Desde hace diez días, se libra en Caballito una silenciosa batalla entre avances y resistencias sobre uno de los lugares emblemáticos del Parque Centenario: el último potrero porteño. Un espacio de tierra entre pastos y lagos que lleva más de medio siglo de historia y muchos usos por parte de la gente de la zona.
Usos que se transformaron en hábitos del barrio: el estudiante, el kiosquero, el jubilado y el policía eran lo mismo cuando pisaban ese rectángulo codiciado por el “crecimiento urbanístico” del Parque (y sus adyacencias inmobiliarias más allá de los hospitales y afines). La ciudad fue cambiando y el Centenario también, pero jamás hubo un momento en todos esos días donde el potrero estuviera vacío de piernas y pelotas.
La sencilla muestra de la raigambre que tiene ese potrero en la zona está en los fallidos intentos “oficiales” por convertirlo “en otra cosa”. Todos fueron resistidos de distintas maneras. Y algunos, claro, dejaron cicatrices: una vez le pusieron al lado una cancha de fútbol 5 de cemento --que, al final, terminó siendo un estacionamiento tarifado y concesionado entre dos arcos--, mientras que en otra ocasión lo “encerraron” con cuatro alambrados gigantes, tal como aún permanece.
A la luz de esta historia, la última avanzada parece la más difícil. Página/12 dio cuenta de esto el fin de semana anterior, cuando el conflicto aún estaba en ascuas. Una mañana, el potrero amaneció con máquinas contratadas por el Gobierno de la Ciudad para remover tierra. No hubo anuncios ni notificaciones, ni siquiera un cartel sobre el plan de obra. Mucha gente del parque fue a la sede comunal, a cien metros del potrero, del otro lado de Patricias Argentinas. Y no los quisieron recibir.
Recién días después, el presidente de la Comuna 6, Federico Ballán, dio detalles públicos sobre esa acción. Lo hizo a través una red social personal. Habló de pavimentar todo el potrero, con el propósito de que no se inunde más. Pero, en otra publicación, acusó a “algunas personas que lucraban con este espacio degradado”. Y denunció génericamente “negocios”, aunque sin dar detalles alguno. El proyecto es curioso por diversos motivos. Por empezar, el precitado: el anterior intento de “poner a disposición” una cancha de fútbol de cemento terminó en un parking privado al aire libre.
A partir de entonces, los vecinos se autoconvocaron en el potrero, lugar en el que se turnan y jamás abandonan desde aquel entonces. Solo de esta forma lograron que las máquinas no siguieran trabajando. Pero la cancha, mientras tanto, se convirtió en un tablero de ajedrez con fichas, ocupaciones y estrategias. El gobierno porteño no avanzó con la obra, pero dejó unos montículos de tosca que interrumpen la cancha. La gente del barrio, igualmente, va a jugar. Entonces aparece mayor presencia policial, sin intervenir directamente, pero haciéndose ver merodeando la zona. Y así, sucesivamente.
Los autoconvocados son difíciles de enumerar, porque van fluctuando en el transcurso del día. Pero la presencia es permanente. Y las asambleas, constantes: a un costado del potrero, donde están los banquillos para los suplentes, noche a noche decenas de personas debaten y definen cómo seguir ante ese silencio amenazante. Es que las obras se paralizaron, pero circulan rumores de inminentes avances.
En simultáneo, la gente del potrero juntó firmas en el parque. Y en pocos días sumaron más de cuatro mail. Fue justo cuando se enteraron de que Horacio Rodríguez Larreta iría al barrio para inaugurar un local de PRO. El miércoles pasado, el jefe de Gobierno porteño tenía un compromiso en San José de Calasanz y Parral, a una cuadra de Juan B. Alberdi y a veinte del Parque Centenario.
Hasta allí fueron con todas las firmas recolectadas. Un acto simbólico, pero potente: en la puerta del local se encontraron cara a cara con el presidente comunal que los venía esquivando. Y a Larreta lo abordaron cuando llegó y también cuando se fue, tan solo acercándose a contarle la situación y a acercarle las firmas de los vecinos que apoyaban las objeciones. En la última dijo con desgano "Sí, sí. Ya estoy al tanto. Gracias". Una tensión pellizqueó el ambiente. Y Ballán, presidente de la Comuna 6, no tuvo más opción que comprometerse a recibirlos por primera vez.
El jueves al mediodía entraron dos representantes del potrero al despacho del presidente comunal. La conversación no fue para nada amistosa. Y, según revela alguien que estuvo presente, llena de chicanas. "El potrero parece una canchita de Laferrere. ¿Eso es lo que les gusta a ustedes?", se escuchó en un momento. Quedaron absortos.
A la hora de consultar argumentos, uno de los blandidos fue que "la gente se quejaba por el dengue después de una lluvia". "Bueno, entonces fumigá", fue la respuesta de uno de los vecinos. "Nos decían que las quejas llegaban por la línea 147, pero no había mayores registros. Ni siquiera la cantidad de personas que llamaron. Podían ser dos, veinte o ninguna. No pudimos saberlo".
"Insistían en que lo único que podían hacer era poner cemento. Nos mostraron una serie de papeles impresos con un dibujo de la futura cancha, pero que no tenían número de expediente ni de obra. Raro", agregan.
El acuerdo final del único encuentro entre la Comuna y la gente del potrero fue el de frenar las obras a la espera de nuevos presupuestos. Mientras tanto, los organizados por el potrero se comprometían a trabajar una propuesta para mantener la tierra en condiciones y dinamizar el desagote tras lluvias. Parecía una especie de paz armada, de compás de espera a ver qué deparaba el destino. Y, mientras tanto, poder usar el potrero, incluso con esas montañas de tosca.
Pero no: "Al otro día nos encontramos con veinte policías, patrulleros, motos y el comisario queriéndonos sacar. Lo rechazamos. Y, desde ese momento, hay no menos de cinco policías mirándonos", dice uno de los vecinos. "El comisario vino como de buena onda, pero nos llenó la canchita de policías, jaja". En una mañana, por ejemplo, unos efectivos quisieron sacar a ocho chicos de entre once y trece años que estaban jugando a la pelota. Se empezó a juntar gente alrededor, unas cincuenta, todos protestando. Los policías se fueron y los nenes siguieron jugando. Pero esto es un tira y afloja que no termina.
El trabajo que realiza la policía porteña en el Parque Centenario por este diferendo es muy curioso: algunos efectivos que cumplen la orden de custodiar el lugar, de que "no pase nada", a la vez pusieron su nombre, documento y firma en el petitorio para lograr precisamente lo que ellos deben evitar. "Es que muchos efectivos son del barrio", dice uno de los habitués y defensores del potrero. "A algunos, incluso, los conozco del colegio. Y después resulta que uno tiene un hijo que siempre viene acá. Y otro, un sobrino. Además de que no pocos jugaron a la pelota en el potrero cuando eran pibes. Aunque llame la atención, hay mucho apoyo de ellos. Y a mí, particularmente, uno de ellos me dijo: 'Está perfecto lo que hacen, si quieren poner cemento yo también me opondría'."
Es por eso que ese mismo jueves presentaron una medida cautelar en un juzgado contencioso administrativo para que el cese de las obras tenga amparo legal. "Pero lo más importante es que nos estamos turnando para estar siempre en el potrero, de día y de noche. La idea es no salir, porque corre el rumor de algunos policías, quienes nos dicen que van a meter las máquinas y a poner un consigna en cada entrada para impedir nuestro acceso", dice otra vecina. "Así que, mientas tanto, seguiremos acá".