Señora alemana

Conversación/clases.

Alemán/inglés/francés.

Te. 48250062

Siempre clavando los ojos en el mismo anuncio de Página 12 y preguntándome cómo será ser una Señora alemana. Y tentándome de llamarla e intentar retomar mis clases de alemán pero claro que no, vivo en Rosario y la Señora alemana, supongo, que vivirá en un departamento recoleto de Capital o quizás en una modesta casita del conurbano, ¿quién sabe? Si será rubia y viejita, si conservará su acento alemán... No lo sé, ignoro todo de esta Señora alemana, solo sé de su constancia, hace muchos años que publica su anuncio en el diario y ofrece su escueto servicio.

Ser una señora alemana ya la convierte en alguien entre las mujeres de más de 50 años. Con ese dato insignificante la veo en su cocina diminuta pelando manzanas y azucarando la masa filo para hacer el strudel con el que recibirá a su primer alumno. Estamos terminando el año pero en marzo, el mes del entusiasmo, el mes de arrancar los cursos, quizás. Esta vez le agregó nueces y mucha canela y recordó el bosque de Bavaria donde juntaba esas manzanas tan especiales.

Marzo también es el mes del Golpe y no solo se publica el anuncio de la Señora alemana, también aparecen las fotos: esos hombres y mujeres jóvenes, ellos con sus bigotes y sus pelos engominados y ellas con sus pelos lacios logrados con el esfuerzo de hacerse la toca. Y los recuerdos que de esos jóvenes hacen sus hermanos, sus padres, sus hijos, sus compañeros y ahora se suman hasta sus nietos.

Esos rostros son la prueba gráfica de lo ocurrido, el mismo día de su desaparición forzada se los recuerda. La Señora alemana que no tiene foto ni aspecto físico pero tiene la misma constancia de esos familiares nos recuerda que todavía estamos a tiempo, que podemos aprender un idioma y viajar o conversar o leer o abrirnos al mundo, que es todo lo contrario de los rostros de estas muchachas y muchachos, sus vidas inconclusas.

Veo las sillas ordenadas en la mesa del comedor, una armario lleno de adornitos de porcelana, la mesa del teléfono, un escritorio y las fotos debajo del vidrio, aprisionadas por la transparencia mostrando esos paisajes de la selva negra, los trajes típicos, esas postales coloreadas que recuerdan su pasado de Señora alemana, las carpetitas tejidas a crochet y ella sentada en la cabecera de la mesa con sus fotocopias, con sus personajes y sus globitos para completar esos diálogos:

‑‑Halo, Ich bin Verónica.

Y también veo a sus alumnos haciendo el esfuerzo por lograr una mejor pronunciación y recuerdo que mi alemán sonaba como si fuera una inmigrante turca escapada de las guerras civiles y de los atentados devenida a estas pampas y queriendo estudiar alemán para viajar. La lámpara sobre la mesa, las ventanas a media asta y la señora alemana convidando una taza de té y un pedacito de strudel a estos desconocidos.

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