No voy a pensar lo que no puedo practicar, escribió María Lugones (Argentina, 1944-2020), creadora de una teoría singular, de gran influencia sobre el pensamiento de las mujeres de color y la filosofía feminista de los EEUU. Invisibles, y por invisibles invencibles, los actos de resistencia a la dominación de los que Lugones habla en los ensayos que integran su libro póstumo Peregrinajes, teorizar una coalición contra múltiples opresiones, no pueden ser borrados porque no se ven. Como ejemplo, ofrece una imagen que estremece: “En el manicomio aprendí la resistencia. Creo que todo el mundo resiste. A veces así, con el movimiento de las manos. No todo es palabra y en la resistencia menos. Por ejemplo si a una mujer la están violando y ella sigue los movimientos del violador con su cuerpo, yo veo esto como una resistencia para que termine y se vaya”.

Cuenta Claudia Acuña en el final de Peregrinajes, donde se reúnen los ensayos de Lugones publicados entre 1987 y 1998, bajo la traducción de Camilo Porta Massuco para Ediciones del Signo (2021), antes de que se reconociera lesbiana fue violada por su propio novio. Sucedió cuando buscaba refugio en él tras el castigo familiar que terminó en una internación psiquiátrica de la que logró escapar (el motivo de la internación fue intentar hablar con sus padres acerca de sus deseos sexuales por su compañero). 

El testigo fiel

En el hospital, aleccionadoramente, se le aplicó el protocolo de la época contra la insubordinación: chaleco de fuerza y electroschock. “Para darte un electroshock primero te hacían hacer pis -cuenta Lugones-. Entonces, de forma muy perversa, en vez de avisarte que te llevaban a eso, te decían: María, andá al baño. Y vos ibas temblando porque sabías lo que eso significaba. Y cuando volvías del baño, le decían a otra: Ahora andá vos. Entonces no sabías si te tocaba a vos o a ella. Y en medio de esa desesperación, de ese terror, había una mujer que siempre les respondía lo mismo: No puedo, estoy ocupada. Entonces se ponía a mover las manos así (María comienza a girarlas como en el juego Antón Pirulero) y eso era todo… pero era demasiado para una situación y un lugar como ese. No estaba solamente diciendo que no, sino diciéndoselo a sí misma, en una repetición que le hacía bien, que la calmaba y la aislaba. Y que a la vez te transmitía que en ese cuarto había algo más que violencia. Era una forma de poner en acto un sentimiento colectivo y de activar una fuerza que nos unía”.

En la introducción de Peregrinajes, Lugones adelanta el contenido político y filosófico en clave de resistencia que irá desarrollando a lo largo de diez capítulos sin desperdicio. Rica, densa, compleja, su escritura pide lectores actives, nada de concesiones ni de procesamientos a priori: el aparato Lugones avanza como por una especie de agujereadora que penetra más y más en la misma materia, desarticulando la lógica racista y colonial con inusual brillantez y sensibilidad. Uno de los conceptos que explora es el de la “testigx fiel”, dice: “Para testimoniar fielmente, una tiene que ser capaz de sentir la resistencia, interpretar el conocimiento como resistente aun cuando se vuelva peligroso, aun cuando esa interpretación la coloque a una psicológicamente en contra del sentido común, contra la opresión”. Tanto las filósofas y activistas Yuderkys Espinosa Miñoso como Gabriela Veronelli, dos de sus afectos más cercanos, funcionaron como testigas fieles de ese desestructurante motor lugoniano que cambió sus vidas y la de tanta gente. De ese antes y después dan cuenta ambas, en diálogo con Soy.

Lugones en los 70


Gabriela, ojos bien abiertos

La misma institución médica que había vulnerado a María Lugones en sus años de juventud no consiguió hacerlo en los últimos, aún después de haber batallado contra el cáncer y otras patologías devenidas de aquél largo tratamiento. Dice su sobrina, amiga, confidente, discípula y curadora de Peregrinajes, Gabriela Veronelli, que la resistencia fue activa hasta el momento final, el 14 julio de 2020 a las 2AM: “Muy significativamente nos unió la pelea por su salud física y mental, contra el dolor crónico en su cuerpo, su espalda, su cuello. Una relación sensual, con todos los sentidos, saber escuchar su respiración, masajear su cuerpo. Decenas de veces juntas en la sala de emergencia, en visitas a los médicos, en camas de internación en no sé cuántos hospitales. Siendo testiga fiel de su resistencia a ser vista y tratada como un cuerpo enfermo, como un objeto sin razón ni conocimiento de sí, sin voz ni decisión sobre cómo vivir y cómo morir”.

Gabriela Veronelli, quien también prologó Peregrinajes, es hija de Leonor, la hermana de María Lugones. Pero este nombre, María, no se le reveló con toda su resonancia política y filosófica de entrada sino recién a sus diecisiete años cuando terminó la secundaria y viajó a EEUU. Durante tres meses convivió con ella en Nothfield, Minnesota, y cursó como oyente en Carlton College, donde enseñaba su tía. Hasta entonces, María había sido simplemente Cristina, la pariente que la visitaba todas las navidades llevándole regalos. “El primer día en Northfield, caminando por el campus de Carlton –cuenta Gabriela-, María me dijo: 'Si vos le decís a alguien que soy tu tía, yo le digo que sos mi amante'. Ahí empezó una relación nueva entre nosotras, intelectual y política que se volvió central en nuestras vidas. Desde entonces, cada vez que la Tía Cristina venía a Argentina, para mí llegaba María, y nos asegurábamos de hacernos lugar para nosotras”. 

