Eso mismo. Son tan obvios.
Entrar en disquisiciones jurídicas por el fallo de la Corte que equiparó a los militares terroristas con delitos comunes no está al alcance de quien firma estas líneas, o sigue habiendo colegas y analistas que pueden hacerlo mucho mejor. Pero, sobre todo, en ningún caso es el centro de la cuestión. El sentido mayor es que vienen ganando los malos, gracias a una correlación de fuerzas que en las últimas elecciones les dio una victoria estrecha pero impecable. Votar por Macri era hacerlo por planta llave en mano. No había, ni hay ni habrá, estar un poquito embarazada. Si se creyó que era posible conservar lo mejor de los doce años kirchneristas con el simple expediente de sacarles la corrupción, a favor de una Macrilandia que no perjudicaría a nadie, hay que hacerse cargo. Claro que es muy complicado pelearse con lo que uno votó. Pero no había, ni hay ni habrá, “medio” Macri. Lo que ganó viene completo. Incluye endeudarse en dólares hasta el límite de volver a 2001 más tarde o más temprano; tomar al salario como variable de ajuste para establecer un costo laboral que nos haga competitivos; liberar importaciones para eficientizar al empresariado, y sus múltiples etcéteras que se arrastran desde 1976 con algunas anomalías intermedias. E implementar la idea de que no hay historia ni enseñanzas, protegiendo genocidas y operando simbologías de clase para atemorizar. Como señala un texto circulante desde el fallo, nos gobiernan los hijos de la dictadura, los nietos del bombardeo a la Plaza, los bisnietos de la década infame, los tataranietos de los asesinos de la Patagonia y los choznos de la Campaña del Desierto. Ese es el gran marco para entender el pronunciamiento cortesano. Lo dictaminado por los supremos, como ya se reveló en estos días para quien quiera escuchar, remite a que sólo pueden ser favorecidos terroristas de Estado, secuestradores de criaturas y fauna semejante. Eso es la igualdad ante la ley, según los votos de dos jueces que el macrismo primero intentó colar por la ventana para después viabilizarlos con el apoyo de la oposición, y de otra magistrada que violó su propio currículum doctrinario.
Crónicas publicadas en la prensa oficialista dieron cuenta de que el fallo de la Corte cayó muy mal en el Gobierno, porque le haría juego al discurso K de que el macrismo persigue la impunidad de los represores. Al mismo tiempo, la jerarquía católica aclaraba que hubo un “profundo malentendido” acerca de la búsqueda de reconciliación pregonada por el Episcopado. La pretensión candorosa de esas apreciaciones es de un cinismo con nada de inédito y todo de repugnante. ¿De qué otra forma definir que se deje trascender el malestar gubernamental por la promo 2x1, desde las entrañas de una gestión cuyos protagonistas reproducen a cada paso el ideario-madre del programa económico ejecutado por los terroristas de Estado? En el mundo PRO y proclamadamente Heidi de la independencia de poderes, a más de que el Gobierno no tendría idea del estancamiento de los juicios de lesa humanidad, no existe que esta Corte es la misma que se declaró superior a los pactos internacionales firmados por el país, la misma que ratificó que las acciones de las víctimas del terrorismo de Estado pueden prescribir, la misma que habilitó prisión domiciliaria para represores. Nada de eso. El Gobierno manda decir que se siente sorprendido para mal por el fallo de la promo, del mismo modo en que el Episcopado atribuye a una equivocación las reacciones por su llamado reflexivo sobre “los acontecimientos ocurridos” durante la última dictadura. Así dijeron los obispos. La escala más siniestra de la barbarie, la tortura sistemática, el robo de bebés, la persecución política, son para los jerarcas católicos meros “acontecimientos”. Figuró con esa palabra en el comunicado episcopal del que estos príncipes de la Iglesia dicen ahora, tras el repudio de las minorías intensas, que fue objeto de mala interpretación. Otro comunicado, del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres, le recordó a la Conferencia Episcopal Argentina que no hay reconciliación posible entre víctimas y victimarios cuando, particularmente, los segundos no avanzan jamás en ese sentido. Ellos continúan afirmando que lo que hicieron fue correcto y, “si de ‘tiempo de reflexión’ se trata, quizás la CEA debiera comenzar por revisar (sus propios antecedentes) y convocar a los capellanes militares para conocer de ‘propia mano’ las complicidades y activa participación en un terrorismo de Estado del cual varios de sus miembros fueron responsables y ejecutores (...) La actitud episcopal llama la atención por una nueva referencia a la ‘teoría de los dos demonios’, aunque en muchos momentos pareciera que sólo están preocupados por lo que entienden como ‘el demonio principal’. (El cura) Christian Von Wernich sigue sin ser expulsado del estado clerical, a pesar de haber sido condenado por la Justicia independiente por crímenes de lesa humanidad. Todavía se encuentran con vida capellanes de las Fuerzas Armadas, y de Seguridad, que tienen mucho que informar; y que fueron ‘cómplices sagrados’ de la represión ilegal. Monseñor Eugenio Zitelli, de Rosario. Monseñor Emilio Graselli. Y muchos otros (monseñores)”.
