Con casi treinta años de trayectoria musical, Las Manos de Filippi es una de las pocas bandas que lograron llevar el discurso de las canciones al terreno de la acción: la militancia política. Sin perder el humor y con la alegría circense como eje, Las Manos “crearon un estilo único dentro del rock combativo y cambiaron el paradigma de la música de protesta”. Esa es la tesis central de Tienen el poder y lo van a perder (Gourmet Musical, 2021), el libro del periodista Diego Skliar sobre la historia de la banda. “Pensar la época y ver cuál es el mejor modo de actuar. Y ese actuar a veces puede ser replegarse y creo que ahí hay mucha escuela militante. Hay una sabiduría, algo inteligente en la labor colectiva”, analiza Skliar sobre la constancia y perdurabilidad del grupo después de tantos años en la escena.
El libro, que llevó tres años de trabajo, cuenta los orígenes callejeros del grupo en la peatonal de Villa Gesell o en la calle Florida, y recorre distintos hitos del proyecto, como las historias enrevesadas de la cumbia “Himno del cucumelo” –popularizada por el cuartetero Rodrigo- y el himno combativo “Sr. Cobranza”, que capitalizó Bersuit en Libertinaje (1998) y generó un extenso conflicto entre ambos grupos. O la creación del MUR (Músicos Unidos por el Rock), una organización impulsada por ellos después de la tragedia de Cromañón para luchar por mejores condiciones para los músicos, en un contexto de clausuras y grave crisis cultural. Skliar va narrando la historia en breves capítulos o crónicas que hacen llevadera la lectura. “Lo pensé por la lectura contemporánea, más veloz y menos atenta. No quería hilvanar todo tanto o dar una súper coherencia como si se tratara de una novela o una enciclopedia. Me gustaba más la idea de aguafuertes: pequeñas imágenes que se van hilvanando”, cuenta.
-¿Por qué un libro sobre Las Manos Filippi?
-A mí me parece que Las Manos es una de las bandas más importantes del rock latinoamericano, más allá de los resultados en términos de venta y circulación de sus discos. Es una de las bandas que mejor reflejó en cada época lo que estaba pasando a nivel regional y también internacional, desde una perspectiva de los laburantes. Y han logrado (en las canciones) poner nombre y apellido a una enorme cantidad de conflictos sociales; es como una renovación de la canción de protesta, en la que casi no hay metáfora. Es como un diálogo con la canción de protesta de los sesenta y setenta, pero la renovación que Las Manos traen es el hecho de mencionar en las canciones nombre y apellido, caso por caso, político por político. Han logrado esa renovación, pero le han sumado una veta de humor al género de la canción de protesta. No es menor el nivel de ironía que maneja el Cabra. Que el Cabra sea el frontman genera un producto medio único. Porque vos esperás que salga un Che Guevara, alguien con el morral colgando y la barbita... pero sale un tipo que tiene las medias hasta las rodillas, un gorro piluso y unos movimientos de antihéroe increíbles.
-Ahí aparece la novedad, ¿no?
-Sí, esa conjunción termina armando una banda muy novedosa en la escena y mucho más influyente de lo que se reconoce. Casi todas las bandas de rock, cualquiera sea su estilo, cuando quieren apretar los dientes, consciente o inconscientemente, están asimilando algo que ellos pusieron en la escena. Así que me parecía importante escribir esa historia, que no es la perspectiva central de cómo se suele narrar el rock argentino, en la que hay una cúpula muy marcada por Charly, Spinetta, Cerati, Fito, Calamaro. Me parece que también podés narrar el rock argentino desde Las Manos de Filippi, que es como una especie de "caminito al costado del mundo", citando a La Renga. Pero que va cruzando también el camino principal: por los conflictos que tuvieron, por los covers de Rodrigo y Bersuit. Y también podés leer el rock argentino y la conflictividad latinoamericana a partir de su discografía y tener una perspectiva distinta: si querés llamala de izquierda o más combativa o más rabiosa.
