18 años separan la última vez que Cristina del Río y Florencia Chidíchimo vieron a Ricardo, esposo y papá respectivamente, del día en que tuvieron en sus manos el primer dato concreto de su paradero durante la última dictadura cívico militar eclesiástica. Esta mañana, fueron ellas las que, en el juicio de lesa humanidad que se sigue contra 18 represores por delitos cometidos en las Brigadas de Investigaciones de la Policía Bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús, reconstruyeron a dos voces la historia de aquel secuestro, de los efectos que tuvo para ellas y de la búsqueda que nunca abandonaron.
“Estoy acá para contar la historia de mi papá, que está desaparecido”, arrancó Florencia Chidíchimo. Suelta, potente, clara, inauguró su testimonio con una declaración de principios. “Me llama la atención que no esté el homicidio” de su padre tenido en cuenta entre las acusaciones en juicio, dijo. “Porque desaparecido significa secuestrado y asesinado. Le ha pasado eso por militar políticamente. Él fue un militante político y por eso lo vinieron a buscar, lo pasearon por tres centros distintos, lo torturaron, lo mataron, pero no tenemos su cuerpo”, completó.
Ricardo Chidíchimo tenía 27 años cuando fue secuestrado. Había comenzado su militancia durante la adolescencia, en la rama católica. Y luego, cuando comenzó la facultad --estudió meteorología en Ciencias Exactas de la UBA-- se sumó a la Juventud Universitaria peronista. “Era militante como lo fueron los 30 mil, porque son 30 mil”, afirmó Florencia. Se lo llevaron de su casa, la madrugada del 20 de noviembre de 1976. Ella tenía 8 meses y estaba durmiendo de sus abuelos. Ricardo y su mamá, Cristina del Río, la habían dejado por primera vez. Habían ido a un casamiento.
“Volvimos tarde, como a las 3 y media. Habíamos tomado así que me costó despertar a Ricardo cuando oí los gritos”, declaró a su turno ante el Tribunal Oral Federal número 1 de La Plata en el debate por los crímenes de los Pozos de Banfield y Quilmes y El Infierno, que compartió con su hija y Rubén Ares. “Abran, Policía”, oyeron.
El matrimonio salió al patio interno de la casa, donde en los techos los aguardaban “no pude contar cuántos policías” que les “cayeron encima”. El operativo fue grande y tuvo la participación del Ejército y la Policía. “Se lo llevan en un operativo conjunto que comenzó el 17 de ese mes y que descabezó a toda la cúpula de lo que fue el Partido Auténtico --la rama política de Montoneros-- en La Matanza”, aclaró Florencia. En esos días también secuestraron a Jorge Congett, José Rizzo, Héctor Galeano y Gustavo Lafleur.
A Cristina la encerraron en el cuarto, la obligaron a taparse la cabeza con una frazada mientras revolvieron todo. “Rompen cosas de casa, roban cosas de casa. Cero escrúpulos”, detalló Florencia, quien agradeció que en su familia le contaran la historia “desde siempre como pasó”. La golpearon, manosearon y amenazaron: “Si llego a encontrar a algo te vengo a buscar”, le advirtió uno de los represores de la patota. Cristina había militado en la Juventud Trabajadora Peronista, pero había dejado meses atrás, embarazada. Trabajaba, entonces, en la Municipalidad de La Matanza. A Ricardo, que trabajaba en el Servicio Meteorológico Nacional, se lo llevaron. Cristina, con las monedas que los represores le dejaron en la mesita de luz, se tomó un colectivo y llegó hasta la casa de su hermana. “Ahí empezó la búsqueda”, coincidieron ambas, cada quien a tu turno. “Fue tortuosa”, definió la hija.
Buscar entre la nada
“Fue tortuosa porque nadie decía nada”, relató Florencia. Sus abuelos maternos y paternos se embarcaron junto con Cristina en tratar de encontrar a Ricardo. Tuvieron reuniones en Campo de Mayo y hasta con Monseñor Emilio Graselli. “Voy a fijarme --recordó Cristina que les respondió cuando consultaron por Ricardo--. Si está en la lista con un punto rojo, es porque está muerto. Si no, no sabría decirle”.
