Laura Lafleur tenía dos años cuando un comando del Ejército secuestró a su papá una madrugada de noviembre de 1976, así que los datos que compartió durante su testimonio en el juicio de lesa humanidad por los crímenes de las Brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús sobre él y el episodio que se lo arrebató para siempre los tuvo que reconstruir con recuerdos de otros y otras. Su exposición, empero, también tuvo reflexiones en primera persona: algo sobre la “ausencia inexplicable”, la “bomba de humo” en la que “se esfumó” su papá, la imposibilidad de comprender el significado completo y el alcance de la condición de “desaparecido” que acompañaba siempre la descripción que ella, cada vez que le preguntaban, hacía de él. De eso sí pudo hablar.
“Fue difícil de entender qué había pasado con mi papá porque de golpe no estaba más”, aseguró Laura esta mañana en el segundo testimonio que brinda en un debate oral por delitos de lesa humanidad durante la última dictadura. Hace tres años, en el marco del que se llevó a cabo por los crímenes de la Brigada de San Justo, también aportó lo que pudo sobre el secuestro de su papá. Aquel día, como hoy, su exposición coincidió con la de su hermano Lautaro.
Los testimonios de les hermanes Lafleur, transmitidos en vivo por los medios comunitarios La Retaguardia Y Pulso Noticias, fueron cortos, más ricos para transitar los efectos que la desaparición forzada esparce entre el círculo cercano a cada víctima que para armar el rompecabezas de su destino. Más allá de la Brigada de Lanús y la posibilidad concreta de la muerte de Gustavo, su padre, no saben. Y en parte para zanjar aquellas dudas participan de los juicios de lesa humanidad, explicó Laura: “Lo que espero cuando doy mi testimonio es saber qué pasó, en qué condiciones vivió sus últimos meses de vida, cómo se murió, dónde está su cuerpo. Qué le pasó”, postuló.
Recuerdos reconstruidos de un secuestro
Ella tenía dos años y él seis cuando una patota de “hombres uniformados” interrumpieron en su casa de Castelar en la madrugada del 10 de noviembre de 1976. Ninguno de los dos pudo aportar mucho de lo que le pasó a su papá durante ese operativo. Lautaro recordó que por entonces compartía habitación con su hermana, dormían en una cama cucheta; él arriba. “En un momento me desperté esa noche, me pasé a la cama de mi hermana en donde estaba mi mamá también. Se escuchaban voces en la casa. Voces de hombres. Había uno en la puerta del cuarto. Permanecimos sin contacto con esas personas”.
Laura “no” tiene recuerdos de su papá, militante “montonero y sindicalista”, según Lautaro. Lafleur había sido funcionario gubernamental de Oscar Bidegain en la provincia de Buenos Aires en 1973; luego se dedicó al armado de las Coordinadoras Obreras de Base en el Gran Buenos Aires en la zona oeste. Trabajaba en una metalúrgica. Tenía 32 años. Lo que Laura sabe de él, de aquella noche del secuestro, de los días previos, lo reconstruyó a partir de relatos de su mamá y su hermano, y “posteriormente de declaraciones” que leyó. “Nosotros habíamos llegado a casa luego de unos días de estar afuera porque habían secuestrado a un compañero de mi papá. Lo que usualmente se hacía era dejar la casa por unos días previendo que pudieran venir a buscar a los compañeros. El cálculo fue correcto y esa noche llegaron”, dijo.
Luego coincidió con su hermano sobre el encierro en la habitación a lo que sumó que a su mamá, Helena Alapín, “le hicieron preguntas de manera violenta”, aclaró. “En algún momento los ruidos cesaron, esa gente se fue. Nos fuimos a la casa de mis abuelos, donde vivimos un tiempo”, dijo él. “A mi papá se lo llevaron y no lo vimos nunca más”, mencionó ella. Alapín falleció el año pasado.
Los primeros tiempos tras el secuestro, Alapín y la madre de Lafleur presentaron “varios habeas corpus” que “dieron resultado negativo”, informó Lautaro. El dato de que el hijo, el esposo, el padre estaba “muerto” llegó a mediados de los 80, durante un viaje a Europa que Alapín realizó con sus hijos. Cada uno a su ritmo, les hermanes mencionaron un encuentro de su mamá con un sobreviviente exiliado quien les aseguró que Gustavo había sido asesinado. “Esta persona había estado en la Brigada de Lanús junto con mi padre, llegaron allí desde la Brigada de Investigaciones de San Justo”, sostuvo el testigo.
Horacio Matoso y Nilda Eloy, sobrevivientes de “El infierno”, como se conoce al centro clandestino que funcionó en la Brigada de Lanús, son quienes en sus testimonios mencionan a Gustavo como uno de los detenidos desaparecidos que llegaron allí desde San Justo. Laura repasó esas declaraciones décadas después, cuando alcanzó la edad de su papá cuando fue secuestrado y se empezó a “preguntar qué significaba su desaparición” para ella. “Matoso cuenta que mi papá llega con un grupo de detenidos, con José Rizzo, con (Ricardo) Chidíchimo. Venían de un lugar donde habían sido torturados y acá los tenían en muy malas condiciones, sin comer, sin tomar agua”, detalló.
La desaparición forzada: esa "ausencia inexplicable"
Cuando lo consultaron, Lautaro dijo que “no podría explicar” lo que significó la desaparición de su papá para él. Laura intentó ponerle palabras a esa “ausencia inexplicable”. “Era muy chiquita y no tengo recuerdos de mi papá, pero cualquiera que tiene hijos sabe que dos años es bastante tiempo para tener un vínculo afectivo y que es difícil explicarle a alguien de esa edad una desaparición de golpe, el por qué de repente no se sabe más nada”. Por su mamá supo que le decían “tato” y que “lo que más le gustaba en el mundo era hacer política”.
No termina de decir qué significó “no poder tener una explicación, una despedida, un cierre” con su papá; quizá es esa falta de la palabra justa lo que le quiebra la voz. Intenta poniendo un ejemplo: “Mi mayor temor durante mucho tiempo fue pensar que si me vendría a buscar a la salida de la escuela yo no iba a poder reconocerlo”.