Malintencionados y pocos han de ser aquellos que deseen que un barco sufra cualquier percance, grave o liviano, pero aún así, esas cosas pasan, y este es el caso que hoy nos ocupa, el del granelero Beatrice, que mientras escribo estas líneas navega hacia el Norte, frente a las costas de Rocha, a la altura del Cabo Polonio, rumbo al distante y misterioso Yemen del Sur.

Me dirán que el nombre es usual, que cada quien recuerda un buque con el nombre Beatrice y tal vez hasta será cierto; uno de los mayores portacontenedores del mundo es el MSC Beatrice, de bandera panameña, que tiene una eslora de 366 metros, fue fabricado por Samsung Heavy Industries y, según puedo ver acá en este mapa electrónico, ahora va navegando para Gioia Tauro, puerto italiano de Calabria.

Hubo un SS Beatrice, sin embargo, vapor de carga que entró en servicio  en 1917, y fue hundido por un torpedo disparado por un U‑boat en ruta desde Mayaguez para Pensacola en 1942, pero también hubo un SS Princess Beatrice, vapor de pasajeros canadiense que fue botado en 1903 e hizo la carrera entre Victoria y Seattle durante muchos años, y sin embargo, ya en 1880 había un otro Princess Beatrice, un steamer que se hundió en Totland Bay pero fue reflotado en 1893 y equipado con nueva caldera y luz eléctrica, y aún así, en 1917 el almirantazgo lo requirió como buscaminas, tarea que hizo hasta el año 19, fecha en que empezó a hacer la carrera entre Cowes y Woolstone.

El Princess Beatrix, buque a vapor, de unos noventa metros de eslora, para transporte de pasajeros, se construyó en Holanda, e hizo la carrera entre Vissingen y Harwich hasta septiembre de 1939. Tras la invasión, amarró en Londres y fue a la guerra: transportó tropas en la fallida campaña de Dunkerke, participó en acciones de guerra en Noruega, sirvió también en el Norte de Africa, en Sicilia, e incluso en la abortada toma de las islas Canarias.

La goleta HMS Beatrice, en cambio, con apenas 98 toneladas de desplazamiento, fue comprada por la Royal Navy en 1862 y sirvió muchos años en relevamientos de costa, batimetrías, boyado y mensuras para espejo de agua en las costas del sur de Australia. Mientras transportaba una carga de madera desde Hobart para Melbourne naufragó en las costas de la isla Waterhouse sin que hubiera que lamentar víctimas. Distinta fue la situación de la tripulación del Beatrice que zarpó de Alejandría en el otoño de 1938.

Menkaure, faraón de la IVa dinastía murió alrededor del 2500 antes de Cristo, pero no fue hasta 1837 que se descubrió su tumba dentro de la pirámide de Gizeh. El que la descubrió, un coronel Richard William Howard Vyse, tomó la curiosa decisión de llevarse el sarcófago, que ya había sido profanado antes, vacío y con grafittis como estaba, al British Museum de Londres. De una sola pieza, tallado en basalto, el cofre no era una cosa que uno elegiría por gusto para llevarse hasta el Támesis. Sin embargo, los apuntes de Howard Vyse explican cómo cargaron y deslizaron hasta Alejandría esta pieza de dos metros y medio de largo que pesaba tal vez mil quinientos kilos, y ya en el puerto de Alexandría se lo embarcó junto con otras piezas saqueadas en un buque llamado Beatrice. No habrá sido fácil de estibar en aquella goleta un pedazo de roca de semejantes dimensiones. El buque, según me explican, nunca llegó a su destino y, a pesar del interés que despierta su carga, tampoco pudo ser hallado. Poco tiempo atrás, algunos historiadores sacaron a la luz la conjetura de que podría estar cerca de España, pero ocurre que ciertos percances, grandes y pequeños, pasan desapercibidos. El granelero Beatrice, acá nomás y sin ir más lejos, con bandera de las islas Marshall y 190 metros de eslora, encalló en el Río Paraná el 23 de Abril de 2017, cerca de Rosario, y tuvo que ser auxiliado por remolcadores hasta volver a flotar y retomar su deriva rumbo al puerto de Salif, en Yemen. Quizás con tiempo y paciencia se pueda establecer con precisión la fatídica y oscura relación que asocia aquel perdido sarcófago de roca volcánica, la interminable discusión sobre la soja transgénica y el eficiente silencio que todo lo trastoca.