Hay vida por fuera de los algoritmos y la lluvia de series y películas que llega cada semana a los principales sitios de streaming. Hasta el 10 de septiembre, el Espacio Cultural Morán propone un ciclo de cine en línea, llamado Invierno independiente, que reúne una decena de títulos nacionales realizados durante la última década. Disponibles de manera gratuita en el sitio web https://www.culturalmoran.com/cinemoran, las películas son bien distintas entre sí y reflejan el amplio abanico de inquietudes que movilizan a los realizadores locales, lo que da forma a una selección que abarca desde ficciones teñidas por lo autobiográfico hasta documentales que registran momentos particulares y personajes de la historia argentina. A continuación, un repaso por los títulos elegidos.

Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini

La escritora Aurora Venturini estudió Filosofía y Ciencias de la Educación; fue amiga de Evita y escribió un libro de poemas, El solitario, premiado por un jurado a cargo de Jorge Luis Borges. Todo con menos de treinta años. Exiliada en París luego de la caída del peronismo, cursó un posgrado en La Sorbona e hizo buenas migas con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, entre otras figuras de la época. “Una vida de película”, pensaron los periodistas Agustina Massa y Fernando Krapp, antes de proponerle hacer justamente eso, una película sobre ella. Venturini aceptó, pero, por razones desconocidas, cambió de opinión y vetó a los directores, obligándolos a arreglárselas como pudieran. Y lo hicieron: Beatriz Portinari, un documental sobre Aurora Venturini tiene el gran mérito de “no develar sino desplegar el misterio que va con ella”, a la vez que, como señaló Horacio Bernades en su crítica, “quizás sea el primer documental al que a sus propios directores se les denegó el acceso”. 


Cetáceos 

Clara (Elisa Carricajo) y Alejandro (Rafael Spregelburd) se mudan a una casa nueva, pero él debe partir a un congreso apenas llegan, dejándola sola en medio de un caos hecho de cajas y petates. Un caos expansivo, en tanto empieza a faltar a su trabajo y a ensayar mentiras en las llamadas con su marido, pero por el que asoman nuevas posibilidades. Una salida con una vecina a la que ni siquiera conoce y sus amigos, por ejemplo. O un retiro espiritual con una profe de yoga, por qué no. Comedia asordinada con claras influencias del cine de Ana Katz y, sobre todo, Martín Rejtman, tal como se dijo en su momento en estas páginas, la de Florencia Percia es una película sobre la incomodidad, el aburrimiento y la necesidad de dejarse llevar. Que no sepa bien por qué, ni mucho menos hacia dónde, es otra cuestión.


La casa de Argüello

“Un documental mutante” fue el título de la crítica en Página/12 de la ópera prima de Valentina Llorens, quien nació en cautiverio en 1975 y fue criada por su abuela, Nelly Ruiz de Llorens, hasta la liberación de mamá Fátima y el posterior exilio junto a ella. Aquella infancia sirvió de motor para que, en 2000, prendiera la cámara para filmar el día a día de su abuela. Pero, en 2012, una familia humilde que sacaba tierra de las orillas del río Matanza para rellenar su casa encontró huesos humanos que resultaron ser los de Sebastián Llorens y Diana Triay, los tíos de Valentina. A partir de ese hallazgo, la idea de “retratarla en un ámbito cotidiano”, en palabras de la directora a este diario, devino en un demoledor registro autobiográfico que indaga en la intimidad familiar y alumbra un pasado en el que se conjugan la identidad, la memoria, la militancia y los sentimientos silenciados durante décadas.


La idea de un lago

Hasta las almas más duras dejaron caer alguna lágrima con Abrir puertas y ventanas (2011), la notable ópera prima Milagros Mumenthaler. Adaptación muy libre del libro de fotografías y poemas Pozo de aire, de Guadalupe Gaona, su segunda película, La idea de un lago, vuelve a recorrer un camino atravesado por las relaciones entre los miembros de una familia y la ausencia de un ser querido. Como Gaona, la protagonista es una fotógrafa que, decidida a terminar su nuevo libro antes de que nazca su hijo, emprende un viaje temporal hacia la casa familiar en el sur de la Argentina. Pero hay un misterio profundo en esas interacciones familiares, cruzadas por un surrealismo fruto de los juegos de la memoria. Un misterio que Mumenthaler materializa a través de un ajustado guion que, en palabras de Diego Brodersen, “esquiva el tono discursivo y los excesos de verbalización emocional para edificar pacientemente una historia que se construye a partir de pequeños gestos y acciones”.


La luz incidente

Pocos directores pensaron lo que con el tiempo sería una película antes de saber leer y escribir. La idea de La luz incidente dio vueltas por la cabeza de Ariel Rotter desde que tenía cinco años. “Intenté abandonarla muchas veces, pero a la mañana siempre aparecía en la almohada. Me sentía esclavo de lo que la película ya era”, confesó en esta charla con Página/12. La fijación se explica por la cercanía de lo que narra, la historia de un duelo y un posible renacimiento que replica algunas circunstancias vividas por la madre de Rotter medio siglo atrás, cuando las muertes de su hermano y su marido en un accidente la obligaron a hacerse cargo de la crianza de sus dos bebitas y a ponerse –o al menos a intentarlo– al frente del mantenimiento de la casa. Allí apareció un nuevo pretendiente que duró poco, pero lo suficiente para concebir un hijo, un tal Ariel. Dispuesto de una vez por todas a concretar su obsesión, Rotter reunió a Érica Rivas y Marcelo Subiotto (ambos excelentes) para ponerlos en la piel de esa pareja que se lanzó a la aventura de la convivencia casi sin conocerse como una manera de tapar lo que Juan Pablo Cinelli llamó “los agujeros que deja la ausencia”.


