Desde Barcelona

UNO Rodríguez y su hijo salen de ver la nueva Suicide Squad. Graciosa y explosiva y ya lista para ser reemplazada por la siguiente. Y se entiende: el escuadrón no es de suicidas, lo suicida es la misión. Así es la vida después de todo y antes que nada, piensa Rodríguez. Pero lo que más le divirtió fueron las vibraciones de X Man adolescente que parecía emitir su hijo, en la butaca de al lado, cada vez que Margot "Harley Quinn" Robbie calentaba la pantalla con sus contoneos. Y entonces Rodríguez sonrió y se tranquilizó. Y se dijo que no, no hay peligro de que alguien que vibra así, tan vivo a pesar de "lo de Messi", sea un suicida en potencia.

DOS Porque la impotencia que despierta la mala noticia está en todos lados: cada vez son más los jóvenes que cada vez piensan más en suicidarse. Otra pandemia, sí, y con vertiginosas cifras de propagación. El tema del Covid derivando en enfermedades mentales y --especialmente entre los más tiernos-- en las duras ganas de darse de alta/baja de la manera más terminal y terminante posible. Pero el virus es apenas la aguda punta del iceberg sobre la que saltar para ensartarse de algo que ya venía siendo grave y apenas sumergida cuestión de fondo: el no future de los punks (que sí lo tenían y fue la new wave) mutando en más fucked me que fuck you: en más estar jodido que en jódanse. Climático y virósico cambio de humor. Así, cada vez más el absoluto convencimiento de que a los hijos millennials les irá mucho peor profesionalmente que a los centennials padres. Así, aumento de turbulencias depresivas de vértigo acompañadas de indigeribles trastornos alimentarios y una media de diez suicidios diarios en España, mayor consumidor de tranquilizantes del mundo. Así, los hogares contagiados se convirtieron en "ollas a presión" rebosantes de embotellados mensajes con caligrafía molotov. Y la cosa ya venía mal gracias a las des/gracias de los acosados y caídos en redes sociales donde la autoeliminación era desafío máximo que, seguro, conseguiría más likes y dolidos emojis. Y "lo más duro está por venir", vaticinan oráculos y psiquiatras, en un país a la que se le reprocha ser el único de Europa que no cuenta con plan nacional de prevención y sin especialidad en psiquiatría de infancia y adolescencia ni teléfono de tres dígitos y ayuda nacional (sí hay emprendimientos autonómicos) como el que recibe casos de violencia de género donde cantar sus psycho-blues que jamás serán best-sellers cool como los del verdadero pero inexistente JT LeRoy. Existe, sí, la fundación sin fines de lucro ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo) que reportó un 145% del aumento de S.O.S. de jóvenes comunicando en su chat sus intenciones de dar un auténtico gran paso en falso al vacío (11.671 casos graves en lo que va del año) mientras los adultos intercambian coloridas pastillitas de variable voltaje/gramaje.

Y España ni siquiera tiene arty-ícono Young Adult sobre la cuestión.

Son todos importados.

TRES Y Rodríguez y su hijo hacen un alto en la Fnac y ahí está esa joven rubia en portada de Rolling Stone marcando escote en páginas internas. Y al hijo se le dilatan las pupilas pensando que allí está --con gesto sufrido por las maniobras de la Disney a la que ahora denuncia por devaluante estreno de lo suyo en streaming-- Scarlett Johansson. Pero no: resulta que es una tuneada Billie Eilish de 19 años. Y se titula, irónicamente (Rodríguez se acuerda de cuando Alanis Morrisette arrasó con su propio álbum-alegato generacional en el que cantaba "irónico" cuando en verdad quería decir "paradójico") Happier Than Ever. Y aunque allí su look ya no sea el de criaturita goth-pesadillesca de Tim Burton mal embolsada en sudaderas deportivas y aspire más al de ahora muy joven y voluptuosa y lacrimosa viudita negra y dorada, lo de adentro (Rodríguez lo comprueba en los audífonos de prueba de la mega-store) es más de lo mismo. Atmósfera electro-jazzy-prog-muzak ideal para fans con humor cada vez más negro crepuscular. A Rodríguez le interesa mucho más Lana Del Ray (es más David Lynch); pero lo de Eilish no está mal. Aunque cabía esperarlo: a las travesuras teen-góticas del multi-premiado y mega-vendido When We All Fall Asleep, Where Do We Go? ahora le llega insomnio-resacoso de lamentaciones por fama y acoso macho e inconformidad con el propio cuerpo al que todos no dejan de mirar fijo. Y lo hace con gracia y talento. Y si en algún momento (Rodríguez está leyendo una muy nueva y buena biografía de ella: You Are Beautiful and You Are Alone) a lo de la gélida en llamas Nico se lo etiquetó como "música ideal para suicidarse", lo de Billie Eilish bien puede catalogarse como música para pensar en suicidarse pero mejor dejarlo para más adelante. Y en Rolling Stone, Eilish recuerda que más de una vez jugó con sus muñecas y hojilla de afeitar. Rodríguez --tanteando temperatura ambiente-- le pregunta a su hijo si le gusta Billie. Y el hijo le responde que prefiere a esa suerte de mantis-replicante de cromadas líneas aerodinámicas: Taylor Swift, siempre tan satisfecha de sí misma y abandonando novios en puentes y estrofas y estribillos. "Todo bien", suspira Rodríguez aliviado.

CUATRO Y Rodríguez lee que la OMS publicó informe donde se señala que la crisis por Covid 19 ha perturbado/paralizado los servicios de salud mental críticos en el 93% de los países y que The Lancet Psychiatry contó que al 18% de los pacientes en Estados Unidos que contrajeron el coronavirus se les diagnosticó mala salud mental entre 14 y 90 días después del más negativo de los positivos.

Y Rodríguez se pregunta si sólo se es suicida en el breve pero inmenso acto de suicidarse del mismo modo en que uno se muere (verbo y no sujeto) en cuestión de segundos. El muerto "natural", se sabe, es para uso y desuso de los vivos que lo sobreviven y que, de inmediato, lo resucitan con correcciones a menudo incorrectas. El muerto suicida, en cambio, será para ellos el por siempre y cada vez más doloroso de los finales abiertos.

Y Rodríguez se acuerda de que su primer encuentro con el suicidio fue, en su pubertad, al final de Martin Eden de Jack London: la historia de ese marinero utopista cumpliendo su sueño de ser escritor famoso para tacharse en la última página y así alcanzar "el instante en que se sabe para dejar de saber".

Y Rodríguez prefiere no pensar en su hija treintañera pero adolescente que no deja de recitar a Plathsextonpizarnik y tomarse selfies con sus libros y textear que todo el tiempo piensa en suicidarse porque entonces se siente más viva que nunca. Pero lo cierto es que Rodríguez la percibe (a ella y a su generación) cada vez más lejos de cortarse sus propias venas y cada vez más cerca de salir a seccionar aortas ajenas. Sin preocuparle veredicto o lectura de cartilla en voz de Señor Juez que grite y martille en vano eso de "orden en la sala" (y que muchos entenderán como "a saltar por las ventanas") mientras Billie Eilish susurra alguna de sus nuevas canciones tituladas "Getting Older" o "Everybody Dies".

Y --Rodríguez ni con ayuda de somníferos, luego de enterarse del acaso autodestructivo hallazgo de virus de 15.000 años en el Tíbet que "no se parece a ninguno de los catalogados hasta la fecha"-- nadie descansa en paz y con suicida misión cumplida y más o menos sabio.