“Esta obra es el resultado de tres meses de escritura, pero me llevó una buena parte de mi vida poder experimentarla." Las palabras del cineasta sueco Ingmar Bergman a propósito de Escenas de la vida conyugal resuenan con ecos autobiográficos, ligados en particular a ciertos detalles de su vínculo con la actriz Liv Ullmann, con quien mantuvo una larga relación sentimental (fruto de ella fue el nacimiento de una hija) y una aún más extensa en términos artísticos.
La miniserie de 1973 fue tan exitosa en la televisión de su país que –así dicen– los casos de divorcio aumentaron considerablemente en los meses posteriores a la emisión, como así también las consultas a psicólogos especializados en la terapia de pareja. Los 281 minutos totales que suman los seis episodios originales fueron reducidos a 167 para una versión cinematográfica que recorrió el mundo y que, en la Argentina, se transformó en un batacazo de público, además de objeto indispensable de charla entre el público cinéfilo.
El carácter espacialmente acotado de la mayoría de las seis “escenas” propició un traspaso posterior a las tablas, proceso concebido originalmente por el propio autor, y que en el caso local tuvo su versión más famosa en la adaptación de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, todo un acontecimiento teatral en la temporada 1993/1994, con Alfredo Alcón y Norma Aleandro encarnando a los “iletrados emocionales” creados por el sueco (dos décadas más tarde serían Ricardo Darín y Andrea Pietra los encargados de renovar la saga, con puesta de Aleandro).
Obra cumbre del Bergman más psi, aunque esa caracterización siempre trajo aparejada una simplificación de los conceptos y alcances de la serie original, la historia tendría una suerte de secuela o coda en Saraband (2003), telefilm que volvió a reunir a los personajes 30 años después del divorcio y que se convertiría en el canto de cisne del realizador. Basada fielmente en las ideas centrales de Escenas de la vida conyugal, Scenes from a Marriage (en el título en castellano, Secretos de un matrimonio, los “secretos” parecen ser más gancheros que las “escenas”) recrea el relato original, trasladándolo a los Estados Unidos y reconfigurando el mapa de conflictos, crisis, anhelos y ansiedades a partir de una mirada contemporánea hacia los roles de género.
Con actuaciones destacadísimas de Jessica Chastain y Oscar Isaac, como Mira y Jonathan (Marianne y Johan en la versión original, interpretados por Liv Ullmann y Erland Josephson), la miniserie está exhibiéndose en estos días en el Festival de Venecia, poco antes de su desembarco en la plataforma HBO Max, a partir del 12 de septiembre y durante cinco domingos consecutivos.
Escribiendo desde su amada isla de Fårö en mayo de 1972, el director de Persona y Gritos y susurros afirmaba que el guión de Escenas de la vida conyugal era el resultado de tres meses de trabajo y de toda una vida de relaciones personales, las amorosas y las de otras categorías. “No estoy seguro de que los resultados hubieran sido mejores de haberse dado al revés, aunque sin duda las escenas hubiesen sido más amables. Sentí una suerte de afecto por esta gente mientras me ocupaba de ellos. Crecieron hasta transformarse en seres contradictorios, a veces ansiosamente infantiles, otras bastante adultos. Hablan muchas pavadas, pero cada tanto dicen algo sensible. Son nerviosos, felices, egoístas, estúpidos, amables, inteligentes, sacrificados, cariñosos, enojosos, sentimentales, insufribles, queribles. Todo revuelto. Ahora, veamos qué ocurre”.
En pantalla, en un 16mm bellamente granuloso –cortesía del legendario director de fotografía Sven Nykvist–, Marianne y Johan se sientan en el sillón del living frente a una periodista, responsable de escribir un artículo sobre la vida matrimonial para una revista femenina. Johan, científico y académico de renombre cuya carrera profesional parece haberse estancado, es asertivo, transmite confianza y seguridad; cada una de sus ideas y conceptos sobre la vida en pareja está recubierta por las formas de la sentencia. Marianne, abogada especializada en casos de divorcio, también es capaz de sostener con fuerza los conceptos, pero la duda forma parte de las respuestas.
Más allá de las lógicas discrepancias, Marianne y Johan, padre y madre de dos niñas, ofrecen la fuerte impresión de ser un matrimonio feliz, incluso después de diez años de tránsito conjunto por los placeres y dolores de la vida compartida. En la versión 2021, dirigida y coescrita por el israelí Hagai Levi, Mira es la ambiciosa empleada de una compañía multinacional dedicada a los desarrollos tecnológicos, madre de una niña y evidente sostén económico de la familia. Mira aporta un aire de autosuficiencia que contrasta con las vacilaciones de Jonathan, un profesor de filosofía cuyos ataques de ansiedad suelen mutar velozmente en explosiones asmáticas.
Tanto en la miniserie original como en la relectura moderna, la cena junto a una pareja amiga anticipa los conflictos por venir. Luego llega el dilema ante una noticia inesperada y la revelación de un amorío que comienza a desintegrar aquello que ya estaba corroído, sin que nadie estuviera al tanto. Como en 1973, también ahora las tensiones se barren debajo de la alfombra. Hasta que ya no es posible ocultar la mugre.
