No debe haber entre los héroes de la historieta moderna argentina un personaje tan perseguido por las preguntas como Alvar Mayor. A lo largo de sus 57 capítulos de dibujada existencia (durante siete años) la obsesión por conocer su origen y su destino jamás decreció entre los innumerables hombres blancos que desembarcaron en la Sudamérica del siglo XVI en busca de riqueza y poder: “¿Quién eres?”, “¿A qué te dedicas?”, “¿Adónde vas?”, “¿Qué haces en medio de la selva y vestido como un mendigo?”, “¿No te interesa el oro?”, “¿Qué propones, caminar y caminar siempre sin saber si quiera qué estamos buscando?”.
Interrogantes que una y otra vez acosan a este caminante de montañas y selvas, que usa sombrero alado, muestra una cicatriz en la mejilla izquierda y sus ojos parecen dos brújulas capaces de descifrar cualquier mapa que marque un tesoro oculto. Tal vez la obsesión “por saber”, (tan presente en esta obra de Carlos Trillo y Enrique Breccia que está reeditando completa y ordenada el sello Loco Rabia y 2D Ediciones en lo que serán tres tomos, de los que acaba de salir el segundo), esté íntimamente ligada a los tiempos de sus nacimientos. Porque Alvar Mayor nació dos veces.
Para la ficción fue en algún lugar del territorio incaico como resultado del encuentro entre un blanco, cartógrafo del temible Francisco Pizarro, y una mujer originaria que luego murió en la hoguera. Pero para los lectores de historietas Alvar Mayor nació en Argentina, en octubre de 1977, en la edición 36 de la revista Skorpio. No debe haber entre los héroes dibujados nacionales un personaje que haya reunido en su carta natal tanta violencia histórica.
“Las circunstancias políticas de la Argentina de aquellos años moldeaban profundamente la realidad, y como ni Carlos ni yo vivíamos en un submarino, estábamos sujetos a sus avatares, como el resto de los argentinos. Alvar Mayor fue creada en ese contexto pero pensada como una historieta para entretener”, comenta Enrique Breccia desde Roma, ciudad donde reside, y objeta cualquier reflejo de aquella realidad argentina con la que se muestra en la historieta. “El género del relato de aventuras cumple la función de entretener contando una serie de sucesos, potencialmente peligrosos, a veces desconocidos y siempre llenos de obstáculos, vividos por alguien que trata de alcanzar un fin determinado. El aventurero deberá sortear todo lo que se le presente por delante para alcanzar el fin deseado (sea cual fuere), tal como hace Alvar Mayor a lo largo de todas las historias. Si esta serie de sucesos se basan en la realidad puede suceder que de un modo u otro la tomen como referencia, como hizo de manera genial José Hernández narrando las vicisitudes de Martín Fierro y Cruz en las tolderías. La aventura –y el afán humano por ella–vienen desde el fondo de los tiempos. La odisea de Homero, que relata las dificultades de Ulises en su viaje de regreso a su patria Ítaca, es un ejemplo perfecto de aventura”.
El nombre de Alvar Mayor (con resonancias al Partido de General Alvarado, provincia de Buenos Aires, y a los cielos de Mar del Sur, donde vivió por años el dibujante), forma parte del renacer de la historieta local en los años ’70, cuando el sello Ediciones Record (que oficiaba a su vez de filial de la italiana Eura Editoriale) decide, en julio de 1974, lanzar Skorpio para competir en un mercado dominado por Columba y sus publicaciones como El Tony, Intervalo, y tantas más. Con Skorpio se buscó recuperar y convocar al lector sensible, inteligente, amante de la Aventura como metáfora de la existencia, que había quedado huérfano tras el colapso de Frontera y Hora Cero a fines de los ’50. Así fue como las aventuras y desventuras de Alvar Mayor en la América de la conquista se sumaron entonces al Corto Maltés de Hugo Pratt, al Eternauta II de Solano López, y a Loco Sexton de Del Castillo, entre otras.
