entre otras-.
La asignación de todas esas tareas, además de estar subvaloradas, social y económicamente, también incide en nuestra presencia en la participación política, donde también estamos subrepresentadas. Todas sabemos que para poder ocupar espacios de representación política se requiere tiempo, exigencias, militancia. En las desigualdades entre las propias mujeres también impacta, porque cuando algunas tienen o tenemos la capacidad económica para delegar estas tareas en otras mujeres, podemos tener más tiempo, y cuando muchas, miles, no cuenta con esa posibilidad además de todo, tampoco ocupan espacios de representación política y sus voces no están presentes en los espacios públicos-políticos. De este modo, también se agranda la desigualdad intragénero, debido a la división sexual del trabajo. Por esto, siempre digo que las mujeres pobres cuidan a sus hijos e hijas, y a los hijos e hijas de las demás familias.
Sin embargo, el impacto más profundo de esta división entre lo público y lo privado tiene que ver con los fines últimos de la economía. ¿Cuántas veces los proyectos neoliberales nos pidieron ajustar nuestra calidad de vida para que crezca la producción? ¿Cuántas veces se comenzó por recortar los sectores y los servicios asociados al cuidado y al vivir bien? Lo que en definitiva tendría que ser el fin último del sistema económico, se vuelve siempre la variable de ajuste. Todo esto para generar riquezas, que casi nunca llegan a quienes efectivamente cedieron su propio bienestar. Es imperdonable que la desigualdad económica y la persistencia de los altos niveles de pobreza, en el marco de un crecimiento excluyente, sean los datos característicos de los países de nuestra región.
Si apuntamos honestamente a la igualdad de género, debemos cuestionar el modelo de desarrollo productivo vigente: un modelo que agota recursos naturales e impacta en la vida de las personas, pero, con particularidad, en la vida de las mujeres. Por eso, replantear los modelos de desarrollo amerita incluir transversalmente la perspectiva de género, que integre el mundo reproductivo, pero de manera crítica.
Entonces, la igualdad de género y la definición de modelos de desarrollo más inclusivos requieren siempre Estados presentes, fuertes, con capacidad de diseñar, pero también de asegurar la efectiva implementación de las políticas públicas. Estados con capacidad y con voluntadde mejorar las condiciones de vida de las personas.
En nuestra región prima una profunda división sexual del trabajo y una injusta organización de las tareas de cuidado, sostenido, en gran medida, por la fuerte persistencia de patrones culturales patriarcales, discriminatorios y violentos. Por eso afirmamos que el Estado, en su rol de garante de la justicia social, tiene que colocar en el centro mismo de las prioridades políticas, la organización de los cuidados. Se trata de poner a los cuidados en el centro de la vida y a la vida en el centro del desarrollo de la economía. Sin este ciclo, que para nosotros es un ciclo virtuoso, no vamos a poder nunca reducir estas brechas de desigualdad que nos han atravesado y nos han marcado históricamente.
Distribución del deseo
Como último vector, sostengo que el patriarcado se basa en una injusta distribución del deseo.
El patriarcado tiene su génesis más allá del capitalismo y de su origen colonial. Fue Rita Segato quien desplegó evidencias que señalan la existencia de alguna forma de patriarcado o de preeminencia masculina en el orden de estatus de sociedades no intervenidas por el proceso colonial, a partir de lo que se conoce como “mitos de origen”. No hay ninguna duda sobre la investigación que ha llevado adelante Silvia Federici sobre estos asuntos. Invito a todes a la lectura de sus trabajos, en particular del libro Caliban y la Bruja, que trabaja sobre la historia de la transición del feudalismo al capitalismo. Federici ha probado que la acumulación originaria no avanzó sólo sobre el feudalismo, la derrota del campesinado y de ciertos movimientos urbanos que reivindicaban la vida comunal y el reparto de las riquezas bajo la forma de diferentes herejías religiosas, sino que la conquista, la esclavitud y la explotación de América tuvo como principal objetivo a las mujeres. Es justamente en el centro de la acumulación originaria que la feminista ítalo-estadounidense ubica la cacería de brujas en los siglos XVI y XVII. Traigo este estudio para poder destacar que las mujeres han sido históricamente objeto de una particular explotación y que existe una relación directa entre la casa de brujas y la división sexual del trabajo, que en definitiva nos recluye al trabajo reproductivo.
La obstrucción, la barrera, el impedimento a las tareas productivas y la imposición de las reproductivas fueron llevadas adelante, ni más ni menos, por medio de la máxima violencia estatal. De ese modo, tanto los roles sexuales como la femineidad son construcciones constituidas para las mujeres como función-trabajo, justamente bajo una cobertura, que es la del destino biológico. En este sentido, nuestros cuerpos fueron objetos centrales en esta constitución. De ahí que la maternidad, el parto y la sexualidad pasaron a ser objeto de regulación estatal, y aún lo siguen siendo. Es ahí, en ese punto, que se sitúa el control del deseo.
