Desde París
Un espacio político divido en cuatro y una sociedad fracturada en dos:la elección del centrista liberal Emmanuel Macron es el espejo exacto que refleja mucho más que la frontera entre izquierda y derecha, o aquella que definió el electo presidente entre “progresistas y nacionalistas”. Hay cuatro fuerzas políticas en el nuevo escenario: la del centro liberal presidencial, la de la extrema derecha, la de los conservadores de tradición gaullista y la de la izquierda radical. Y hay dos Francia netas, visibles en la geografía electoral:una, urbana y capacitada, a menudo joven e implicada en el mundo globalizado, y otra rural, suburbana y poco calificada. La primera votó a Emmanuel Macron, la segunda a la extrema derecha de Marine Le Pen. La primera Francia es la de las redes y la conquista, la segunda la de la exclusión y el resentimiento. Pocos votos habrán tenido como este una lectura social tan intensa, y pocos, también, habrán remitido a la imagen de quienes componen la sociedad. Las sucesivas contaminaciones y escándalos de la campaña nunca empañaron el espejo de la “fractura social” (Jacques Chirac, ex presidente 1995-2007), ni el de la fractura digital, ni el del centro y las periferias desiertas y pauperizadas. Las elecciones francesas han tenido el mérito profundo de derrotar al populismo nacionalista y de sacar de los cuentos míticos del progreso la realidad en la que viven la mayor parte de las democracias del mundo, aisladas en zonas de prosperidad y dinámicas de ascenso y, otras, en espacios de confinamiento, de precariedad y sensación de derrota. Trump, en los Estados Unidos, puso la batuta sobre la nota racial, Francia restauró la dimensión social con una transparencia rotunda. Los datos son elocuentes:cuanto más prosperidad hay en una zona, más votos se cuentan a favor de Emmanuel Macron. La otra Francia ha sido objeto de relatos y evocaciones, pero nadie se ocupó de ella. Contrariamente a lo previsto, no fue la infección radial la que monopolizó el debate sino la desesperanza social.
La izquierda está ausente de lo que siempre ha sido su identidad histórica:reconectar, a través de la igualdad, las sociedades fracturadas. La misión le incumbe paradójicamente a un liberal profeso, que carece de partido y cuya próxima y cercana misión, el próximo 21 de junio, consiste en armar una mayoría legislativa para gobernar. ¿Con quién ? ¿Cuántos socialistas irán bajo sus afiches ? Hoy se perfilan dos sólidos ejes de oposición:la ultraderecha, y la izquierda radical de Mélenchon. Su respectivos porcentajes en estas elecciones les permiten conjeturar una traducción legislativa de sus fuerzas presidenciales. Emmanuel Macron está en el centro de ese tablero cuyas complejas realidades fueron más rebeladas por el cambio de retórica del lepenismo que pasó de la xenofobia a la denuncia social que por sus propios diagnósticos. Con esta elección, la desigualdad cifrada en estudios y trabajos sociológicos adquirió el rostro de la gente, reconquistó su identidad. Con Trump, el mundo dejó de ser lo que era y, con la elección francesa, de pronto se recupera la pregunta sobre lo que quiere ser. No sólo hay consumidores de los últimos modelos de celulares, sino, millones de personas que tienen otras preocupaciones más inestables que atender. La elección francesa sopló la cortina de humo de la tecno ilusión, la de la digitalización feliz, la de un mundo integrado y mega conectado donde basta con cliquear sobre un “like” para ser parte de él. Quienes cliquearon en la urna tangible de la extrema derecha no son todos fascistas, ni xenófobos, ni anti mundo. Tal vez sólo hayan pedido, mediante el resentimiento, que los incluyan, que les construyan rutas, sucursales bancarias, mejores escuelas, internet más rápido, mejor acceso a la educación de sus hijos, que les pinten la escabrosa tristeza en la que tantos y tantos suburbios del mundo viven sumidos. La desigualdad social y el enriquecimiento de unos pocos sobre el empobrecimiento de muchos ha sido la narrativa reflexiva de los últimos años. Nunca se había hablado tanto y visto y debatido tan poco. Francia la puso en la pantalla ampliada de la híper realidad, allí donde Trump la había ocultado con sus patrañas raciales y sus insultos a las elites intelectuales.
La apuesta de la recomposición social se la llevó Emmanuel Macron. Sus primeras medidas van en contra de la reconexión. El electo presidente se pondrá, como primera medida, manos a la obra para hacer adoptar una “reforma en profundidad” de la ley sobre el derecho laboral, la misma que, desde el año pasado, levantó un muro de protestas callejeras y terminó de hundir un poco más la tenue presidencia de François Hollande. Todo lo contrario de una política social o de atención a la Francia que está del lado menos floreciente de la fractura. Esta vez, sin embargo, toda anticipación suena a disparate. La elección presidencial, hasta el final, ha sido una sinfonía de singularidades que fueron contradiciendo a los más acertados analistas. Entramos, con Francia, en la quinta dimensión. Los esquemas de antes se quedan cortos y los nuevos habrá que inventarlos para comprender la frondosa y cambiante realidad humana. Lo que, por encima de las retóricas diseñadas por los comunicadores y propagadas por Macron, sí persiste y se ha renovado es el eje izquierda derecha. Nunca fue tan pujante, ni tan evidente la necesidad de una izquierda poderosa que mire y se comprometa cuerpo y alma allí donde siembra su futuro la ultraderecha.