La importancia que le otorgaba la publicación dirigida por Alfredo Scutti a la aventuras de Alvar Mayor era tal que las doce páginas (el promedio de cada episodio), formaban parte del pliego a color que en ese entonces era una novedad en Skorpio, privilegio solo compartido por el marinero solitario de Pratt. A propósito: Alvar Mayor se terminaba originalmente en blanco y negro, como se lo puede disfrutar en los tomos de esta reedición, pero para la revista de Scutti se coloreaba a partir de las guías que realizaba la gran dibujante y pintora Cristina Breccia.
Desde el primer capítulo, “La leyenda de Eldorado”, Alvar Mayor tendrá como ladero al siempre atento Tihuo, manejador diestro de cerbatanas y cómplice necesario para que el protagonista no terminara atravesado por una espada española, desgarrado por alguna de las bestias enviadas por extraños dioses, comido por alguna bruja, o despedazado por los gigantes surgidos de los sueños de la selva. En tándem, el viajero incasable podrá desentrañar mitos, secretos y leyendas que van desde el oro escondido hasta el agua de la vida eterna. Junto al valiente Tihuo, Alvar Mayor, ese caminante perteneciente a los héroes oesterhelianos, iba también acompañado por la traición de un amor, con el nombre de Lucía de Lerna. “Lamenté la desaparición del personaje de Tihuo, un indio amazónico a juzgar por su peinado, el tembetá clavado bajo el labio inferior y la cerbatana como arma”, cuenta Breccia. “A pedido mío Carlos lo hizo reaparecer en el año ’79, y ahí lo dibujé parecido a mi admirado Carlos Monzón”.
La importancia de Alvar Mayor (que se editaba con éxito en Italia al mismo tiempo que en Argentina) marca un hito entre los lectores y también dentro de la obra de la dupla. Trillo y Breccia comenzaron a trabajar en 1976, año en que hicieron tres capítulos de una historieta ambientada en el Virreynato del Río de La Plata bajo el título de El buen Dios (26 páginas en total), donde el protagonista, Alfonso de León, también marcado en la mejilla izquierda, será el antecedente directo del rostro inolvidable de Alvar.
Para Trillo, este caminante –buscador de justicia y siempre dispuesto a prestar ayuda a amigos, necesitados y perdidos, aunque alguno no lo merezcan como el abusador Fernandálvarez– de algún modo forma parte del primer período fértil de su escritura que arrancó con Un tal Daneri junto a Alberto Breccia dos años antes. Mientras escribió Alvar Mayor, el guionista realizó gran parte de su obra con Horacio Altuna (El loco Chavez y Las puertitas del Señor López) e incluso delineó lo que serían sus trabajos posteriores con Domingo Mandrafina ya a mediados de los ’80.
En Alvar Mayor, Trillo ya despuntó un vicio que no lo abandonaría nunca: mantener una conexión sin interferencias con los cambios estéticos en la literatura, porque de alguna manera (y con todo los riesgos que eso supone) fue el guionista más moderno de la historieta local: cada una de sus historias testimonian las oscilaciones formales y temáticas de la escritura. En la escritura de Alvar Mayor se filtran sus lecturas y relecturas de lo americano profundo, principalmente de los autores que formaron parte del boom latinoamericano en los años 60, donde la cruda realidad es vista con el catalejo de la imaginación y el lirismo. Sus juegos formales de escritura (cambios de perspectiva para reversionar leyendas y relatos clásicos o interpolar, incluso, a Homero en la Patagonia), también responden a ese propósito reiterado de Trillo de estar siempre à la page.
Aunque las aventuras de Alvar Mayor estén ancladas en un período de la historia, la América bajo la dominación española, en este trabajo queda claro que ni Trillo ni Breccia querían historiar nada, sólo entretener y entretenerse. El mito sobre la libertad de creación en esta historieta cuenta que algunos capítulos se realizaron de manera inversa al trabajo tradicional: Enrique dibujaba y Trillo componía luego el texto de acuerdo a las escenas.
