Para evitar que el lector constreñido se pierda en el texto, he decidido –contrariamente a mi costumbre– escribir un comentario de las seis escenas. Aquellos que se sientan ofendidos por esta guía deberían saltarse las siguiente líneas.

Primera escena: Johan y Marianne son algo convencionales, están congelados en sus maneras, creen en la seguridad material. Nunca han considerado su estilo de vida de clase media como algo opresivo o falso. Se han asimilado a un patrón que están dispuestos a transmitir. Sus actividades políticas en el pasado son una confirmación de todo esto, más que una contradicción. En la primera escena ofrecen la bella imagen de un matrimonio casi ideal, que se choca con una relación infernal. Son engreídos de una manera tranquila, convencidos de que todo ha sido diseñado de la mejor manera. El aire está lleno de soluciones improvisadas y trivialidades bien intencionadas. Peter y Katarina parecen lunáticos dignos de lástima, mientras que Johan y Marianne se han encargado de hacer lo mejor en el mejor de los mundos posibles. De todos modos, hacia el final de esta escena, se enfrentan a un ligero contratiempo. Una elección. Una llaga, aparentemente insignificante, se abre, se cura y forma una cicatriz, pero debajo de ella se ha formado una infección. Esa es mi idea, al menos. Si alguien más desea pensarlo de otra forma, está bien.

Segunda escena: Todo sigue siendo ideal, casi espléndido. Las pequeñas preocupaciones se resuelven bromeando. Se presentan profesiones y entornos laborales. Marianne es consciente de una vaga ansiedad. No puede definirlo y mucho menos precisarlo, pero instintivamente siente que algo anda mal entre ella y Johan. Ella hace un esfuerzo poco convincente y no muy exitoso para reparar la brecha apenas esta es detectada. Johan tiene varias llamadas telefónicas misteriosas. Una noche, cuando han visto en el teatro Una casa de muñecas (¿qué otra cosa podrían haber visto?), hay una repentina sensación de discordia entre ellos. Tratan de restarle importancia y, finalmente, lo barren todo debajo de la alfombra.

Tercera escena: Cae el golpe. De una manera bastante brutal, Johan anuncia que está enamorado de otra mujer y que se marchará. Está lleno de un afán vital a la hora de actuar y oxidado por el alegre egoísmo del nuevo enamoramiento. Marianne está atónita. Totalmente indefensa. Totalmente desprevenida. A los pocos minutos, frente a nuestros ojos, se convierte en una llaga sangrante y temblorosa. Humillación y perplejidad.

Cuarta escena: Se encuentran luego de bastante tiempo. Las cosas han comenzado a ir mal para Johan, aunque no se nota. Por el contrario. En cuanto a Marianne, hay signos de recuperación, aunque muy vagos y mezclados con el pasado: sus vínculos con Johan, la soledad ulcerosa, el anhelo de que todo vuelva a ser como antes. El encuentro es doloroso y torpe en su mezcla de reconciliación y agresividad. Por breves instantes se reencuentran a través de su aislamiento y distancia. Todo es frágil, infectado, andrajoso. Es una escena muy triste.

Quinta escena: Hay una terrible explosión. Marianne está volviendo a ponerse de pie y Johan está perdiendo el control de la realidad. Ambos tienen la brillante idea de iniciar el proceso de divorcio y contratar al mismo abogado. Una tarde de principios de verano se encuentran en la oficina de Johan para firmar los papeles. De repente todo estalla y dan rienda suelta a las agresiones: todo el odio, todo el aburrimiento mutuo, la rabia que llevan años reprimiendo. Poco a poco se deshumanizan y finalmente se vuelven realmente desagradables, comportándose como maníacos que solo tienen un pensamiento en la cabeza: mutilarse física y mentalmente. Estos esfuerzos son incluso peores que los de Peter y Katarina en la primera escena, quienes tenían cierta rutina en su propio infierno y eran, por así decirlo, más profesionales en su salvajismo. Johan y Marianne aún no han aprendido esa moderación extrema. En resumen, quieren destruirse el uno al otro, y casi lo consiguen.

Sexta escena: Mi idea es que dos personas nuevas comiencen a emerger de toda esa devastación. Tal vez sea demasiado optimista, pero no puedo evitarlo, así fue como resultó. Tanto Johan como Marianne han caminado por el valle de las lágrimas y lo han enriquecido con manantiales. Comienzan a adquirir un nuevo conocimiento de sí mismos, por así decirlo. Esto no es solo una cuestión de resignación, sino también de amor. Por primera vez, Marianne se sienta y escucha a su problemática madre. Johan mira su situación con aires de perdón y es bueno con Marianne de una manera nueva y adulta. Todo sigue en estado de confusión y nada es mejor. Las relaciones son confusas y sus vidas se basan indiscutiblemente en un montón de compromisos miserables. Pero, de alguna manera, ahora son ciudadanos del mundo de la realidad, de una manera diferente a la de antes. Al menos eso pienso. De todos modos, no hay una solución cercana, por lo que no hay un final feliz. Aunque hubiera sido agradable llegar a eso. Pero no es así, aunque más no sea por esta razón: molestar a todas las personas artísticamente sensibles que, disgustadas por esta obra, se sentirán estéticamente enfermas después de la primera escena.


Prefacio del guion original de Escenas de la vida conyugal. Allí, ingmar Bergman describió y comentó a su manera cada uno de los seis capítulos que componían la miniserie.