Los iletrados emocionales
“Escenas de la vida conyugal es, por lejos, la obra de arte que más me ha influenciado”, escribe Hagai Levi en el texto que hace las veces de presentación oficial de Secretos de un matrimonio en el Festival de Venecia. “La vi por primera vez de manera accidental, cuando tenía 18 años: un muchacho judío y religioso de un pueblo remoto, que no sabía nada sobre el cine, las relaciones o el sexo. Recuerdo el hecho de reflexionar, en estado de shock, ¡así que esto es el arte! Su honestidad brutal, su minimalismo radical, su dependencia absoluta en el texto y las actuaciones han sido desde entonces puntos de referencia en todos mis trabajos. Más tarde, esa pieza se transformó en algo incluso más personal. Hace casi 50 años, Bergman quiso dar su testimonio sobre el valor de un matrimonio, y creo que es hora de hablar también del valor de un divorcio. En una sociedad narcisista y enfocada hacia el consumo, que todo el tiempo nos empuja a buscar la autorrealización y una libertad superficial, es bueno recordar cuán traumática es una separación en el curso de una vida humana. A pesar de ello, esta es una historia de amor. Dos personas que se salvaron mutuamente cuando se conocieron, que murieron cuando vivieron juntos, pero que, sin embargo, no pueden dejarse de lado, incluso cuando han tocado fondo”.
Nacido en el kibutz Sha'alvim en 1963, Levi no es un extranjero en el terreno de los dramas psicológicos que exploran problemáticas de pareja, en particular las “relaciones extramaritales”, como solía llamárselas hasta no hace mucho tiempo. Su carrera como guionista y realizador comenzó en la tierra natal: la popular BeTipul, emitida en Israel en 2005, tuvo más de una docena de remakes alrededor del mundo, incluida la Argentina –En terapia (2014) fue transmitida por la Televisión Pública–, mientras que la miniserie The Accursed, de 2014, recibió toda clase de elogios y premios. Ese mismo año dio el paso al competitivo mercado de habla inglesa con la serie producida por Showtime The Affair, centrada en una pareja cuyos amoríos comienzan a horadar una relación que parecía perfecta y cuyo guión fue escrito junto a la dramaturga Sarah Treem. Secretos de un matrimonio comenzó a forjarse hace muchos años en la mente de Levi, como lo confirman sus palabras, pero recibió la luz verde definitiva en julio del año pasado, en plena primera ola de la pandemia de covid-19, elemento de la vida real que está presente en cada una de las cinco “escenas” que conforman el relato.
El único elemento relativamente extemporáneo de Escenas de la vida conyugal es la voz de Ingmar Bergman al comienzo de cada episodio, mientras recapitula los acontecimientos de la entrega anterior sobre imágenes congeladas de los intérpretes. Sobre el final, ese off regresa: es el momento de la lectura de los nombres del reparto y el equipo técnico sobre diferentes planos de paisajes de la isla de Faro, su lugar en el mundo.
En Secretos de un matrimonio, el prólogo de los primeros cuatro capítulos y el cierre del quinto rompen la cuarta pared con imágenes de backstage –reales o simuladas, poco importa– en las cuales puede apreciarse que los actores son los únicos en pantalla que no utilizan un tapabocas (signo de los tiempos: el rodaje debió detenerse durante dos semanas cuando miembros del staff dieron positivo a los hisopados).
Chastain y Isaac, que ya habían colaborado siete años atrás en el largometraje de J.C. Chandor El año más violento, donde también interpretaban a un matrimonio, se acomodan en cuadro delante de una claqueta antes del grito de acción. A diferencia de Marianne, que además de sus labores como abogada tenía en las rutinas hogareñas un segundo empleo, Mira no está abocada al cuidado diario de su hija ni hace de la cocina un reino. Es Jonathan quien se encarga de mantener las rutinas cotidianas, ayudado por la flexibilidad horaria que le permite su actividad profesional. Es uno de los cambios sustanciales entre ambas versiones, reflejo de las importantes transformaciones sociales ocurridas durante las últimas cinco décadas.
Si Marianne, en uno de los momentos más emotivos de Escenas…, recordaba cómo había sido criada para “no molestar, ser siempre agradable, desear lo que se espera de ella”, en un afilado monólogo ilustrado con fotografías de la infancia y juventud de Ullmann, Mira creció en un mundo diferente, en el cual la búsqueda de “la autorrealización y una libertad superficial” –para volver a las palabras de Levi– parece estar por encima de todo. O, al menos, de muchas otras cosas.
