Antes de morir a los 81 años el 23 de agosto pasado, Jean-Luc Nancy, uno de los filósofos contemporáneos más influyentes, publicó un libro de título inquietante: Un virus demasiado humano. Libro tan sobrio como poético, con un final conmovedor (no es que el resto de las páginas pueda obviarse, pero si este libro contuviese únicamente las últimas dos ya valdría la pena). Que surge de la urgencia del momento pero destaca por su profundidad y que está lejos de los pronósticos apresurados. En su último trabajo, Nancy no anticipa qué ocurrirá después de la pandemia como sí lo hicieron otros filósofos europeos, no sólo porque el porvenir se ha vuelto "claramente incierto y oscuro" --"habíamos olvidado que esa es su esencia"--. Sino también porque, para él, lo "esencial" es lo que está sucediendo en el presente. Lo que la pandemia nos está mostrando, como "espejo de aumento".
Escrito al comienzo de la primera ola de Covid en Europa, en medio de una "proliferación propiamente viral de discursos", Un virus demasiado humano reenvía, desde el título, a Nietzsche. El autor, que también cita reiteradas veces a Marx, explicita la referencia: "Las pandemias de antaño podían ser consideradas como castigos divinos, así como la enfermedad en general durante largo tiempo fue exógena al cuerpo social. Hoy, la mayor parte de las enfermedades es endógena, producida por nuestras condiciones de vida, de alimentación y de intoxicación. Lo que era divino se ha vuelto humano, demasiado humano, como dice Nietzsche".
Ningún aspecto de la pandemia se le escapa al francés. La velocidad de los acontecimientos envejece algunos pasajes del libro --los que describen o relatan alguna cuestión coyuntural--, pero a la vez le otorga un plus: pasaron varios meses y tantas cosas desde que fue escrito y Nancy dijo todo lo que había que decir. Pone, por ejemplo, el acento en las desigualdades de los sujetos para hacer frente a la pandemia, tema que en el texto vuelve una y otra vez --"la actividad económica está afectada en todos los niveles, pero es grande la distancia entre la empresa multinacional, el pequeño autoemprendedor y el lustrabotas callejero"--. Dos capítulos están dedicados al tan mentado concepto de "libertad", que en su momento lo enfrentó al italiano Giorgio Agamben. Igualdad, libertad; tópicos de los que la filosofía siempre se ha ocupado, pero esta es una época de "no saber", como define en una entrevista que se encuentra en el anexo de la publicación. Da la impresión de que esa es la posición desde la cual los revisita. Otros capítulos son "Comunovirus", "El mal y el poder", "Neoviralismo", "Lo útil y lo inútil".
Lo que está en el centro de este libro --con traducción de Víctor Goldstein, publicado aquí en 2020 por La Cebra en coedición con la editorial chilena Palidonia-- es, como el título lo indica, la pregunta por la humanidad. La pandemia es presentada entonces como "espejo", y también como "síntoma de una enfermedad más grave, que alcanza a la humanidad en su respiración esencial, en su capacidad de hablar y de pensar más allá de la información y el cálculo". Exponente del deconstruccionismo junto a Jacques Derrida, Nancy define al virus como un "deconstructor" y a la crisis sanitaria como "una figura particularmente expresiva del vuelco de nuestra historia". Lo que está en cuestión es "el principio mismo de la civilización tecnocapitalista". "El conjunto de las crisis en las cuales estamos cautivos procede de la extensión ilimitada del libre uso de todas las fuerzas disponibles, naturales y humanas, con miras a una producción que no tiene ya otra finalidad que ella misma y su propio poder", sentencia.
En el capítulo III, llamado "Seamos niños", insta: "Tenemos que volver a aprender a respirar y a vivir, simplemente. Algo que es mucho, y difícil, y largo (...). Seamos niños. Recreemos un lenguaje. Tengamos esa valentía". Para Nancy "no basta con erradicar" el virus --otras pandemias amenazan si la maquinaria sigue funcionando igual-- ni tampoco es momento de arriesgar en qué sistema político derivará esta crisis. Pero sí las condiciones parecen invitar a una "revolución del espíritu": esto implica, sintetizando mucho, abandonar la razón de ser de "adquirir bienes, poderes y saberes" e inventar "todo de cero" en el sentido de nuestros derechos, humanidad y libertad. Es que hasta ahora, e incluso en tiempos en que la enfermedad y la muerte son omnipresentes, nuestro "reflejo" es "respetar la vida humana". Pero de algo no somos capaces aún: de pensar qué es lo que justifica ese respeto.