Alrededor del aniversario 40º de la primera ronda de las Madres, nada menos, se juntaron el Episcopado y el 2x1 (de paso: el sociólogo Fortunato Mallimaci, acerca de qué dirá el Santo Padre, se ocupó de recordar que un tercio de estos obispos fue nombrado por Francisco). Todo es obra de una casualidad permanente, diría el riojano. Son tan obvios que está de festejo público Cecilia Pando. Pero eso no es noticia sino, justamente, una obviedad. Noticia sería que, como escribió Eduardo Jozami en este diario, la demanda de justicia y el repudio a la dictadura hayan ganado un espacio muy grande en la conciencia social; que esa lucha sea la de todo un pueblo que hoy sufre esta política de empobrecimiento y saqueo del país; que con esa inmensa mayoría de los compatriotas deba librarse hoy este nuevo combate contra la impunidad y que, “quizás, esta jugada de los cortesanos del oficialismo, aparentemente tan hábil y exitosa, provoque la reacción de muchos que no dudan en su repudio a la represión dictatorial, más allá de las diferencias políticas”. Cabría dudar de que el fallo de la Corte, junto al Episcopado que llama a reconciliarse con los genocidas, junto a esos mismos obispos aclarando que no dijeron lo que dijeron, junto a que cada medida y gesto de este Gobierno no ofrece fisuras rumbo a transformar el pasado en archivo inútil, junto a que el Tigre Acosta y Alfredo Astiz –entre otros 278 monstruos– podrían quedar en libertad... hayan activado una indignación masiva capaz de convertirse en algo más que una marcha multitudinaria de repudio. ¿O acaso no es Presidente quien habló en campaña del curro de los derechos humanos, y no es ministro de Educación quien fue al museo de Ana Frank para decir que el fascismo fue producto de una dirigencia política que también estuvo sumida en la grieta? ¿O acaso estos actores explícitos de la impunidad no están en aptitud de volver a ganar elecciones de limpieza impecable, y acaso ya no sucedió que fueron midiendo temperatura con las declaraciones bestiales de Lopérfido y Gómez Centurión, y acaso no es incontrastable que en la agenda mediática reintrodujeron esa teoría de los dos demonios gracias, ya que estamos, a esos programas donde los gritos y los efectos sonoros, o la mansa hipocresía del diálogo sereno, imponen que valen lo mismo las voces de víctimas y victimarios, de enhiestos y de quebrados, de concienzudos y frívolos, de buena gente y de traidores?
Pero sí es cierto, para retomar a Jozami, que a este golpe se lo enfrenta como cuando se consagró la impunidad y los imprescindibles no dejaron de luchar un solo día para revertirla. Si de algo se sabe en esta sociedad, mucho más que en otras o que en ninguna, es de resistencia. Que a veces eso alcance y a veces no, para evitar los retrocesos e incluso progresar, depende de circunstancias complejas. La magnitud de este clima de época represivo, a tono con un gobierno de ricachones groseros que habilita fallos como el de la Corte como consecuencia inevitable, debería llevar a que la dirigencia política auténticamente opuesta a este modelo de país deje de mirarse el ombligo. Las internas agotadoras, los resentimientos, el sectarismo, quedan muy lejos de la altura necesaria para responder con éxito al tamaño de esta avanzada reaccionaria.
Mientras eso se revierte, o no, habrá que resistir donde, cuando y como se quiera, pueda y deba. Resistir es, por lo menos, la posibilidad de frenar. De frenarlos. De que un fallo escandaloso, para el caso, susceptible de dejar en libertad a algunos de los salvajes más connotados del trayecto argentino, no pase alegremente. Quienes están dispuestos a hacerlo no constituyen la mayoría popular. Pero no son pocos, y son los que sirven para cambiar la historia.