Es una de las críticas que Jonathan le hará a su esposa luego de la confesión del amorío, algo relacionado con el concepto poco humano de las relaciones profesionales en la compañía, la fiereza de esa carrera de obstáculos donde lo que importa, siempre, son los resultados. Pero tal vez sólo se trate de un feroz despecho. Porque aquí no es Marianne quien sufre el golpe del abandono, de una nueva e insólita soledad, sino Jonathan. La misma persona que, a pesar del dolor insoportable de la noticia, todavía en estado de shock, termina de hacer prolijamente las valijas de Mira minutos antes de su partida a otro país, hacia los brazos de su amante.
Ensayo sobre la intimidad
Entrevistado por el medio especializado Deadline, Lars Blomgren –uno de los productores ejecutivos de la serie junto con Chastain, Isaac y Daniel Bergman, hijo del realizador sueco– afirma que “llevó mucho tiempo transformar la historia. Pero al tomar el formato original y hacer ciertos cambios –podría haber sido convertir a la pareja central en un matrimonio gay, por ejemplo, o que los miembros pertenezcan a dos religiones distintas, como es el caso de Secretos de un matrimonio– se forma una nueva dinámica. La idea original de resucitar la historia escrita por Bergman en los años '70 fue de su hijo Daniel. Fue él quien se acercó a Hagai Levi y a mí con el concepto. Comenzamos a desarrollarlo, pero surgieron algunos desafíos ligados a los derechos intelectuales, lo cual llevó algo de tiempo. Pero todo salió bien. Hagai siempre quiso que el rodaje tuviera lugar en los Estados Unidos y, finalmente, logramos hacerlo en estudios de Brooklyn”.
Más allá de todas las alteraciones inherentes al cambio de época (las charlas sobre sexo en la obra de Bergman hoy no resultan tan francas ni chocantes como en su momento) hay cuestiones ligadas a la idiosincrasia social y cultural de los Estados Unidos que forman parte inexorable en esta nueva versión. También las religiosas, que en el caso de Jonathan se relacionan con un pasado de educación moral fuertemente atada a las tradiciones judaicas.
“Nuestro encuentro me abrió las puertas a un mundo que no conocía”, le dirá el protagonista a su ex con los papeles del divorcio a la vista, recordando los años de estudio universitario, antes de una potente y angustiosa escena de sexo que Levi filma a la distancia, haciéndose eco de la separación emocional entre los partenaires. Después nace y arrecia una nueva discusión, tal vez la más venenosa de todas, aunque entre todas las palabras hirientes terminan colándose, una vez más, los harapos de un cariño que no termina de extinguirse.
El pasado (todo ese tiempo pasado en compañía del otro) tiene un peso específico difícil de obviar y de olvidar. En las precisas palabras del escritor y crítico Phillip Lopate, referidas a la serie original pero perfectamente aplicables a la remake, la historia de Escenas… es, “sobre todo y en primer lugar, un estudio sobre la intimidad. Cualquiera que haya transitado una relación de mucho tiempo puede reconocer la alternancia de ternura e irritación, la compenetración que llega al punto de poder leer la mente del otro, la convicción alienante de que las cosas se dan por sentadas o que uno está siendo incomprendido por completo. Esa es la naturaleza de la intimidad: no un ideal noble, sino una cruda realidad”.
¿Qué puede ofrecer Secretos de un matrimonio en un universo audiovisual que ha cambiado tanto desde el estreno de la miniserie original, en un mundo que hoy parece más preocupado por los derechos colectivos (y los derechos de los colectivos) que por los dolores individuales causados por la relación con el otro, con esa persona que, en mayor o en menor medida, se ha elegido para pasar una parte del resto de la existencia?
Ni en la historia escrita por Bergman ni en la reversión de Levi hay héroes o villanos, apenas seres complejos, acomplejados, frágiles, inseguros, “egoístas, estúpidos, amables, inteligentes”. En tiempos en los cuales el formato de la acción/reacción constante domina la escritura de los guiones de la mayoría de las series, la apuesta de Levi a recuperar la palabra como vehículo esencial de la trama se presenta como un reto arduo.
Vista hoy en día, Escenas de la vida conyugal sorprende por su cruza de intimismo catártico con distanciamiento irónico: no es menor el uso del humor en la miniserie de Bergman, aunque a veces logre pasar desapercibido, como en ese magnífico momento en el cual la desnudez emocional de Marianne a partir de la lectura de su diario íntimo es coronada por un breve paneo que muestra el sueño inducido en su interlocutor, Johan.
Tanto la actriz de La noche más oscura como el protagonista de Inside Llewyn Davis: Balada de un hombre común están a la altura del desafío, construyendo sosias de sus parientes suecos cuyas confusiones, certezas, zonas erróneas y luminosas –tan humanas, tan comunes– se ofrecen en carne viva. En Secretos de un matrimonio, el horrible sueño del final (ahora sí, lo psi toma el control) es idéntico al de 1973, aunque la descripción original del espacio y sus características –“En el medio de la noche, en una casa oscura, en algún lugar del mundo”– ya no es consecuencia de la inspiración del momento sino una cita cinematográfica. Nuevamente, un ciclo se cierra y otro comienza. Milagrosamente, dos personas nuevas nacen en medio del desolador paisaje después de la batalla.