El 22 de julio de 2015, la publicación quincenal The Texas Observer titulaba “Christopher Duntsch, el cirujano sociópata, enfrenta cargos criminales por cirugías fallidas”, prólogo de un conciso artículo que consignaba que las operaciones mortales de cierto neurocirujano de la ciudad de Plano “se transformaron en un caso testigo de cómo las leyes de Texas permiten que los doctores más peligrosos sigan con su práctica”. Los números son escalofriantes y no es casual que Duntsch haya sido bautizado por la prensa como el Doctor Muerte: en cinco años de carrera al frente de un quirófano, su mala praxis recurrente en hospitales de Plano y Dallas-Fort terminó con la vida de dos pacientes y la mutilación de espinas dorsales de al menos tres docenas de personas, varias de ellas inmovilizadas de por vida luego de las cirugías. ¿Impericia y negligencia empujada por el más simple de los lucros o psicopatía amparada legalmente por los usos y costumbres de la medicina privada? Dr. Death, nueva miniserie de ficción inspirada en hechos escalofriantemente reales, está a su vez basada en un podcast del mismo nombre dedicado a los true crimes (los “crímenes verdaderos”, un género en crecimiento en toda clase de soportes y plataformas) con trasfondo médico, cuya primera temporada describe precisamente las actividades del ex cirujano nacido en Montana en 1971. Los ocho capítulos, que estarán disponibles en la plataforma StarzPlay a partir del próximo 12 de septiembre, están protagonizados por el actor canadiense Joshua Jackson, en el papel titular de Duntsch, secundado por Christian Slater y Alec Baldwin, cuyos reconocibles rostros reflejan los de aquellos esforzados colegas que, en la vida real, corrieron una carrera contra el tiempo para detener al “carnicero”, un apodo particularmente apropiado. La trama va y viene en el tiempo, intentando desentrañar psicologías y procesos económicos y sociales, y conjuga los placeres de los relatos de suspenso centrados en mentes criminales con los miedos concretos que atraviesan a cualquier persona que esté a punto de encarar un procedimiento quirúrgico, por más sencillo que sea.

“Es algo muy simple y rápido. Una incisión, se remueve el disco y se lo reemplaza por la prótesis. Una hora máximo y estás afuera”. Las palabras de Duntsch –sonriente, entrador, joven, atractivo, la imagen viva del éxito– reconfortan al paciente, cuyo dolor de cintura está en aumento y le hace la vida imposible. No hay nada que temer y además existe la promesa de una recuperación veloz. Pero lo peor está a la vuelta de la esquina: cuando la anestesia ha comenzado a perder potencia, aparece un intenso dolor, producto de una infección, y la imposibilidad de hablar. Una nueva operación, bajo las manos precisas de otro cirujano, ofrecen las respuestas: una porción de cordones nerviosos extirpados por error, la esponja olvidada dentro del cuerpo, la mutilación ¿accidental? de una parte de las cuerdas vocales. El Doctor Muerte lo hizo de nuevo. Enfrentado por enésima vez a ese resultado, Duntsch –egocéntrico, alcohólico, cocainómano, convencido de poseer un gran talento para la neurocirugía– responde como suele hacerlo en esos casos: el procedimiento fue correcto, de manual; la culpa fue de su asistente o del anestesiólogo; el clima humano en el quirófano no era el adecuado. Y de vuelta a empezar, en ese mismo hospital o en otro: los pacientes no escasean y las intervenciones traen dinero fresco a los hospitales privados más prestigiosos. Hasta que sus pasos se cruzan con los de los doctores Kirby y Henderson, un eléctrico Slater y un taciturno Baldwin, ambos productores de la serie. El dúo dinámico más impensado, reunido para detener el accionar de su archienemigo. Por las buenas o por las malas.

“Nunca había interpretado un personaje tan extremo como el de Christopher Duntsch”. En una comunicación desde la ciudad de Los Ángeles, Joshua Jackson reflexiona unos segundos antes de afirmar que, a la hora de preparar el personaje, fue importante “dejar de lado mis propios juicios sobre la persona real y recordar que, además de ser un monstruo, también es un ser humano. Porque esa es una de las cosas interesantes del abordaje del creador de Dr. Death, el productor Patrick Macmanus: ofrecer un marco que permita comprender cómo este hombre se convirtió en lo que es”.

JOSHUA JACKSON INTERPRETA A CHRISTOPHER DUNTSCH, EL DOCTOR MUERTE

BISTURÍ EN MANO

“Duntsch no sabe que es el villano de la historia. Es más, él piensa que es el héroe”. La definición de Jackson –cuya carrera comenzó a los once años en el largometraje Crooked Hearts (1991), años antes de obtener papeles centrales en series de fin de siglo como Dawson's Creek y, más recientemente, en Little Fires Everywhere– es clara y certera. La fachada del éxito profesional, avalada por un paso en el terreno de la investigación celular y un moderno consultorio especializado, oculta para los demás y para sí mismo la podredumbre interna. “Su comportamiento no se vuelve más aceptable, pero sí más comprensible”, continúa Jackson, “si se lo piensa desde su punto de vista. La serie recorre su vida a lo largo de veinticinco años. Sólo así puede apreciarse cómo la fantasía que Duntsch ha construido es cada vez más difícil de sostener y su comportamiento comienza a ser cada vez peor. Castigando a la gente que está alrededor suyo”. Y a los pacientes, desde luego. Su padre, interpretado por el experimentado actor secundario Fredric Lehne, un hombre profundamente religioso y también médico, se lo dice claramente en el primer episodio, como si fuera una admonición bíblica, cuando la carrera del joven neurocirujano parece tener como límite el cielo: “El orgullo antecede a la caída”. El primer flashback confirma ese derrumbe futuro a partir de fracasos previos. Pésimo deportista en sus años de estudio universitario, peor poeta aficionado, el joven Duntsch va por la vida a los tumbos, hasta que la posibilidad de ingresar a la carrera médica ofrece un giro inesperado a su porvenir. 

