“Éramos los que revolvíamos la basura y ahora estamos recuperando la ciudad. Nuestro trabajo ahora es necesario”, dice ‘la Pity’.

Las calles de nuestras ciudades muestran restos de esas historias de mujeres y hombres que trabajan y trabajan sin un salario, resultado de los despojos que significan al neoliberalismo. Trabajos productivos, reproductivos, comunitarios son parte de esas economías (de las mayorías) que de manera autogestionada se tejen en los territorios para la reproducción de la vida.

Pity impulsa desde hace años la cooperativa de trabajo La Victoria que clasifica y recicla cartón, plástico y otros residuos que recolectan en el caminar por la ciudad de Córdoba. Pero no sólo eso porque la cooperativa es algo más: parte de las y los asociados sostienen, mantienen y transforman los espacios comunes de La Favela, el lugar donde viven quienes la integran, y un comedor comunitario. La cooperativa recupera la ciudad y la vida del barrio.

“La cooperativa” suele ser el término que se utiliza para nombrar ese espacio o lugar, esa experiencia cotidiana y colectiva, esa actividad productiva, donde cada día se organizan trabajadoras y trabajadores autogestionados que de manera colectiva ponen en marcha alguna actividad como reciclado, textil, construcción, logística o cuidados. En conjunto movilizan capacidades de gestionar lo económico, que es más que reciclar, coser, hacer mezcla; se trata de otro modelo laboral, de distribución de los ingresos, de politicidad, de resolución de la reproducción de la vida; es decir, otro modo de reproducción social. Con ello, también se generan nuevos modos de subjetivación y de acción en la indivisión de lo productivo, lo reproductivo y lo comunitario.

En la academia, con pretensiones de delimitar conceptos y saberes expertos, rondan las preguntas sobre qué es la cooperativa y cuál es el campo que se ocupa de su estudio. Algunas ideas se nos abren como advertencia, no como respuestas, sobre las implicancias de este debate. La primera es asumir el desafío del abordaje analítico de lo social en estas experiencias, que al dar cuenta de fenómenos sociales complejos, desplazan las fronteras tanto teóricas como políticas. Es un debate que en su profundidad conceptual implica poder escapar a la carga de los adjetivos sobre lo económico -social, solidario- que tienden a tratar estas experiencias como lo raro o lo pintoresco. Es una disputa sobre el sentido de “excepcionalidad y marginalidad” que quiere imprimirse sobre las economías populares. La extensión y consolidación de la economía popular en términos de generación de trabajo y organización socio-territorial, principalmente, viene una vez más a poner en evidencia lo anacrónico de la separación entre lo económico y lo social.

Otra advertencia es no caer en la trampa de lo semántico, de conceptos académicos en un debate vacío, que sólo contribuya en la generación de nuevas “palabras mágicas”, en términos de Silvia Rivera Cusicanqui. El desafío es potenciar los sentidos posibles de las palabras desde la potencia creativa de las experiencias, de las prácticas sociales y políticas, de la construcción de identidades; tarea posible desde un diálogo más activo (o una reconstrucción de una alianza) entre la academia y las organizaciones sociales.

En definitiva, el desafío último de las ciencias sociales es construir un otro conocimiento y una otra universidad a la altura del horizonte de transformación, en descubrir/encontrar el entre la economía social y la economía popular; recuperando elementos, tanto teóricos como históricos, para construir miradas más profundas, escapando a las dicotomías conceptuales y las lecturas idealizadas.

*Integrantes del programa de extensión Economías, Trabajo y Prácticas Asociativas (FCS-UNC) y de la cátedra Economía Social (FCE-UNC).