La famosa e insignificante fiestita de Olivos, con cuya esforzada ampliación y difusión se ha logrado crear un pequeño escándalo, le viene como anillo al dedo a una oposición dividida e inescrupulosa, y sobre todo sin programa, para centrar en ella la campaña electoral y los ataques al Gobierno. Pero no debería engolosinarse, aunque veloces periodistas de opinión y arrebatados analistas políticos la impulsen a imaginar una cuantiosa recolección de beneficios. Tal vez los reprobables, desgraciados hechos descubiertos no le jueguen tan a favor y no quiten tantos votos al oficialismo, eso se verá y, por otra parte, corre el riesgo de que quizás el votante advierta que, una vez más, toda su política y todo lo que ofrece como “cambio” se reduce a esto, señalar, denunciar, escandalizar y perseguir. No parece un atractivo muy novedoso ni muy cotizable para votantes con criterio medianamente independiente.

Sobre lo que insisten los comentaristas más cautos, que es el efecto antipolítico de la cuestión, también habrá que juzgar con más cartas en la mano. Mientras tanto, hasta el menos profesional de los dirigentes de la oposición, que ya es decir (no sólo por ser outsider, como se insiste), considera, ilusionado, que puede sacarle jugo: “Se está gestando algo que estoy viendo en toda la provincia. Se está sumando gente que, como yo, quiere dar el paso. El radicalismo; PRO, con Ramón Lanús, que para mí va a ser el próximo intendente de San Isidro; Emilio [por Monzó] con Joaquín [por De la Torre], con Margarita [por Stolbizer], con el progresismo. Hay una dinámica muy positiva. No tengo experiencia política, pero hay algo muy positivo. Puedo mirar a los ojos a la gente, y la gente está muy enojada, con bronca, está abandonada e indignada con la falta de ética de la foto presidencial, resaltó Facundo Manes en diálogo con La Nación (16/8/2021). Pero el peligro parecen estar advirtiéndolo las pocas cabezas políticas que le quedan a la oposición: tanto la Dra. Elisa Carrió como Horacio Rodríguez Larreta se muestran indignados por la escena, si bien bajan el tono y desisten de la sanción parlamentaria con distintos argumentos o pretextos. Para remache, La Cámpora aprovechó otro registro fotográfico con vistas a iniciar un contragolpe. "Con la mitad de la indignación mediática de estos días aplicada a otras fotos nos hubiéramos ahorrado el endeudamiento de las próximas décadas", escribió la organización en su cuenta oficial de Twitter.

Por otro lado, las sociedades han ido aislando la política de los hechos personales de la vida de los dirigentes, y deslices mucho más graves que este no las han invadido ni mellado. El conocimiento público de las primitivas aventuras sexuales de Bill Clinton en la mismísima Casa Blanca o de la doble vida conyugal y familiar de un estadista de la talla de François Mitterrand no desviaron a estos líderes de sus objetivos ni a sus seguidores del apoyo, tendiendo a separar, las sociedades respectivas, un comportamiento personal de otro para el colectivo. Un país y una sociedad que hasta hoy celebran sin discusión ni oposición “la mano de Dios”, acostumbrados a la transgresión cotidiana y en todas las esferas, arbitrarios e incausados en sus juicios y condenas, no ve, acaso, como una alteración desmedida estos festejos que no dejan de ser personales, familiares, circunscriptos a la intimidad. Y como decía en una de sus disquisiciones de café Ernesto Sábato “los abismos del yo se encuentran en la intimidad del hombre, lo que no tiene nada que ver con la razón”. Probablemente, en la historia cultural de la civilización occidental sea esto de lamentar, pero es lo que ella nos muestra, y no sé si no para bien: que en la actividad pública de los dirigentes lo que cuenta es la acción pública, y que la vida privada queda para el juicio de buscapleitos e inquisidores.

Algunas “encuestadoras”, que no son más que otras tantas terminales del macrismo, anuncian una pérdida de votos importante para el oficialismo; preparan, de paso, el terreno para denunciar, como otras veces, un fraude imaginario, y trabajan a la opinión pública en el odio y el olvido de su gestión. Para eso, muchos opinadores han exagerado verdaderamente los hechos y sus consecuencias. Ni aquéllos serían tan graves (se vacila bastante en titularlos como delitos y aún sobre el carácter anticonstitucional de ciertas normas) ni las consecuencias tan calamitosas; no se sale del terreno de la moral, del valor de la palabra oficial, de la credibilidad, del cumplimiento de los protocolos. La entidad de hechos y de consecuencias es relativa y todavía está en discusión. Poco material para explotar. Hasta en las interpretaciones de críticos que se pretenden más objetivos y neutrales se ve la intención inocultablemente opositora, y eso les quita racionalidad y objetividad, los carga de emoción. Es difícil presentarse como analista político habiendo tomado ya partido.

* Mario Goloboff es escritor y docente universitario.