De regreso al presente, una extensa secuencia en solitario lo encuentra desesperado por una dosis de estimulantes (cualquier estimulante) y ansioso por no poder acceder a la PC de la oficina, escena jugada a un patetismo bañado por un oscuro sentido del humor. “Ya en las primeras conversaciones con Macmanus quedó claro que la idea no era construir un villano de manual, un malvado de caricatura. Lo cual es muy interesante, porque la historia intenta contar varias cosas, muchas de ellas ligadas al concepto del valor en la sociedad de ciertos roles y profesiones. ¿En quién solemos confiar y por qué razones? Las características superficiales de Duntsch, su aspecto de hombre exitoso, amable y seguro de sí mismo, lo hacen todavía más aterrador. Lo bueno de tener ocho horas para contar la historia es que es posible llegar a la conclusión de que, si hubiera tomado otra dirección en el pasado, toda su vida hubiese sido diferente. Pero no: terminó siendo un hombre blanco, encantador y muy inteligente de Texas con un bisturí en la mano. Y un monstruo”.

Las preguntas centrales, desde luego, son las siguientes: ¿cómo llega alguien poco capacitado para llevar a cabo las intervenciones quirúrgicas más sencillas a ocupar ese lugar? ¿Cómo fue posible que la reiterada negligencia en la sala de operaciones no tuviera un freno natural? ¿Qué razones de peso impidieron que su licencia médica no fuera revocada antes de causar tanto daño? La respuesta está en el cuarto personaje de la serie, más allá de los tres cirujanos. Un personaje tan abstracto como concretas son sus consecuencias: el particular sistema de la práctica de la medicina en los Estados Unidos. “Si Christopher Duntsch fuera un mecánico, tal vez hubiera sido una persona desagradable, pero de ninguna manera hubiese causado semejante daño”, reflexiona Jackson. “Es más: de haber permanecido en el terreno de la investigación y aplicado su intelecto en esa área, tal vez ahora estaríamos hablando de él como lo hacemos sobre Steve Jobs. Porque era realmente brillante. Pero Duntsch en el sistema de salud estadounidense, al menos como este funciona hoy en día, creó una tormenta perfecta de todo lo que podía salir mal”.

Hace dos años Joshua Jackson participó de otra serie basada en un caso real, el de cinco jóvenes negros acusados falsamente de una violación en 1989, When They See Us. El actor recuerda vivamente una conversación que mantuvo con la realizadora Ava DuVernay: “Ella me dijo algo que no puedo sacarme de la cabeza: el sistema judicial de los Estados Unidos no está roto, fue diseñado para que funcione exactamente de esa manera. Soy un hombre blanco y eso es algo muy fuerte de escuchar: el resultado del juicio fue intencional, no un accidente. No se trata de una falla: la intención del sistema es ser opresivo y represivo para ciertas personas. Preparando Dr. Death mi reacción fue pensar qué había salido mal. Pero luego me di cuenta de que no hay nada quebrado en el sistema, que todo funcionó como estaba previsto. El lucro está por encima del paciente y este se protege a cualquier costo. Para la administración de los hospitales donde operaba Duntsch era financieramente más ventajoso dejar que siguiera activo, porque su práctica valía más dinero que cualquier compensación económica que tuvieran que ofrecerles a los pacientes. Ese es un sistema perverso en cualquier tipo de actividad, pero particularmente en la medicina”.

BALDWIN Y SLATER, LOS ENEMIGOS DE  DOCTOR MUERTE

LA SALUD NO IMPORTA

A medida que la serie avanza en el tiempo –reservando un amplio espacio para hechos del pasado, como la paternidad y la relación con su mejor amigo y responsable de las relaciones públicas de la consulta médica– la investigación de Kirby y Henderson es trasladada a una joven asistente de la fiscalía. Dr. Death, cuyos últimos cuatro capítulos fueron dirigidos por la realizadora coreana Kim So Yong (Treeless Mountain, Lovesong), llega finalmente a la detención de Duntsch y a un acercamiento a ese clásico de las narraciones audiovisuales, el drama de juicio. Pero ese es apenas el último capítulo de una saga que construye y analiza a un villano que es, a su vez, la víctima de un sistema que (casi) le permitió salirse con la suya. “No conozco cómo es el sistema de salud argentino”, afirma Jackson antes del final de la entrevista, “pero siendo canadiense, donde el esquema es esencialmente social, me cuesta mucho comprender la obsesión estadounidense por el lucro capitalista en ese ámbito. Uno no es un consumidor, es un paciente. Uno va al médico y confía en que será curado, no se va a negociar o a hacer un testeo de marketing. Es un lugar en el cual la lógica del mercado falla. O debería hacerlo. Esa es la esencia de Dr. Death: Duntsch por sí mismo es simplemente un maldito desgraciado, pero combinado con su educación y el sistema de salud que le dio cobijo se transforma en un auténtico peligro”.