El mundo talibán no se circunscribe a Afganistán. No es solo un fusil Kalashnikov, milicias con turbante y barbas de profeta, ni una versión del Corán no apta para blandos. Como ahora. No es apenas un vecino distante, ajeno a nuestra cultura occidental, que en definitiva intentó imponérsela por la fuerza con una dieta de invasiones sucesivas y de bombas. Una receta cuyo copyright está registrado en Washington y que Estados Unidos aplicó en varios países del mundo islámico. El mundo talibán es una creación que excede sus fronteras. Empezó a financiarse cuando la Unión Soviética invadió en 1978 este país de gente empobrecida que camina sobre un suelo apetecible por sus riquezas. Pareciera que hoy asistimos a su advenimiento, pero no es así, cuando caen jóvenes desde aviones tratando de huir en un tren de aterrizaje, su destino irremediable. Estamos ante el umbral de un momento crucial. Cuando las mujeres empiezan a firmar su propia sentencia de muerte o a caer en la esclavitud de los señores de la guerra si se quedan, pero no es la primera vez que les sucede. Llevan más de cuatro décadas de opresión interna, aunque las calamidades provienen desde adentro y desde afuera.
Las militantes reunidas en RAWA, la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán, saben de guerras interminables y de quienes las propiciaron. Nacieron como organización en Kabul. Corría 1977 durante la ocupación soviética. Su líder Meena Keshwar Kamal fue asesinada en Pakistán diez años después por una subsidiaria afgana de la KGB. Ni los yijadistas, ni los talibanes, ni las fuerzas de tareas que envió de a oleadas EEUU intimidaron a esas mujeres que luchan contra el patriarcado, por el socialismo y un país secular. La prensa occidental casi ni las menciona pero ellas están, resisten, intentan que se escuche su voz.
“Siempre que existan fundamentalistas como fuerza militar y política en nuestra tierra herida, el problema de Afganistán no se resolverá. Hoy en día, la misión de RAWA por los derechos de las mujeres está lejos de terminar y tenemos que trabajar duro para establecer un Afganistán independiente, libre, democrático y secular. Necesitamos la solidaridad y el apoyo de todas las personas del mundo” dice la organización en una de sus publicaciones. Sus integrantes no son las únicas que se opusieron al avance talibán.
Salima Mazari es de la comunidad hazara, de origen chiíta, la tercera minoría del país. Gobernadora del distrito de Chahar Kent, en la provincia de Balkh, todo indica que está detenida por los talibanes, a quienes enfrentó con las armas en la mano. Medios internacionales informaron sobre lo que pasó con esta mujer de 39 años que alcanzó a reclutar unos cuantos centenares de milicianos. “Fue capturada durante los últimos días por los talibanes” mencionaron. Activistas en todo el mundo pidieron por su libertad pero se desconoce su paradero.
“A veces estoy en la oficina en Charkint, y otras veces tengo que tomar un arma y unirme a la batalla”, había declarado en una entrevista para The Guardian a principios de agosto. De origen iraní, hija de refugiados que huyeron de Afganistán a fines de los 70, se quedó a resistir el avance talibán. Muchos de sus colegas, gobernadores y hombres, se rindieron sin oponer resistencia. Ella, en cambio, enfrentó a sus enemigos sin medir el riesgo.
Otra política que permanece en Afganistán es Zarifa Ghafari. Alcaldesa jovencísima de Maidan Shahr, en la provincia de Vardak, empresaria y activista, asumió su cargo con apenas 26 años en marzo de 2019. Desde entonces fue amenazada de muerte por los talibanes. Y en su primer día de trabajo fue intimidada en su despacho por un grupo de hombres indignados con su designación. La revista Time la nombró entre los 100 jóvenes más influyentes del mundo. Siempre luchó por empoderar a las mujeres. “Estoy sentada aquí esperando a que vengan”, declaró hace unos días. “No hay nadie que me ayude a mí ni a mi familia. Solo estoy sentada con ellos y mi esposo. Y vendrán por gente como yo y me matarán. No puedo dejar a mi familia. Y de todos modos, ¿a dónde iría?” se preguntó.
El 11 de agosto pasado una periodista afgana de 22 años contó su huida hacia un lugar seguro resguardada por el anonimato: “Todas mis compañeras en los medios de comunicación están aterradas. En su mayoría han conseguido huir de la ciudad y están tratando de encontrar una forma de salir de la provincia, pero estamos completamente rodeadas. Todas nos hemos pronunciado en contra de los talibán y nuestro periodismo los ha hecho enfurecer. En este momento hay mucha tensión. Solo puedo seguir huyendo y confiar en que se abra pronto una vía para salir de la provincia. Recen por mí, por favor”, pidió.
Khalida Popal tiene 34 años y nació en Kabul. Fue capitana del seleccionado afgano de fútbol, pero a diferencia de la inmensa mayoría de las mujeres de su pueblo está a resguardo en Copenhage. Fundadora y directora de la ONG Girl Power Organization (Organización del Poder Femenino) intenta empoderar y vincular entre sí a jóvenes de Europa y Medio Oriente a través del deporte y la educación.
Todavía en contacto con sus excompañeras de equipo en Afganistán, contó desde Dinamarca: “les he pedido por favor que eliminen sus redes sociales con sus fotos, que escapen y se escondan. Hasta les pedí que quemen o se deshagan de sus camisetas”. La ex futbolista tuvo que abandonar su país por las amenazas de muerte que había recibido. Dejó de jugar en 2011 y se dedicó a trabajar desde la Asociación de Fútbol de Afganistán. Bajo ataques permanentes, se vio obligada a huir y buscó asilo en 2016. “Mi vida corría un gran peligro”, explicó.
Samia Walid, militante de RAWA, definió hace un par de años el papel de EEUU en su país: “Los Estados Unidos invadieron Afganistán con el pretexto de los ‘derechos de las mujeres’, pero lo único que han traído a nuestras mujeres en los últimos dieciocho años es violencia, asesinatos, violencia sexual, suicidios, autoinmolaciones y otras desgracias. Estados Unidos llevó al poder a los enemigos más feroces de las mujeres afganas, los fundamentalistas islámicos”.
Hay un mundo talibán que se devora todo y supera la aureola criminal de estos grupos con status diplomático. Los hechos confirman quiénes alimentaron al monstruo que se percibe en Occidente. El gobierno de Donald Trump negoció condiciones con ellos en Doha, Qatar, para la retirada de las tropas norteamericanas. Varios de sus líderes que ahora tomaron el poder en Afganistán estaban refugiados en el emirato. Firmaron un acuerdo el 29 de febrero de 2020. Hoy es cartón pintado. Las mujeres afganas son su principal blanco junto a los funcionarios que Estados Unidos dejó a la intemperie.