-Las Manos siempre se sostuvieron en la escena, pero a la vez no ocuparon espacios centrales en el mainstream, en grandes festivales o circuitos estatales, quizás por cierto posicionamiento de “no traicionar” lo que estaban diciendo en las canciones. ¿Ese posicionamiento también los mantuvo en ese "caminito al costado del mundo"?
-La coherencia y el tinte ideológico de toda su discografía y sus declaraciones públicas también le generaron una exclusión. Entonces ahí aparecen como distintas formas de la censura, que no es la censura de la prohibición directa por un ente estatal, que también la han sufrido, sino que es una suerte de exclusión por omisión de existencia, que también es una forma de censura. Negarte la existencia, negarte el crédito de lo que estás generando, no convocarte, es una forma de censura. Y yo le sumo otra: en un punto Las Manos en función de su ética y su camino ideológico también por momentos se han autoboicoteado. Pero lo han hecho de manera muy consciente, porque siempre han decidido cada paso de manera colectiva, asamblearia, y me parece que hay que respetar esas decisiones colectivas. Tal vez no es el camino más efectivo en término económicos, pero sí en términos éticos. No creo en el error en las decisiones tomadas en los procesos colectivos: me parece que ahí siempre se acierta.
En el libro, Skliar trabaja bastante sobre una idea: Las Manos actualizó la canción de protesta. En este sentido, algo distintivo en relación a otras bandas o artistas que abordan la música con compromiso social es que lo que hicieron fue acompañar los procesos políticos y sociales con la acción directa. El periodista detalla los viajes que hicieron a Honduras después del golpe de estado de 2009 contra Manuel Zelaya, a Venezuela para seguir de cerca la revolución bolivariana y plantear diferencias, o las visitas a Chile luego de las revueltas de 2019 contra el modelo neoliberal. Y algo no menor: la militancia de varios de sus integrantes en el Partido Obrero. “Sí, eso es totalmente novedoso”, afirma Skliar. “Es incluso atractivo para nosotros como periodistas, porque es una historia nada común dentro del rock argentino. Y eso hace que haya una trayectoria muy singular y muy interesante de contar. Y además es una historia muy divertida, porque se vincula con un universo con el cual el rock no se suele vincular. Porque la trayectoria de Las Manos es muy rica, no es una historia solo de giras y hoteles. Tenés giras y joda, pero también tenés toda la vinculación con los movimientos obreros de la región, con los movimientos sociales, con los pueblos originarios y las distintas luchas que las sociedades dan en cada época, como la legalización del aborto o la despenalización de la marihuana. Eso va tejiendo una manera increíble de leer las coyunturas. Me parece mucho más interesante la historia de Las Manos que la de un rockero que se la pasó en un hotel desde los 18 años”.
-¿Las Manos como proyecto artístico, cultural y político piensan en la idea -de la que se ha discutido tanto- de transformación social a través del arte o más bien se proponen dar testimonio de los conflictos que van aconteciendo?
-Es una pregunta difícil de responder. Las Manos después de Cromañón se dieron cuenta de que el arte en sí mismo no alcanzaba. Que hacer letras de protesta o de denuncia puede ayudar a despertar conciencias o reflejar algo, pero no a transformar las condiciones de existencia. Y por eso empezaron a militar más fuertemente. Su decisión fue hacerlo en el Partido Obrero, agarrar candidaturas, formar el MUR. Porque ahí se dieron cuenta que no eran los géneros musicales los que modificaban la existencia: lo que cambia algo es reunirte con un tanguero que hace letras de amor y con una cantante de pop y reconocerse en su condición de trabajadores y trabajadoras. Y que esa era la transformación que se podía llevar adelante. Y al día de hoy combinan esas dos cosas, sabiendo que la real transformación para ellos está en la militancia concreta y en cambiar las condiciones de existencia en cada lugar. De hecho, ahora más que nunca Pecho y Cabra han decidido volver con todo dentro de la militancia del partido, también como fuente de laburo, componiendo canciones para gente del movimiento, para estudiar temas de contaminación o género, por ejemplo. Una suerte de pedagogía para el interior del movimiento en el que participan.