“El tiempo de Alvar Mayor es el de la Hispanoamérica del siglo XVI, pero no es una obra histórica sino una ficción que transcurre en un marco temporal/geográfico más o menos real en los primeros capítulos, y que se va haciendo cada vez más impreciso a partir del capítulo sexto, que es cuando Carlos comienza a darle al texto un sesgo de creciente fantasía poética que irá desarrollándose con los años, mientras mi dibujo se hace más expresionista acentuando el contraste marcado entre el blanco y el negro”, cuenta Breccia, para el que este trabajo supone también un punto importante en su obra. Acaso Alvar Mayor es donde el dibujante encuentra (y pone a trabajar) algunas líneas características y esenciales de su arte: por un lado sienta las bases del dibujo comercial, el blanco y negro puro, que más tarde formará parte de su sustento en Europa (siempre un equilibro justo entre lo que requiere el mercado y la impronta autoral), y por otro ya asoma la línea blanca que tendrá su culminación en Los enigmas del PAMI. Pero sobre todo, Alvar Mayor está a medio camino de los grises que llegarán a convertirse en marca decisiva en sus obras más personales como El cazador del tiempo y El sueñero.
“En una historieta que se desarrolla durante tantos años y capítulos, es inevitable que el dibujo cambie. Hasta fines del 77/78 el dibujo es bastante tosco y el personaje de Alvar todavía no está completamente delineado. A partir del 79, cuando reemplazo el plumín tradicional por las plumas para hacer letra gótica, el dibujo se vuelve más ágil, suelto y expresivo, y las características físicas de Alvar ya son las definitivas, aunque con el pasar del tiempo enflaquezca, sus ropas se deshilachen, aumenten los agujeros del sombrero y las puntas del cuello y las mangas de su camisa se alarguen. En diciembre del 79 comienza a usar una amplia capa con sobrevuelo que lo acompañará hasta el final”.
Durante sus siete años de existencia, Alvar Mayor no sólo fue testigo de trabajos memorables de la dupla como Marco Mono, Oro blanco, y los ya citados El peregrino de las estrellas y Los enigmas del PAMI, también lo fue del inmenso salto creativo dado por el dibujante que, una vez entornadas las puertas gráficas en esta obra, las abrió de par en par las técnicas implementadas en El cazador del tiempo y El sueñero. No por nada, el rostro de Alvar Mayor se adivina, acaso como obsesión, en otros rostros de personajes como, por ejemplo en Avrack, obra escrita de Barreiro. “Como a lo largo de mi vida profesional en Argentina, USA y Europa tuve que ilustrar de todo, porque no siempre es posible elegir al guionista, me considero un historietista ‘tropero’”, cuenta Breccia. “En su momento disfruté dibujando guiones de Oesterheld, Trillo, Andy Diggle, Saccomanno, J. Dysart, Hans Rodionoff y pocos más, y me aburrí dibujando banalidades escritas por tipos impuestos por las editoriales de muchos países, aunque por respeto a mí mismo y a los lectores, en todas las historias, la de los talentosos o los troncos, siempre trato de dar lo mejor de mí, aunque no siempre lo logre. Por supuesto, dibujar un guion propio como hice en El cazador del tiempo y El Sueñero es lo ideal”.
A lo largo de 37 historias –las 18 que se reúnen en el tomo I, Las ciudades legendarias, y las 19 que integran el flamante tomo II, El origen de los mitos (el tercero y último, que reunirá las 20 historias que faltan, esta anunciado para 2022)–, Alvar Mayor debió responder a todo tipo de preguntas, incluso a esas que no tienen (o no necesitan) respuesta: “¿Por qué el recuerdo es siempre socio de la soledad?” o “¿Qué es lo que diferencia un sueño de la realidad?” Pero es recién al final del segundo tomo, cuando un cronista de indias interrumpe su paso: “¿Puedo interrogarte para que los siglos y la historia conozcan de tu vida y tus hazañas?” Y el caminante eterno, por entonces demasiado casado, lanzará su última respuesta encerrada en un ruego: “No quiero hablar más”.