Nueve cuentos integran Nuestros años pasan de la misma manera, libro debut de Dana Madera (Carlos Casares, 1989), abogada y estudiante de la licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes. Dúos de amigas y hermanas, madres, esposas e hijas en tránsito de una localidad del interior de la provincia de Buenos Aires a otra, de la ciudad al mar o en las calles del pueblo natal, forman parte del elenco de los relatos, donde los hombres aparecen solo como figuras remotas, del otro lado de la línea telefónica o en anécdotas y memorias semienterradas que sacuden la quietud (también aparente) de las historias.
“De papá sabíamos lo que nos había contado por teléfono cuando llamó en Año Nuevo, o sea nada”, cuenta la hermana menor en “Los Apóstoles”, donde dos chicas de vacaciones en el mar con su madre se obsesionan con la desaparición de tres amigos con nombres de los autores de los Evangelios. Cada dato de los cuentos de Madera se desviste de inocencia y asume el semblante de un indicio amenazante; por el desasosiego de los personajes femeninos ronda una motivación tácita. “A mí no me gusta quedar mal con mi abuela y a mi hermana no le gusta quedar mal con nadie. No sé bien a qué responde eso, nadie en la familia se cuida de quedar bien con nosotras”, reflexiona la narradora de “Hermanas”.
“Es un libro que se fue armando con timidez –dice la autora-. Y el resultado de años entre talleres con escritoras, amigas que leen, una hermana que escribe [Eliana Madera], y bibliotecas ajenas y propias que armo y rearmo todo el tiempo”. Por un criterio de unidad, algunos relatos quedaron descartados. “Dejé cuentos afuera que a mi entender no tenían el mismo eje que el resto o no estaban del todo corregidos. Hubo otros cuentos que se quedaron afuera por un bloqueo total de mi parte para poder cerrarlos a tiempo”.
Nuestros años pasan de la misma manera es un primer libro de cuentos donde no sobra ninguno. Además del tono, que aspira a una neutralidad tan inquietante como imposible, y del protagonismo femenino, las historias acercan postales de distintos recorridos por rutas, vivencias y recuerdos. Como en un coloquio, la velocidad y la fijeza esperan su turno para lentificar la acción o estancarla, para mostrar u ocultar.
“Cada cuento te abre la puerta a las vidas quietas de personajes con vínculos rotos –destaca Madera, que creció en el interior de la provincia de Buenos Aires, en un paisaje diferente al de las ciudades o el tan mentado conurbano-. Vidas que de una forma u otra se pegan a un paisaje interminable de la pampa y llevan la distancia y el movimiento constante adentro”. Dosis de humor (blanco y negro) se combinan con observaciones sobre la parálisis propia o ajena y con una sabiduría portátil. “Cuando te cuesta dormir, lo peor es que te despierten”, piensa en una terminal de pueblo la hija que demora el reencuentro con su padre en “Todos tenemos una casa”. El “despertar” de los personajes creados por Madera parece haber ocurrido en una escena que está afuera de los relatos.
Como sus personajes, la autora hizo un recorrido para publicar el libro. ”Fue la concreción de algo que en un momento parecía imposible –cuenta-. Terminé el libro a finales de 2019 y las pocas editoriales a las que me había animado a mandar el borrador me advirtieron que en los meses de verano el movimiento era muy lento. Decidí olvidarme del asunto hasta marzo de 2020 y después ya todes sabemos lo que pasó. Así que en la primera mitad de la pandemia las respuestas que recibí fueron de total incertidumbre. Gracias a la generosidad de Selva Almada llegué a contactarme con Marina Yuszczuk, que leyó mi libro y me ofreció la publicación en Rosa Iceberg. El proceso de la publicación era para mí un camino desconocido y ella se manejó con profesionalismo y amor por los libros. No sabría decir si mi experiencia de publicar califica como compleja o sencilla, pero fue un proceso acompañado y amoroso”. De alguna manera, que no es la misma para todos los lectorxs, sus cuentos también hacen compañía.
Nuestros años pasan de la misma manera
Dana Madera
Rosa Iceberg