La impactante exposición de Alejandra Fenochio en Munar es coherente en toda la línea y revela los compromisos de la artista: el primero, con la pintura, como modo de dar cuenta de sus convicciones estéticas y políticas; de sus amores y solidaridades. También de sus paisajes, especialmente del barrio de La Boca (donde vive hace casi treinta años): sus calles, chapas, árboles, el puente, la casa; la noche y la luna entre las ramas. En este punto, la muestra y el lugar de exhibición explican también esa coherencia.
Se trata de una gran exposición que reúne una amplia selección de dos décadas de trabajo, en los que se condensa un diario de vida en clave pictórica.
Junto con Adriana Lestido, la curaduría de Carlos Herrera, director artístico de Munar, resulta clave, porque le dio la luz más adecuada, el espacio más pertinente y la mejor perspectiva a cada obra o conjunto de obras.
El núcleo incandescente de la muestra es el modo en que pinta el contexto de catástrofe social que produjo el neoliberalismo, nacido con la dictadura y retomado en democracia, en los años noventa. El estallido del 2001 y sus largas consecuencias. Las pinturas de los primeros años dos mil condensan y anticipan lo que se vendría con la reedición del neoliberalismo (aplicado más a fondo y más rápido) entre 2016 y 2019. En este punto, se trata de obras gestadas a partir de ciertas condiciones que a medida que pasa el tiempo se vuelven más reales, porque partieron de un presente en crisis, para llegar, en un efecto de hiperrealidad, al futuro que es hoy.
Retrospectivamente, la coherencia de la pintora se constata desde sus inicios, cuando Luis Felipe Noé -presente en la inauguración, el sábado a la tarde- escribió, lejanamente, que “Alejandra Fenochio pinta sin temores, como riéndose un poco de sí misma, como si simplemente estuviese hablando a través de la pintura de su mundo en torno con acidez y ternura al mismo tiempo”.
Sus pinturas muestran la centralidad de las condiciones sociales, a través de retratos hechos de ternura, tiempo, mucho color y oscuridad, gracias a la cercanía con los retratados, y a la construcción de una puesta en escena pictórica de situaciones de marginalidad y vulneración. A la par del retrato social de gran tamaño, Fenochio entrega un remanso ribereño, donde la mirada está puesta en el horizonte. Una hilera de pinturas de pequeño formato instala allí mismo, dentro de la primera gran sala de exposiciones, ese deseo de horizonte.
Como escribe Cristina Civale en el texto de presentación de la muestra: las obras de la artista son “Ficciones de lo real en una urbe donde todo es fauna: personas y animales, todos mascotas de un sistema que domestica y exhibe un silencio que sale de cuadro y que se escucha como un trueno”. Y sigue ”…acá llegan estas narraciones visuales para permanecer todo el tiempo y avisarnos que en cualquier momento cualquiera de nosotros puede habitar estos cuadros”.
La instalación de una suerte de jardín de las delicias en clave también ribereña -hecha con restos y deshechos rescatados de la Reserva Ecológica, que a su vez conforman un fragmento de “Silvestres vidrios brotaron”, aquella exposición presentada hace nueve años en Tecnópolis- termina de configurar un mundo propio en el que se encuentra una belleza reinventada desde el margen.
* En Munar, Avenida Pedro de Mendoza 1555, La Boca, hasta fines de septiembre, en el marco de Bienalsur.