El viernes pasado Elías Gurevich brilló en el Teatro Colón, como solista en el Concierto para violín y orquesta de vientos de Kurt Weill junto a la Orquesta Filarmónica dirigida por Carlos Vieu. Fue un paso más en el lento y cuidadoso regreso de la música a las salas, hacia la normalización de una actividad que sin embargo el violinista uruguayo, desde hace décadas figura sobresaliente de la música argentina, nunca interrumpió. Su trabajo durante los meses de pandemia quedó documentado en un álbum notable, que es además la primera parte de un proyecto ambicioso: conjugar las sonatas y partitas de Johann Sebastian Bach terminó de componer hacia 1720 y las sonatas para violín que Eugene Ysaÿe compuso dos siglos después a partir del estímulo que le produjo escuchar las del maestro alemán. Y hacerlo con tres violines distintos –uno barroco, otro clásico, otro eléctrico— para dar cuenta de cada época.

300 años. Solo violín se llama el ciclo completo de estas obras cardinales del repertorio para violín solo, que se completan en el diálogo con obras de compositores argentinos compuestas especialmente para este proyecto. El primer álbum, disponible en Bandcamp, incluye la Sonata nº1 en Sol menor BWV 1001 de Bach, la Sonata nº 1 Op. 27 de Ysaÿe y Circumpolar, una obra de Jorge Horst.

Gurevich nació en Montevideo, en una familia de músicos. Integró la Orquesta Sinfónica del SODRE hasta que 1983 ganó el cargo de primer violín en la Orquesta Filarmónica del Teatro Colón. Desde 1985 integra la Camerata Bariloche y además de una intensa actividad en la música de cámara tiene a su cargo la cátedra de Violín Contemporáneo en el Conservatorio Manuel De Falla. Entre numerosos reconocimientos recibió tres veces el Premio Konex, –por la Camerata Bariloche, el Nuevo Trío Argentino y el dúo Manos a las obras con la pianista Haydée Schvartz.

Pandemia de por medio

El aspecto juvenil, la sonrisa permanente, la capacidad de asombro y la curiosidad siempre listas a la hora de hablar de música se mantienen detrás del nutrido curriculum del violinista, que sobre el filo de los cincuenta años de vida profesional aborda su primer trabajo como solista. “Yo siempre aprovecho los veranos para estudiar cosas que después durante el resto del año, cuando la actividad profesional nos lleva a estudiar específicamente lo que hay que tocar, no voy a poder hacer. Así, el inicio del 2020 me encontró volviendo a las sonatas para violín solo de Bach y las de Yasye”, cuenta Gurevich a Página/12.

“Después el verano se prolongó por la pandemia, en marzo del año pasado no retomamos las actividades normales y seguí estudiando solo. De un día para el otro, no poder volver a hacer música con mis compañeros habituales, me produjo una sensación muy extraña, en lo humano y en lo artístico. Entonces sentí la necesidad de este proyecto, como una forma continuar haciendo música, pero también de encontrar una contención emocional”, explica Gurevich.

Bach, Ysaÿe y esa forma de persuasión que tienen los números redondos fueron buenos puntos de partida para 300 años. Solo violín. “Si bien se trata de obras de épocas distintas, a medida que las estudiaba iba encontrando rasgos en común, por lo que la comparación se me hacía inevitable. A partir de que Ysaÿe compuso sus sonatas en 1923, hace un siglo, inspirado en las que Bach compuso en 1720, hace justo 300 años, me interesaba ver cómo se podía prolongar esa sugestión hasta nuestros días y pensé que podía encargar obras a compositores argentinos de la actualidad. Ningún descubrimiento de América, simplemente quería ampliar la línea de tiempo sumando lo que un compositor de nuestro tiempo podía escribir escuchando a Bach y a Ysaÿe”, asegura el violinista.

-- La línea de tiempo se refleja también en los cambios técnicos del instrumento...

-- Claro. Los intérpretes de música barroca han explicado largamente por qué utilizan instrumentos originales y eso no podía soslayarlo. Para tocar Bach utilizo un violín Klotz-Mittenwald construido en 1771, con arco barroco y cuerdas de tripa, además de observar la afinación con un diapasón casi medio tono más bajo (en 415). Para Ysaÿe utilizo un instrumento clásico (G. Roberts - Cremona 2005), afinado en 440. Ahí te das cuenta de las diferencias entre Bach e Ysaÿe y de las necesidades de cada música, que tienen que ver con el vibrato, el peso del arco, la tensión de las cuerdas. Por momentos demandan formas de tocar que son contrastantes. De ahí pensé que la obra contemporánea debía ser en violín eléctrico. Me pareció que así se terminaba de definir la visión específica de cada época. Cada época con su instrumento y la propia manera de tocarlo.

Sintonía

Desde esa variedad la ejecución de Gurevich delinea con claridad absoluta la identidad estilística de obras de gran exigencia técnica. El fraseo suelto –pero no laxo–y el sonido de alguna manera más hosco de Bach, dialoga con el tenso virtuosismo y el centelleo de Ysaÿe. En el final, fragmentos que de distintas maneras salen de las obras anteriores retumban en la composición de Horst, un cautivante paisaje de recortes amnésicos, hilvanados por la sonoridad del violín eléctrico.

“Con Jorge (Horst) trabajamos muy en sintonía. Él me mandaba los pedacitos que iba componiendo y yo se los devolvía tocados en videítos. Esta manera es un poco el emblema de cómo abordé este proyecto, indagando paso a paso y destacando las diversidades. Creo que lo importante es la coherencia en cuanto a las decisiones que uno va tomando. Intenté mostrar cada época con cada violín y cada sonido”, asegura Gurevich.

-- ¿Cómo cuidaste las distintas sonoridades en el estudio de grabación?

-- Santiago Bruno hizo un trabajo maravilloso, como ingeniero de sonido y como productor artístico del proyecto. Cuando uno está solo, necesita un ida y vuelta con una figura así. Del mismo modo trabajamos con Horst, con Carlos Furman que hizo las fotos y con German Serain, que se ocupó de la producción. Además está el esfuerzo y la paciencia de las familias. Hay un gran valor humano y artístico puesto en juego. De otra manera no se hubiese podido hacer.

Sacar de las casillas

Gurevich convocó a compositores de distintas extracciones para que expresaran su visión sobre las obras de Bach e Ysaÿe. “La idea es también sacar a la música clásica de sus casillas, por lo que no me quiero circunscribir a compositores clásicos”, define el músico. “Están Horst y Gabriel Valverde, pero también Ernesto Jodos, que viene del jazz, Ezequiel Diz, que es más tanguero, César Lerner, un músico klezmer, y Guillo Espel, que abreva en el folklore. Me interesa también lo que dentro de esta variedad puede dar el violín eléctrico. Lo pienso como un proyecto a seis discos. Es algo costoso y sin apoyo económico será muy difícil. Pero si no hubiese hecho este primer disco, sería más difícil todavía”.