Desde Río de Janeiro
En su reiterado golpismo, el ultraderechista Jair Bolsonaro explicó este viernes, frente a una nutrida platea de evangelistas (foto), que tiene tres alternativas de futuro: ser detenido, ser muerto o la victoria.
En seguida, aclaró: nadie podrá detenerlo, la muerte depende de la voluntad de Dios y la victoria depende de “ustedes, el pueblo”.
Volvió a decir que no pretende llevar a cabo ninguna ruptura – en clara alusión a un golpe – pero que “para todo hay un límite”.
Sin nombrar a nadie, denunció el abuso de “dos señores” que se sienten autorizados a adoptar medidas que violan derechos constitucionales, en alusión a Alexandre de Moraes y Luis Roberto Barroso, integrantes del Supremo Tribunal Federal y del Tribunal Superior Electoral.
Agresiones
Con eso, dejó claro que no tiene ninguna intención de bajar el nivel de su persistente agresión a los integrantes de la corte suprema de Justicia, y que insistirá en incentivar movilizaciones callejeras contra sus integrantes, así como contra el Congreso.
Bolsonaro, a propósito, además de haber sufrido derrotas en el Senado es blanco de investigaciones en ambas cortes, la suprema y la electoral.
Reiterando que su compromiso es con “el pueblo”, aprovechó para convocar una vez más a los evangelistas, parte substancial de su base de apoyo más fanatizada, para las manifestaciones callejeras del 7 de septiembre, Día de la Independencia.
Vacunas "experimentales"
Y como era inevitable, volvió a criticar a las vacunas – “todas experimentales”, lo que es desmentido inclusive por los responsables en autorizarlas y que integran su gobierno – y a defender medicamentos que no solo son ineficaces sino que además pueden causar serios daños colaterales.
Fue eufóricamente aplaudido.
A medida que se acerca el 7 de septiembre crece la tensión en Brasil. Son palpables las intenciones de Bolsonaro y sus seguidores más radicales de promover actos de violencia, por más que él lo niegue.
Vale recordar que, además de evangelistas, Bolsonaro cuenta con el respaldo de la mayor parte de los integrantes de las Policías Militares en todo el país. Y ellos también anuncian que estarán en las movilizaciones en defensa del gobierno y contra “los comunistas” que pretenden volver al poder en las elecciones de 2022.
Si se observa el panorama general vivido por Brasil, sobran razones para preocuparse. Además de todo el derrumbe llevado hacia adelante por el peor gobierno de la historia de la República, y de las muertes causadas por la pandemia y, en su mayor parte, también por la inercia del gobierno del ultraderechista, ahora es la economía la que muestra palpables síntomas de estancamiento y de fortalecimiento de la inflación.
En ese cuadro, el radicalismo exacerbado de los seguidores de Bolsonaro significa una amenaza real y concreta. Por más que sean minoría – el 64 por ciento de los brasileños dicen que su gobierno oscila entre “malo” y “pésimo” – son número suficiente para causar tumultos violentos.
Y es precisamente en medio a esa tormenta anunciada que el mandatario convoca manifestaciones para un “7 de septiembre del pueblo”.
Si se recuerda que más que fuerzas aseguradoras de la seguridad pública las Policías Militares de todo el país surgen como amenaza y fuente de miedo, se hace posible entender la dimensión de la tensión reinante.
Lo que no se entiende, y nadie explica, es por qué diablos quienes están en condiciones de controlarlo o directamente extirparlo del poder – sobran motivos concretos para tanto – se mantienen apáticos.
En el cajón del presidente de la Cámara de Diputados reposan, tranquilos, más de 120 pedidos de apertura de un juicio para destituirlo. Sobran pruebas de que cometió al menos 26 crímenes previstos no solo en la Constitución, sino en todos los códigos penales.
La historia registrará los nombres de los cómplices y encubridores del desastre más que anunciado.
Pero ya será demasiado tarde: el presente será pasado, y el futuro lo inverso de lo que podría haber sido.