Fueron acercándose de a poco a diferentes colectivos de familiares de detenidos desaparecidos que por entonces estaban naciendo. Así, Nélida “Kita” Chidíchimo se suma a las Madres de Plaza de Mayo y conforma junto con Cristina el grupo de la Iglesia de la Santa Cruz. Ella es una de las primeras en identificar a Alfredo Astiz como infiltrado aquellos días en los que se hacía llamar Gustavo Niño y las Madres fundadoras --Azucena Villaflor, Esther Ballestrino y María Ponce-- lo apodaban el “Ángel”. “Una vez estábamos en misa y yo salí con Florencia al patio porque lloraba. Astiz salió conmigo. Se puso a hablarme y de repente me preguntó ‘¿cómo es la cosa? ¿tu marido anda en la joda?’ Yo me quedé helada porque era una palabra que no solían usar los familiares. Me empezó a preguntar qué hacía, donde trabajaba, si había reuniones en mi casa. Me estaba interrogando”, reconstruyó Cristina. Luego de aquel episodio advirtió a las madres, pero no le creyeron.
Tuvo una visita en su casa de una persona que se hizo pasar por un compañero de Ricardo y que le dijo que “estaba bien” y que “saldría seguro en una amnistía para Navidad”. Era fines de 1976. Muchos años después, cuando la mujer declaró como testigo en el juicio por los crímenes de la Brigada de San Justo, pudo reconocer a esa persona en un álbum de fotos de represores: era Ricardo García.
La búsqueda siguió sin datos certeros: Cristina y Florencia fueron “perseguidas, vigiladas y amenazadas”, sostuvo en su testimonio Florencia, transmitido por el medio comunitario La retaguardia en una cobertura conjunta con Pulso Noticias. La mujer rechazó la posibilidad de acudir al exilio y se quedó: “No podía irme y dejar a Ricardo así. Así que elegí salir a la luz, donde esta gente pudiera verme todo el tiempo”, mencionó. Volvió a su trabajo en la Municipalidad donde se encontró con “el vacío” que le hicieron compañeros de trabajo “por miedo”. Al cabo de unos meses, fue obligada a renunciar: “Si no querés que te echemos por subversiva, firmá la renuncia”, le advirtieron.
El dato
En 1994, Florencia lee en el certificado de víctima de desaparición forzada que la Secretaría de Derechos Humanos de la nación emite de su padre que su último “lugar de destino” fue la Brigada de Investigaciones de Lanús. “Nos extrañó. Si lo secuestraron en el Oeste, ¿por qué terminó en el sur?”, se pregunta. “El dato lo tenía Nilda Eloy”, señaló.
Nora Cortiñas, compañera de “Kita” en la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo, recomienda a la familia de Ricardo que se acerquen a Nilda, que ella tenía información, cosa que recién hacen en 2011. “La encontré en la Comisión Provincial por la Memoria. Oyó mi apellido y se puso pálida. Hola Nilda, soy la hija de Ricardo”, contó Florencia. “El Meteorólogo” era su papá para la sobreviviente de circuito Camps gracias a quien muchos y muchas detenides desaparecides pudieron ser identificados y localizados sus periplos por centros clandestinos de la provincia de Buenos Aires.
Nilda le contó que Ricardo llegó al centro clandestino de Lanús en un grupo de 10 personas que provenían de San Justo --Florencia y Cristina declararon en ese juicio, en el que obtuvieron sentencia a favor por el secuestro de su padre y esposo--, que fue el único que le habló y que algunas noches le contaba el pronóstico del tiempo para el otro día tan solo de mirar el cielo que asomaba por una pequeña ventana en el techo. “Nilda me abrazó, me contó sobre papá y me dijo que El Infierno era un lugar de destino final. Significa que los asesinaban”.