Habiéndole enseñado a pensar filosóficamente, cuenta Gabriela, Lugones le abrió también los ojos a la realidad de las mujeres de color, a la visión monocultural y monolítica que domina Latinoamérica y pone al país del norte en el centro permanente de la escena, la hizo identificar esta visión profundamente imperialista, racista, ocupada siempre en la vida de la clase media y clase alta blancas: “Y me explicó cómo esta ceguera se reflejaba a nivel intelectual y, entre otras cosas, en cómo quedaban invisibilizades les intelectuales de color y su obra. Nuestro lazo se terminó de afianzar en 2001 cuando migré a EE.UU. para empezar la maestría en el programa Filosofía Interpretación y Cultura de la Universidad Estatal de Nueva York – Binghamton, donde enseñaba María. Tomé cursos con ella, fui parte de los talleres que organizaba cada año y sobretodo trabajamos codo a codo en el Centro de Investigación Transdisciplinaria en Filosofía Interpretación y Cultura (CPIC por las siglas en inglés). María me enseñó a ver la lógica de la colonialidad en todo, y lo que está por fuera de esa lógica. Las realidades múltiples y el yo múltiple oprimido-resistiendo que no queda agotada en la identidad impuesta por la matriz colonial”.

Yuderkys: hacer historia

La filósofa y activista dominicana Yuderkys Espinosa Miñoso vivió en Buenos Aires desde 2000 hasta 2014, lapso en el que recorrió un extenso camino dentro de la investigación feminista y decolonial. María Lugones la conoció en 2003, cuando aún no había publicado Género y colonialidad, un mentadísimo artículo sobre la interseccionalidad entre género, raza, clase, y sexualidad. Fue en un encuentro que se llamó Cuerpos ineludibles en el que Yuderkys confiesa haberse sentido bastante sola. “Mucho racismo sufrí –dice-. Pero lo interesante fue conocerla, ella estaba recién transplantada de los riñones. Cuando la escuché no entendía mucho de qué hablaba por su nivel de densidad teórica, aunque usaba palabras sencillas. Esta 'jota' venía de la filosofía. Pero dijo: me hablan de lesbianas y no sé qué tienen que ver conmigo porque las lesbianas son de Grecia. Pocos años después nos reencontramos en Bolivia y nos hicimos inseparables”.

¿Coincidieron durante tus últimos tiempos en Argentina, verdad?

-Sí, ella vino porque le dieron un año sabático por el cáncer de pulmón (un efecto indeseado, producto de las medicinas que tomaba por sus riñones). Una vez fuimos a la milonga de TQ y me pasó a buscar toda butch, me acuerdo. Sabíamos que su recuperación sería lenta y el círculo familiar me puso como una de las personas que la cuidarían en el hospital. Nos veíamos todas las semanas y en ese proceso se terminó de consolidar una amistad. Fue un momento de gran aprendizaje, me dediqué a escuchar su pensamiento y sus anécdotas sobre el feminismo de color en los EEUU en los 70, sus historias con Gloria Anzaldúa y Audre Lorde, las peleas y diferencias con lo que fue la llamada Nación Queer.

¿A qué te referís exactamente?

-A los intríngulis a partir de que el movimiento queer rotó prácticamente la cuestión de la disidencia sexual. Otras amigas me han contado cómo desde entonces las lesbianas acogieron una identidad trans definitivamente con nombre masculino, mientras un grupo se mantuvo firme cómo “jotas” o “pájaras”, o “machas”, lo que en Argentina serían las “chongas”. El término butch se usaba para lesbianas masculinas de origen blanco y fue sin embargo el que más trascendió, qué es lo que generalmente sucede. Y por eso María habla de las “jotas” como también Anzaldúa lo hizo. Estos nombres vienen dados de experiencias de racialización o de clases trabajadoras y populares. Ellas trataron de mantener esa diferenciación, pero la historia terminó doblegándolas y el nombre que se termina popularizando es de origen privilegiado.

Nombrarse a Audre, ¿que relación tuvo con María?

-Han tenido encuentros. María era una gran admiradora de su producción. Cuando pensó la cuestión de la inseparabilidad de la vida, la profunda conexión que hay entre todo lo existente, entre el mundo del privilegio y el dominado, siempre se refirió a Audre. Y cuándo va a hablar de la interseccionalidad dice que le sirve para mostrar que ahí hay un problema pero que la interseccionalidad no resuelve el problema, el salto es lograr un pensamiento no categorial. Una cosa que Audre se preguntaba era cómo cierto feminismo no se da cuenta de que sus éxitos políticos se basan en una mayor dominación de las mujeres racializadas. Mientras las de clase media y alta iban obteniendo derechos, esto era a costa de las mujeres de los mundos condenados.

