Hay que decirlo con la garganta lubricada, tirar la ge desde bien adentro y enganchar la a como una gárgara hasta conseguir la erre y después esa che tan nuestra, tan del español rioplatense. Garchar. O “garchó” aunque entonces ya la gozosa promesa de un infinitivo siempre dispuesto se llena de nostalgia. Garchar, esa actividad soez y juguetona, esa palabra amigable tanto mejor que el coger que suena tajante y nunca se sabe si escribir con ge o con jota ¿no es un poco fálica la jota? En cambio garchar trae la idea de un escarceo robado a horas productivas, un imaginario de cuerpos más blandos, más redondos, menos encajonados en su rol preconcebido. Hay que decirlo, garchar. Toda la noche, rico y mojado. Un horror ¿verdad?
Un horror, una locura, que no le digan a los jóvenes lo que tienen que hacer, que no se metan en nuestras casas, en nuestras familias en nuestras camas. La oposición brama frente a la frase completamente recortada del contexto en que la dijo Victoria Tolosa Paz, el lobo de la moral disfrazada de rubia. Qué espanto. Hasta en las propias filas de su partido se puso la nota de juicio moral, por favor, que de eso no se habla. Un festín de vampiros de los recortes virales que regalan las redes sociales en formato audiovisual para dar prueba de veracidad, de real realidad, sangre y no salsa de tomate que salen a beber antes de que den las PASO.
¿Vamos a decir que el problema es que lo haya dicho una mujer? ¿una mujer rubia? Eso le otorga un plus para el escarnio, seguramente. Aunque podríamos aventurar también que hay más señores de traje además del escenario de María Eugenia Vidal metiendo mano en sus partes mientras alientan la polémica de lo que se puede decir o no en campaña electoral, excitados por su propia oportunidad de decir “garchar” en tiempos en que el garche ya no es tan juguetón, ni tan inesperado, ni tan azaroso como podía ser cuando no teníamos miedo de la variante Delta y la saliva de les otres lejos de ahuyentar, ayudaba a ciertas prácticas.
“En el peronismo siempre se garchó”, dijo la candidata Victoria Tolosa Paz y quién podría contradecirla, apenas corregir que no es sólo en el peronismo que se garcha. Se garcha en la militancia, se garcha en ese entusiasmo y esas endorfinas que destila estar con otres en la tarea común de cambiar el mundo -una parte, el barrio, el sistema de producción entero, las fronteras agropecuarias, echar al fmi, lo que sea- aun sabiendo que eso no se logra de un día para el otro, la mayoría de las veces ni siquiera en una vida. El horror generalizado, sobre todo de la oposición de derecha -aunque hay que tragarse también el sapo de Sergio Berni-, viene de no entender esa potencia de la militancia, de estar todo el día pateando la calle, o marchando por horas, o debatiendo como si se te fuera la vida en una consigna para después caerte sobre el cuerpo sudado de otra persona que te recibe con el mismo cansancio, las mismas ganas, el mismo alivio de haber hecho, al menos por un día -y el que sigue-, todo lo posible para cambiar este mundo horrible en el que decir garchar, fiesta, goce se traduce de inmediato en culpa, culpa, culpa.
No me voy a meter con la historia sexual del peronismo, sus normas morales y sus formas de infringirlas. No viene al caso, no es distinta de la historia sexual de este país donde todavía discutimos -y en este mismo debate se expuso- cómo lograr la implementación plena de la Educación Sexual Integral para todes, desde el inicio de la escolaridad, más allá del credo de cada quién. Sí, se puede explicar la frase de la candidata, es tan fácil como decir que parte de estar vivo o viva es buscar una intimidad consensuada con alguien más, que la exploración de los cuerpos y las emociones trae todo tipo de sentimientos; a veces la sensación pasajera de felicidad. Y por eso insistimos. Y por eso hay que cuidarse y cuidar a les otres en esa búsqueda. Porque es tan frágil la felicidad y tan imperioso el deseo que necesita de la palabra, de palabras ancladas en cuerpos y experiencias concretas. Necesita tantas palabras como gestos.
La sexualidad existe porque la nombra ese juego de poder entre los discursos y la represión y siempre se está filtrando. Por cada grieta del deber ser, por cada conducto no explorado, en los canales de televisión, en los memes, en las plazas y en las casas. Se filtra incluso en esta tan mentada grieta que se viene cavando como un foso para cocodrilos, cada vez con más energía de frente a las elecciones. A la vez que profunda más pueril, más hipócrita, más pánfila. Y eso sí es difícil de explicar. “¿Somos esto? ¿Cómo le explica esta frase a sus 16 nietos sin ponerse colorada de vergüenza?”, se preguntó el ex ministro de Cultura de Mauricio Macri, Pablo Avelluto. Pero no hablaba de la grieta, hablaba de garchar. De garchar asociado a militancia. De garchar asociado a felicidad. Garchar: dícese de la actividad erótica de dos o más personas que de común acuerdo se exploran, se tocan, se husmean, se penetran (o no), se disfrutan.
Dejo la definición ahí, un servicio a la comunidad que no vive en las redes, para los 16 nietos de quién sabe quién. Y para todos aquellos que siguen creyendo, que insisten en naturalizar que garchar es un acto violento, que implica someter a otres, ganarles. Pobres, tan lejos están del goce.