El programa del feminismo popular
Sobre estos tres ejes (riqueza, tiempo, y deseo) enuncio un breve listado de desafíos sobre los que se construye colectivamente el feminismo popular.
El feminismo popular pone en el centro de todo proyecto político a la vida.
Desde los feminismos no pensamos el poder como subordinación, sino como una forma de consenso y de potenciación; una capacidad para poder realizar y también pensar las relaciones de poder como algo más circundante, como una serie de vínculos complejos y comunitarios Relaciones de poder que nos exigen movernos en redes.
Los feminismos populares tienen una capacidad de interpelación sistémica muy potente y por eso son anti-racistas, anti-coloniales, anti-neoliberales, anti-capitalistas, anti-extractivistas y ambientalistas, lo que nos genera un enorme desafío en el aquí y ahora que nos toca sostener, en el momento mundial que estamos insertos e insertas.
El feminismo popular busca construir poder popular.
Quienes actuamos en el campo del feminismo popular tenemos además la posibilidad de demostrar que hay una forma de ejercer la política en clave feminista, distinta a la hegemónica, distinta a la masculina, con otros códigos, construyendo otros saberes y otras prácticas porque, de este modo, también trabajamos para modificar la correlación de fuerzas contra el patriarcado. En definitiva, si la política es el arte de hacer posible lo que hasta ayer resultaba imposible, la política feminista significa también hacer creíble que podemos vivir en un mundo que vale la pena ser vivido, en un mundo de iguales, y sin violencias por motivos de género.
Discursos que atacan, acallan, invisibilizan
Esta potencia que tiene este proyecto político, genera, por otro lado diferentes discursos que lo intentan minimizar –afirmando que un proyecto de la clase media, un fenómeno urbano marginal-, otros que lo quieren acallar y otros que, directamente, lo atacan frontalmente.
Llamo particularmente la atención respecto de estos últimos discursos porque los estudios que se han dedicado a analizarlos nos enseñan que siempre tienen una mirada trasnacional y que, a la vez de ser ofensivas antigéneros, presentan rasgos o dinámicas de desmocratización –entendiéndolos como erosionadores del tejido democrático-.
Además el accionar de grupos ultra conservadores y antiderechos en América Latina y el Caribe viene de décadas atrás, siempre con una fuerte articulación con el poder político y económico, y en los últimos tiempos de la potencia y crecimiento del movimiento de mujeres y diversidades, se incrementó fuertemente la contraofensiva pública y política contra la igualdad de género, los avances de derechos de las mujeres, de las personas LGBTIQ, los derechos sexuales y reproductivos, en especial el derecho al aborto y a la educación integral en la sexualidad.
América Latina enfrenta una muy articulada y financiada contraofensiva del neoconservadurismo religioso, neointegrismo religioso, que se con una enorme inserción social –en el ámbito de la política, la educación, los movimientos sociales- y con la capacidad enorme de disciplinar subjetividades y la habilidad de hacerlas dóciles políticamente –con discursos amigables, populares- en definitiva buscan restaurar “la familia” y la complementariedad de los masculino y lo femenino, por eso son férreos combatientes contra el avance de los derechos reproductivos de las mujeres, y se aglutinan bajo el rotulo de combatir la “ideología de género” que bien vale la pena recordar, que esta fórmula fue acuñada por el Vaticano a partir de 1990.
Es fundamental seguir de cerca estas dinámicas de “des-democratización”, en particular, en este presente en el que los derechos humanos, la igualdad y la libertad en las esferas de género y de la sexualidad se encuentran más en disputa que nunca.
Como decía Gramsci: “en rigor, científicamente lo único que se puede prever es la lucha”. Aunque no sepamos de antemano el resultado de esa lucha, creo que tenemos que afrontarla con mucha pedagogía, pero también con mucha alegría y, sobre todo, con la responsabilidad de conciencia que implica saber todo lo que está en juego.
El presente texto es una adaptación de la clase que Elizabeth Gómez Alcorta realizó en el Curso “Estado, política y democracia en América Latina”, donde fue presentada por Pablo Gentili. La clase completa puede encontrarse en: www.americalatina.global
El Curso Internacional “Estado, política y democracia en América Latina” es una iniciativa destinada a militantes y activistas sociales, funcionarios públicos, docentes, estudiantes universitarios/as, investigadores/as, sindicalistas, dirigentes de organizaciones políticas y no gubernamentales, trabajadores/as de prensa y toda persona interesada en los desafíos de la democracia en América Latina y el Caribe. Ha sido promovido por el Grupo de Puebla, el Observatorio Latinoamericano de la New School University, el Programa Latinoamericano de Extensión y Cultura de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro y la UMET. Fue organizado por la Escuela de Estudios Latinoamericanos y Globales, ELAG, y contó con el apoyo de Página12.
Coordinación general: Carol Proner, Cecilia Nicolini y Pablo Gentili