Yuderkys Espinosa Miñoso. Escritora, docente, investigadora

Y con respecto a Gloria Anzaldúa, ¿fue cercana a María?

-Coincidieron en espacios de mujeres feministas de color en los EEUU. Ella me contó que la primera vez que se vieron en un congreso sintió la mirada de una jota, insistentemente, y después se enteró de que era Anzaldúa. Las dos sabían una de la otra, pero no se habían cruzado. Después hubo entre ellas un flirteo. En uno de sus encuentros le reclamó a Gloria que acogiera para nombrarse a sí misma el término queer, al que María criticaba. Tiene que ver con la época. Anzaldúa vivía entre Texas y Los ángeles y puede ser que haya sido distinto de lo que ocurría en Nueva York, dónde estaba María. En N.Y. hubo una ruptura entre el movimiento callejero de gente racializada de color, mucha en situación de calle, y los académicos de clase media blanca. En un momento todes confluyeron porque la gente de abajo comienza a organizarse y armar sus bases e inmediatamente el movimiento blanco académico advierte la importancia y se nuclea en torno a él, pero luego intenta apropiarse de su lucha. Cuando Anzaldúa es invitada a una universidad se define como chicana, queer de color. El término queer se viraliza rápidamente. Para María fue como ceder ante la Academia.

Anzaldúa está presente en Peregrinajes, por ejemplo cuando María dice: tu sitio reside en la intersección de todos los espacios institucionales que están a contratrama del poder.

-Es importante el tema de los intersticios para ella como para Anzaldúa: ese habitar la frontera es un viaje espiritual también. Ambas usan el mismo vocabulario y están en la misma sintonía de pensamiento sobre el mundo y el activismo. Ese intersticio va más allá de lo geográfico. Estar “entre mundos” te abre una percepción distinta de cuando estás de un lado o del otro.

En uno de sus artículos dice que los burgueses no viajan, que en esas traslaciones no se produce la diferencia de habitar un mundo distinto ya que el turismo asegura más o menos siempre las mismas condiciones de confort. Muy distante de la experiencia de una persona esclavizada o migrante forzada a habitar un mundo que no es el propio

-Es lo que propone María, ese doble habitar mundos de parte de “los condenados de la tierra”, como diría Fanon. La posibilidad de vivir entre tu mundo y el mundo de las élites -organizado por el Estado Nación, de quienes tienen en sus manos las instituciones-, habilita la posibilidad del intersticio. Pienso en Du Bois y su teoría del doble punto de vista. Quiénes habitamos el mundo de abajo no estamos exentos de habitar el de arriba porque somos los esclavos. Para que ese mundo pueda reproducirse necesita del de abajo. De día alguien va a trabajar a la casa de los que gobiernan y de noche vuelve a la suya, a reinventar su mundo para poder sobrevivir. No por nada las grandes producciones culturales, cuando rascas un poco, ves que provienen la mayoría de los mundos negados y apropiados por las élites. La resistencia produce creatividad. 

Y sin embargo, esos mundos subalternos, dice María, son considerados copias, portadores de una identidad no tan “sólida” como la que se arroga la hegemonía…

-Te pongo un ejemplo. La cocina de origen africano usa mucho aceite de coco y de palma, pero cuando yo era chica se decía que el aceite de coco era muy dañino. Esto es lo que empiezan a decir la medicina y la publicidad: dejen de consumir el aceite de coco que es igual a pobreza y pobreza es igual a enfermedad. Hoy te vas a Europa y toda la gente alternativa que opta por un alimentación saludable consume ese aceite y nos quiere enseñar lo bueno que es. El eurocentrismo hace eso todo el tiempo. Primero niega, al mismo tiempo va aprendiendo y consumiendo nuestra cultura, lo regurgita y no los devuelve como si le perteneciera. 

María utiliza dos gerundios para describir una situación en movimiento: oprimiendo – resistiendo. El gerundio implica una reproducción permanente de la dominación y al mismo tiempo una incesante posibilidad de disminuir los daños. ¿Cómo entiende Lugones la resistencia?

-Dentro de las ciencias sociales, incluido el feminismo, hay una tendencia a una mirada desde arriba. Lxs intelectuales comprometidxs tienden a ver al pueblo cómo completamente oprimido. Ante eso, el giro descolonial da una vuelta de tuerca, ya no centrarse en la opresión que termina anulado la posibilidad de agencia histórica de aquellxs que están sometidxs. Si te quedas en el eje de la dominación, la teoría se vuelve una cárcel y la misma política puede llegar a un pesimismo terrible. Es un problema quedarse en el análisis de esos discursos. El sujeto oprimido no es sólo víctima sino agente que está todo el tiempo intentando escapar. Es una de las cosas fundamentales que María va decir: ese sujeto está respondiendo y esto nos ayuda a entender de una manera más compleja la subjetividad, por ejemplo, del sujeto decolonial que es un producto de su tiempo, de un historia de dominación y de su intento de salir de allí. Por eso es un sujeto controvertido y no puro. María pensó todo el tiempo en esta trama.