Aunque todas las miradas estén colocadas en la pandemia del Sars CoV-2, el dengue es un virus que se merece máxima atención, sobre todo en la región. Que el Día internacional se celebre hacia fines de agosto implica una casualidad que puede ser aprovechada en el hemisferio sur: al ser invierno, es el mejor momento para prevenir la reproducción de los Aedes aegypti, el mosquito vector (también de zika y chikungunya), con presencia desde Bahía Blanca hacia el norte del territorio nacional.
De acuerdo a las cifras consignadas por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Latinoamérica experimentó más de 3 millones de infectados en 2019 (de los cuales, más de 2 millones correspondieron a Brasil); y cerca de 500 millones de personas están actualmente en riesgo de contraerlo. La cifra de casos acumulados se ha incrementado durante las últimas cuatro décadas: pasó de 1,5 millones en 1980 a 16,2 en 2019. En ese año, ocurrió una de las peores epidemias de dengue en la historia, comparable con lo sucedido en 2016, cuando Argentina registró más de 40 mil infecciones. “En 2019 llegamos a estar muy complicados en Argentina, lo que pasa es que justo comenzaba a sonar la noticia del coronavirus y todo lo que tuvo que ver con dengue quedó un poco relegado”, señala Juan Manuel Carballeda, investigador del Conicet en el Laboratorio de Virus Emergentes de la Universidad Nacional de Quilmes.
El asunto es que no existe un serotipo de dengue sino cuatro. Si un individuo se infecta con el 1, el 2, el 3 o el 4, solo queda protegido de por vida para ese serotipo y no para cualquiera de los restantes. Ahora bien, si llegara a infectarse, además, con alguno de los otros se incrementaría el riesgo de presentar cuadros clínicos complejos. De este modo, cuando circula más de un serotipo a la vez, el riesgo de contraer un dengue grave es mayor. En Argentina, el que más ha circulado en las últimas epidemias es el 1, mientras que el 4 predomina en naciones vecinas como Paraguay. Así lo refiere el virólogo: “El problema es cuando en una misma región empieza a circular más de un serotipo, porque generan una mayor cantidad de casos graves. Todos los años es como un barajar y dar de nuevo, porque no tenemos circulación durante el invierno, pero cuando suben las temperaturas, hay mosquitos adultos y vienen viajeros con la enfermedad, ahí es cuando la transmisión se despliega con fuerza”. Y agrega: “Esa es la razón por la que en 2020 casi no registramos dengue; por la covid, la movilidad estuvo bastante reducida”.
Todos los años es un barajar y dar de nuevo, porque el virus “explota” por ciclos: se manifiesta de manera notoria, luego baja y, quizás, después de un tiempo, vuelve a resurgir. De manera que exhibe un comportamiento estacionario, vinculado a los meses cálidos y lluviosos: mientras en el hemisferio sur, la mayoría de los casos ocurren durante la primera mitad del año; en el hemisferio norte se reportan más en el segundo semestre.
Para marcar una diferencia con el Sars CoV-2, el dengue no se transmite entre personas sino a partir de la picadura de un mosquito infectado. “Cuando ingresan al país personas infectadas pueden ser picadas por mosquitos. De hecho, el virus crece en los insectos, se amplifica y luego pasa a otro individuo. Así es cómo se despliega la epidemia de dengue. Como todavía no podemos controlar a la población de mosquitos, solo resta que vengan viajeros infectados para que se declare la enfermedad”, explica Carballeda. Los síntomas pueden ser fiebres leves o fuertes, cefalea, dolor corporal y malestar generalizado. Si la enfermedad avanza hacia cuadros graves, se pueden exhibir dificultades respiratorias y daño de órganos. Su letalidad, según la OMS, es del orden del 1 por ciento.
Temporada baja: el momento de trabajar
“Está bueno que se hable de dengue en agosto, durante nuestro invierno, porque es el mejor momento para descacharrar y sacarnos de encima los huevos de los mosquitos. En este momento se encuentran en ese estado y es cuando mejor los podemos manejar y actuar. No hace falta dirigirse a áreas rurales, en plena Ciudad de Buenos Aires se detecta el mosquito todos los años”, expresa Carballeda. Como plantea el Investigador del Conicet, el invierno es el momento para no relajarse, porque el insecto se encuentra en el estado más vulnerable. La clave, entonces, está en actuar ahora para poder prevenir su infección en el verano.
Por lo general, la temporada alta comienza en octubre/noviembre, aunque febrero y marzo se pone más oscuro. En especial, por las migraciones y los traslados que las personas realizan. Los brotes se manifiestan de manera explosiva: con tan solo uno o dos casos se pueden disparar con mucha velocidad e infectar a toda una ciudad. Con 20 °C o más, el Aedes es capaz de cumplir su ciclo de vida en poco tiempo y conquistar la adultez. Luego, cuando las temperaturas comienzan a estar por debajo de la línea de los 18°C, el panorama se torna más favorable.
La prevención implica un trabajo conjunto, porque prevé la puesta en marcha de campañas sanitarias y educativas. Aunque no hay una vacuna de aplicación masiva, sí es posible desplegar una serie de acciones: eliminar recipientes que acumulen agua; cambiar a diario la que se encuentre estancadas en bebederos; utilizar en los floreros productos alternativos como pueden ser geles o arena húmeda; así como también mantener los patios y jardines desprovistos de malezas. El combate de los virus, desde esta perspectiva, requiere de una ciudadana activa y comprometida.
¿Por qué no nos vacunamos?
Aunque hay más de una decena de vacunas para prevenir dengue en etapa preclínica y clínica, una de las más importantes es Dengvaxia, desarrollada por Sanofi Pasteur y aprobada en varios países, entre ellos Argentina en 2017. De aplicación subcutánea, prevé un esquema que consta de tres dosis, separadas por seis meses. En el presente, está indicada para personas entre los 9 y 45 años, con una eficacia del 80 por ciento para dengue grave. Aunque ofrece una buena respuesta para los serotipos 3 y 4, no reporta los mismos resultados para el 2. Y eso no constituye un dato menor, porque podría conllevar problemas de inmunidad incompleta. La OMS, de hecho, recomendó evitar su aplicación masiva.
“El tema es que las vacunas deben proteger contra los cuatro serotipos a la vez y no es nada sencillo, en la medida en que cada serotipo posee su particularidad. Uno podría pensar que si cubriese bien contra 1, 3 y 4 sería un motivo suficiente para ser exitosa y debería ser inoculada a escala, pero si la cobertura es parcial frente al serotipo 2 y la persona se contagia con ese, la infección puede llegar a ser muy problemática”, apunta al respecto. De hecho, el propio fabricante anunció en 2017 que “las personas que reciban la vacuna, y no hayan estado infectadas por el virus del dengue anteriormente, podrían estar en riesgo de presentar dengue grave si contraen el dengue después de ser vacunadas”. Como se advierte, diseñar una vacuna es mucho más complejo de lo que parece. Por ese motivo, que haya tantas disponibles para frenar la propagación de covid se parece mucho a un milagro. De la ciencia, claro.