“¿Qué opina el compañero crítico de mi Presidencia?” La pregunta, en plena Quinta de Olivos, le llegó como una cachetada. Corría el año 2007 y Néstor Kirchner abría el juego para medir al periodista que tenía enfrente. “Creo que fuiste el mejor presidente argentino después de la primera presidencia de Perón”, le contestó Mario Wainfeld. Una década después de aquella charla, Wainfeld se encargaría de reconstruir la historia de ese presidente al que sentiría más cerca suyo y al que mejor conocería de todos los que pasaron por la Casa Rosada en sus 30 años de oficio, pero del que también tendría que aprender a distanciarse para poder retratarlo en toda su complejidad. El libro que surgió de ese proceso se titula Kirchner, el tipo que supo (Siglo Veintiuno Editores), y fue presentado este fin de semana en la Feria del Libro.
“Era necesario un libro como el de Mario, que pueda reivindicar un proceso político sin ser apologético y apostando a generar una mirada crítica sobre el último período de nuestra historia”, dijo Carlos Díaz, director de Siglo Veintiuno Editores, para abrir una mesa de la que también participaron el periodista y poeta Martín Rodríguez –compañero de Wainfeld en el programa radial Gente de a pie–, el cronista Cristian Alarcón, director de la revista Anfibia, y el propio autor. En un auditorio repleto, Kirchner, el tipo que supo, que ya lleva más de treinta mil ejemplares vendidos y una veintena de presentaciones a lo largo del país, permitió no solo adentrarse en los años de Kirchner como Presidente, sino también revisar los hechos clave de su vida política, desde su desempeño en la Unasur hasta el rol central que jugó durante la aprobación de la ley que permitió el matrimonio igualitario.
“En el 2003, cuando nadie podía explicar lo que pasaba con un tipo que gobernaba un país dado vuelta que echaba a todos sus políticos, Mario Wainfeld ya vio lo que se venía. Quizás porque es el único tipo que puede ser progresista y peronista al mismo tiempo”, bromeó Martín Rodríguez, director de la revista Panamá. “Mario es un periodista que tiene calle, palacio y biblioteca, y que pudo ver de entrada a un presidente en el que se mezclaban la militancia de los setenta y la capacidad para moverse dentro de esa arquitectura del poder que se tejió en los noventa. Y en el libro, que parece también un tratado político, cierra ese proceso que vivió tan de cerca y que cuenta mejor que nadie”.
Los miembros de la mesa de presentación trataron todo el tiempo de alejarse de la nostalgia, de presentar el libro no como el recuerdo de esa primera época de “desconcierto feliz” –como la definió Rodríguez– ni de la sensación de haber saboreado una victoria lejana, sino como la posibilidad de habilitar ciertas críticas que quizás no llegaron a tiempo. “Pecamos de un narcicismo muy fuerte. Tuvimos a los jóvenes en un pedestal, pero no existieron nunca políticas públicas para ellos”, dijo Alarcón, quien hizo gala de su capacidad de narrador para embelesar a un auditorio con una crónica oral en la que recordó cómo habían ingresado junto a Wainfeld a la Universidad de La Matanza manejando un carrito de golf y sorteando retenes policiales, alcanzando finalmente el palco en el que debía hablar el periodista y luego Cristina Kirchner para anunciar el proyecto de ley que buscaría la Democratización de la Justicia en 2013.
“¿Escucharon hablar del pos-kirchnerismo? Bueno, Mario es el referente del pop-kirchnerismo. Un tipo querido en un ambiente hostil como el de la literatura y la política, una figura rutilante que saludaba desde un carrito entre una marea de personas que se abría para que pasemos”, remató Alarcón, para dar paso al cierre a cargo Wainfeld. “Lo que quise hacer fue comprender cómo en siete años los argentinos terminaron llorando igual que a Perón y a Evita a un tipo que llegó casi como un desconocido”, dijo el escritor, abogado y periodista, que agradeció el hecho de que sus editores lo hayan convencido de alejarse del ensayo y acercarse a la crónica.
“Al final del libro dejé un correo para que se comunicaran conmigo, y lo que me sorprendió es que de los más de 500 mensajes que llegaron, hay una gran parte de chicos que tienen menos de veinte años –contó–. Me decían que se habían emocionado con el libro, y yo en realidad busqué contar hechos con datos. Pero apareció la vida, esas personas que pudieron estudiar, conseguir trabajo. En un momento tan difícil como éste, con jueces que liberan genocidas, lo importante ya no es el símbolo, sino recoger ese nombre para seguir dando pelea.”