Si el de los algoritmos fuera un mundo con corazón y sentido común en lugar de ecuaciones y fórmulas matemáticas, después de cada capítulo de Stranger Things o cualquier serie con protagonistas sub-15 debería aparecer un cartel con letras gigantes suplicando, rogando, pidiendo por el amor de todos los dioses, que vean Cuenta conmigo. Porque todo empezó allí, hace 35 años, cuando llegó a las salas norteamericanas una pequeña producción hecha por fuera de los grandes estudios, con un presupuesto ínfimo para el momento y sin estrellas de renombre ni un director conocido. La película de la que nadie esperaba nada, a tal punto que casi no se estrena, hizo todo: desde encapsular como pocas los sentimientos en juego en las amistades juveniles, hasta sentar las bases del subgénero denomindo "coming of age", uno de los modelos narrativos más visitados de la actualidad. No es exagerado pensar que sin Cuenta conmigo, con su mezcla de relato de maduración, emotividad, nostalgia y desafío a lo prohibido, la historia del cine y las series para chicos hubiera sido muy distinta de lo que fue.
“Nunca volví a tener amigos como tuve a los 12 años”, escribe Gordie Lachance (Richard Dreyfuss) en la última escena, aturdido tras leer en el diario la noticia del asesinato del abogado Chris Chambers. Promedia la década de 1980, Gordie ya es padre y hacía una década que no veía a quien fue su mejor amigo de la infancia. Pero lo marcó como nadie, porque junto -y gracias- a él vivió una de las grandes aventuras de su vida. Fue durante ese feriado de 1959 en el que Gordie (Wil Wheaton), Chris (River Phoenix), Teddy (Corey Feldman) y Vern (Jerry O'Connell), con sus personalidades distintas e historias familiares complicadas, partieron en busca del cadáver de un chico desaparecido días atrás, que según el hermano mayor de Vern yacía en un bosque cercano al pueblo donde vivían. Querían encontrarlo, básicamente, para salir en TV y tener sus 15 minutos de fama.
Pero ese cadáver es, en realidad, un señuelo que le permite a Cuenta conmigo desnudar su auténtico núcleo: el de una película que observa y entiende la amistad como uno de los forjadores identitarios más relevantes para el ser humano, como un bálsamo de honestidad y trasparencia en un mundo que exige mucho más que lo que da. Lo hace gracias a un guion perfecto, un trabajo actoral notable de cuatro chicos que no se conocían y un director que entendió la esencia de lo que contaba. Película cuya visión debería reglamentarse por ley en los colegios primarios, Cuenta conmigo hace con el espectador lo mismo que con Gordie: lo lleva de las narices a su propia infancia para ponerlo frente a la imagen que devuelve el espejo la adultez. Algo similar hizo Rob Reiner a la hora de elegir la música. Con la misma edad que los protagonistas en 1959, el director eligió a Stand by Me, de Ben E. King, como motivo sonoro. Que hoy baste con escuchar la primera raspada del güiro para identificarla se debe en gran parte a la huella que dejó esta película que, créase o no, estuvo varias veces a punto de no concretarse.
Toda producción dificultosa tiene alguien que se la carga al hombro y sortea contra viento y marea las negativas de la industria. Ese rol le cupe al guionista Bruce Evans, que en 1983 leyó la novela corta El cuerpo, de Stephen King, e inmediatamente supo que había material de excelencia para el cine. Ante la propuesta de ceder los derechos, Mr. King, avezado en el arte de la negociación, pidió cien mil dólares y el 10 por ciento de la recaudación. Un dineral que, por supuesto, ni Evans ni su socio Raynold Gideon tenían. Pero siguieron adelante pensando que un director importante abriría la puerta de los estudios. Adrian Lyne, que venía de la exitosa Flashdance, aceptó, pero las grandes productoras bajaron el pulgar. Si los pibes quieren adrenalina y efectos especiales, ¿qué atractivo podía tener una historia sobre cuatro amigos que buscan un cadáver y, en el medio, se la pasan hablando sobre lo que piensan y sienten? ¿A quién se le ocurriría que una muerte podía ser una buena excusa narrativa para atraerlos a las salas, si la muerte es cosa de viejos?
Embassy, una productora de mediana envergadura, dio luz verde y consiguió que King redujera sus pretensiones económicas. Evans y Gideon empezaron a escribir el guion. Parecía que finalmente lo lograrían, pero no. Lyne terminó de filmar Nueve semanas y media poco antes de empezar un rodaje del que se bajó para tomarse unas vacaciones, poniendo otra vez a Cuenta conmigo –que por entonces se llamaba El cuerpo, igual que la novela– contra las cuerdas. Ahí entró en escena Rob Reiner, que había filmado para Embassy This is Spinal Tap y aceptó con la condición de poder ajustar el guion. Sin muchas alternativas, Evans y Gideon aceptaron, sin saber que en el cambio de punto de vista de la novela al de Gordie radicaría gran parte del éxito. A Reiner se le atribuye el cambio de título: tratándose de una novela de King, El cuerpo podía confundirse con una película de terror o incluso erótica. Y también el ensamble perfecto de los protagonistas, cuatro chicos de entre 11 y 14 años surgidos de entre más de 300 que participaron del casting.
Reiner sabía lo que hacía. Cuando tenía 19 años, formó un grupo de teatro de improvisación con su amigo Richard Dreyfuss. “Los juegos de teatro desarrollan la confianza entre las personas”, dijo al diario The New York Times. Durante una semana no hizo más que jugar con sus actores, incluyendo ocasionalmente a los guionistas y algunos miembros del equipo. Eran actividades para que entendieran la importancia de lo colectivo, como fingir que eran un espejo para imitar los gestos de un compañero, continuar una historia que otro había comenzado y ser guiados con los ojos vendados por el hotel donde ensayaban. Recién en la segunda semana empezaron con el guion. Cuando llegaron al set, casi todo estaba hecho. “Si no hubiera sido por Rob, nuestras actuaciones no hubieran sido ni la mitad de buenas”, reconoció Jerry O'Connell, quien interpretó a Vern.“Rob realmente quería que entendiéramos a los personajes. Nos entrevistaba como si fuéramos ellos. Traté de decir las cosas estúpidas que él diría. Creo que fui Vern todo ese verano”.
Los problemas, sin embargo, no habían terminado. Días antes del rodaje, Embassy fue comprada por Columbia Pictures, propiedad de Coca-Cola desde 1982. Otra vez el fantasma de la cancelación, ahuyentado con los siete millones de dólares que desembolsó Norman Lear, uno de los dueños de Embassy. Cuenta conmigo, al fin, era una realidad. Solo faltaba que llegara a las salas y, por lo tanto, necesitaba una distribuidora. Columbia no quería saber nada, hasta que quiso. Guy McElwaine, por entonces director de producciones, tuvo una enfermedad leve que lo obligó a hacer reposo unos días. Con sus hijas de la misma edad que los chicos dando vueltas en la casa, y agotados todos los VHS disponibles, pensó que esa película rechazada podía entretenerlas. Fue tal el entusiasmo de las nenas, tantas veces pidieron volver a verla, que McElwaine se dio cuenta que quizás estrenarla podía ser negocio. Un pronóstico que confirmó cuando Cuenta conmigo se mantuvo durante varias semanas en la cima de la taquilla.
En las decenas, quizás cientos de series y películas que desde entonces recorrieron arcos narrativos muy similares, resuenan los ecos de la aventura de esos cuatro amigos. Una aventura que no hubiera sido posible sin el placer genuino de esas chicas ante esa película inolvidable.