Las muchachas

“Eran mujeres trabajando para mujeres”, respondió al suplemento Las12 la directora Alejandra Marino cuando tuvo que definir el concepto central de Las muchachas. Las protagonistas apenas superaban los 20 años en 1948, cuando fueron convocadas por Eva Perón para trabajar junto a ella en distintas actividades sociales, preludio de lo que con el tiempo sería el Partido Peronista Femenino. “Tenía 26, y quería hacer las cosas bien porque la amaba”, cuenta una de esas mujeres con los ojos cargados de brillo ante la cámara de Marino, quien viajó por toda la Argentina persiguiendo la huella de quienes dejaron todo para participar de aquella experiencia. Un pasado que, a través de innumerables testimonios, fotos, documentos y cartas, adquiere la materialidad de lo imperecedero.


La muerte no existe y el amor tampoco

Tenía razón Horacio Bernades cuando escribió que el opus dos de Fernando Salem es “una película sobre la muerte, la sobrevivencia, el duelo, la distancia y la nueva vida que se insinúa tras él”. Esta particular adaptación de la novela epistolar Agosto, de Romina Paula, está protagonizada por una jovencita que trabaja como psiquiatra en Buenos Aires y vuelve al pueblo patagónico donde nació para esparcir las cenizas de su mejor amiga. Pero hay otros asuntos pendientes, como un ex novio que acaba de ser padre y por el que siente una evidente atracción. Hasta su propia vocación entra en tensión. Una premisa habitual de las películas nacionales sobre regresos, que sin embargo aquí adquiere un aire tristón y melancólico muy similar al de esos paisajes patagónicos que conforman lo que Salem definió al suplemento No como una “geografía emocional”. El resultado es una amable reflexión sobre el paso del tiempo y los vínculos, a la vez que la crónica de un momento crucial para esa mujer que a su regreso difícilmente sea la misma que la que se fue.


Los corroboradores

El director Luis Bernardez se propuso registrar la influencia de la arquitectura de París en la planificación urbana de Buenos Aires a finales del siglo XIX. Lejos de los formatos más trajinados del documental expositivo, lo hace recurriendo a elementos propios del thriller, el policial negro o la farsa. Hasta “inventa” una sociedad secreta fundada por el presidente Carlos Pellegrini, la misma que da el título a la película. De indudable linaje borgeano, como escribió Juan Pablo Cinelli al momento del estreno, Los corroboradores explora con humor una época en que un puñado de familias dueñas del poder soñaban con vivir en Francia, un sueño que el tiempo se encargó de evaporar. Cuánto hay de verdad y cuánto de fabulación, qué tan fiel a la letra dura de la Historia es lo que se cuenta, es algo que cada quien deberá desentrañar.


Una banda de chicas

Marilina Giménez fue una de las integrantes de Yilet, banda de rock integrada por mujeres que marcó una bisagra en el ámbito musical argentino. Luego de haber dejado la agrupación en 2013, Giménez empuñó la cámara para filmar este documental centrado en la no siempre armónica relación entre la escena artística under, el rock y las mujeres. Una banda de chicas reúne a varias referentes importantes de la escena local (las integrantes de Las Taradas, Kumbia Queers, Miss Bolivia, Chocolate Remix y She Devils, entre otras), quienes frente a la cámara recorren sus historias personales y artísticas. Esas entrevistas se intercalan con una buena cantidad de material de archivo que muestra a las distintas bandas en acción, dando cuenta de sus estilos diversos, pero siempre contestatarios. Ahí radica el núcleo más interesante de este documental de enormes resonancias sociales. Porque Una banda de chicas no es solo una experiencia plácida para melómanxs: se trata también de un fresco social, político y cultural de indudable actualidad.


UPA! (Una Pandemia Argentina)

Allá por 2007, en pleno furor del llamado Nuevo Cine Argentino, apareció una película que, en clave de comedia, desglosaba los lugares comunes del cine independiente local. Luego de una secuela en 2017, la tercera entrega iba a filmarse en 2020, hasta que la pandemia metió la cola y obligó a rediseñar los horizontes del proyecto dirigido, como los anteriores, a seis manos por Camila Toker, Santiago Giralt y Tamae Garateguy, y en el que los alter egos ficticios de los realizadores planean un viaje a Los Ángeles para filmar una película de terror. Lo que no cambió con la coyuntura fue la capacidad del terceto de reírse del mundillo que retratan, retorciendo sus arquetipos más reconocibles. En palabras de Juan Pablo Cinelli, Una Pandemia Argentina funciona como “un espejo que devuelve una imagen absurda de la pose cool, de la omnipresencia de la corrección política, del cine militante, de la cuota de hipocresía necesaria para poder filmar una película en un ambiente en el cual los recursos son cada vez más escasos”.