“El alcohol es una patria”, afirma María Moreno en Black out (Literatura Random House), un artefacto literario excepcional que combina la crónica a la manera barroca y plebeya, la autobiografía, la genealogía etílica, el diario dipsómano y el ensayo. “Comencé a beber para ganarme un lugar entre los hombres. Imitaba una iconografía fuerte: Alfonsina en el Café Tortoni, Norah Lange en el Auer’s Keller. Como Alfonsina, quería un hogar contra el hogar, ser la mujer de las medias rotas -una gota de esmalte detiene la corrida-, la varonera ante cuya sorna se ponen a prueba las teorías, la amada vitalicia pero protegida por el tabú del incesto a la que se descubre de pronto como la amante más fiel aun en su traza impostada de pendenciera. Estaba convencida de que, más que ganar la universidad, las mujeres debían ganar las tabernas”, cuenta la narradora que formó parte de una banda de bebedores y amigos conspicuos junto a Miguel Briante, Charlie Feiling, Norberto Soares y Claudio Uriarte, que circulaba por el Ramos, La Giralda y el Café La Paz, entre otros bares. La escritora y cronista, columnista de PáginaI12, recibirá hoy a las 20.30 el Premio de la Crítica al mejor libro argentino de creación literaria, dotado de 20 mil pesos, en la sala Javier Villafañe de la Feria del Libro de Buenos Aires.
El jurado de esta edición, presidido por Luis Gregorich, estuvo integrado por Fernanda Abad, Diana Bellessi, Natalia Blanc, Jorge Dubatti, Pablo Gianera, Osvaldo Quiroga, Flavia Pittella, Gigliola Zecchín, Antonio Las Heras, Jorge Lafforgue, Mónica López Ocón, Cristina Mucci, Rafael Oteriño, Héctor Pavón, Susana Reinoso, Julia Saltzmann y Danilo Albero en calidad de veedor. El Premio de la Crítica se otorgó por primera vez en 1992, cuando lo ganó Fuegia, la novela de Eduardo Belgrano Rawson. Desde entonces obtuvieron este reconocimiento Oscar Terán, Marcelo Cohen, Tamara Kamenszain, Hebe Uhart, Elvio Gandolfo, David Viñas, Mauricio Kartun, Diana Bellessi, Hugo Padeletti y Carlos Gamerro, que lo recibió el año pasado por el ensayo Facundo o Martín Fierro. Black out está hecho de montajes y yuxtaposiciones, con textos de procedencias y épocas distintas que Moreno “autorrecicla”, como ella misma define, en una operación que consiste en cambiar los textos de lugar para buscarles nuevas contigüidades y significaciones. “Mi padre bebía para liquidarse, como yo. Primero para darse ánimo pero, enseguida, para perder la conciencia, calmando así cualquier angustia, mucho y rápido con su boca insaciable. Hasta el sopor y el sueño o el coma intermitente antes del horror de despertarse en la feroz lucidez del día. Bebo en exceso porque bebo con la boca de mi padre”, revela la narradora que pronto realizará ese pasaje que va de la familia originaria -esa que es impuesta o viene dada- a la comunidad del bar en las décadas del 60 y 70. El texto de Moreno es la narración de un modo de vida y sociabilización extinto: la bohemia de los bares de la calle Corrientes, donde convivían y se mezclaban periodistas que también eran escritores.
La autora de la novela El affair Skeffington y los libros de no ficción como Vida de vivos, Banco a la sombra y Subrayados, entre otros títulos, también relee los textos fundacionales argentinos desde la perspectiva del alcohol. No podía faltar El matadero de Esteban Echeverría, Una excursión a los indios Ranqueles de Lucio Mansilla, El Facundo de Domingo Faustino Sarmiento y el Martín Fierro de José Hernández. “Si David Viñas dijo que la literatura nacional empieza con una violación, habría que corregirlo un poco diciendo que empieza con un mamarám. En la misma mesa donde se tortura al unitario, se juega a las cartas y se llenan las achuras, los mazorqueros se colocan. ¿Sería posible El matadero si fuera un relato en seco?”, se pregunta la autora en Black out, un libro performático que ejecuta operaciones críticas y traza un inventario etílico en el que se incluyen a Dorothy Parker, Marguerite Duras y Raymond Carver, entre otros.