Me recuerdo de pibe en aquellas tardes domingueras de los ‘70, pegadito a la Spica, prolongando alguna merienda de Vascolet y galletitas Jungla. Eran años del Gringo Scotta, Mouzo, el Pato Fillol y el árbitro Pestarino. El dial, tradicionalmente, se clavaba en la Rivadavia del Gordo Muñoz porque tenía cronistas en todas las canchas y eso te hacía sentir más informado. Por ahí espiaba qué decían Yiyo Arangio o Parnisari en otros diales pero siempre volvía al 630 con las transmisiones del “fútbol pasión de multitudes” que anunciaba Leopoldo Costa, el locutor comercial de Muñoz, no tanto por convicción sino por descarte: todavía faltarían unos años para que arribara a nuestro país el gran Víctor Hugo y me volara la cabeza.

Me gustaba cuando Dante Zavatarelli iniciaba sus comentarios iniciales con sus tradicionales “augurios de una tarde feliz” porque yo sentía que pasaba una tarde feliz disfrutando de esa fiesta radial de fútbol argento. Me encantaban los aportes informativos y estadísticas en la inconfundible voz de Roberto Ayala, pero debo decir que lo que más me llamaba la atención era la tarea de un tal Marcelo Tinelli. A los 8 ó 9 años de edad ni idea tenía yo acerca de mi futuro, apenas si estaba entendiendo el presente, y eso que los mayores te jodían siempre con esa pregunta acerca que qué ibas a ser cuando seas grande. Ni lo pensaba, pero seguro lo que más me podía conformar era hacer la tarea que hacía aquel Marcelo Tinelli al borde del campo de juego. Si eso era un trabajo era un laburo fácil, pensaba yo. El tipo se ubicaba a un par de metros de la raya de cal y esperaba atento la indicación de Muñoz. “¿Córner número, Marcelo?", preguntaba el Gordo y el joven Tinelli hacía que laburaba de periodista deportivo diciendo “cuatro, José María”, si es que era esa la cantidad exacta de tiros de esquina pateados hasta el momento, claro, si decía cuatro y habían sido siete, evidentemente el futuro presentador de Videomatch estaba haciendo mal su trabajo o le estaba haciendo una de sus futuras jodas a Muñoz.

Laburar de eso era los más cercano a la perfección, pensaba yo, tal vez erróneamente: sólo tenías que anotar en una libretita la cantidad de córners, mirabas los partidos gratis, bien cerca de los jugadores que admirabas y encima te pagaban por eso. Cerraba por todos lados.

Pero claro, con el tiempo la cosa se le fue complicando a los nuevos Tinellis del periodismo y de la profesión que yo aspiraba a tener. En estos tiempos, podés leer los resúmenes de los partidos con el minuto a minuto y además de la cantidad de córners, ahora te informan el porcentaje de posesión de la pelota de cada equipo, los remates al arco, y de éstos tiros cuántos fueron desviados y cuántos atajados. Y las faltas, las tarjetas amarillas y las rojas. Y las posiciones adelantadas. ¡Y la cantidad de pases da cada equipo! Y uno se preocupa por el pobre tipo que se ocupa de eso, ni tiempo tiene de anotar tanto dato mientras relojea el partido, cuenta tiros libres y evalúa los pases. ¿Cómo saber si el pase número 135 realizado tras el córner número 11 se convierte en el noveno remate al arco atajado o en el décimo tercer tiro desviado? Los que se ocupan de tamaña tarea no tienen 10 manos ni 10 horas para entregar el informe, ni tiempo tienen para comerse un choripán de parado. Déjenlos respirar.

Ahora entiendo por qué Tinelli largó el periodismo deportivo justo antes de tal avalancha informativa. Habrá dicho: “Esto es mucho, no puedo desperdiciar mi talento con esto. Las nuevas generaciones necesitan de mi carisma, mis cámaras ocultas y mis chistes machistas”. Hiciste bien, Marcelo. Ahora que volviste al fútbol como capo de la Liga Federal te debés acordar del Gordo Muñoz que al lado de lo que ocurre hoy, lo único que te pedía, apenas, era la cantidad de córners.