A propósito de lo que dijo María Eugenia Vidal sobre la marihuana y sus lugares de consumo, comparto algunos pensamientos.
En primer lugar, estoy absolutamente a favor de la legalización de la droga. Su prohibición conviene a quienes hacen grandes negocios -tanto organizaciones criminales como en distintas oficinas estatales-; agrava la situación carcelaria y es utilizada para presumir sobre la protección de la salud cuando poco o nada hacen por ella.
En segundo lugar, el debate se halla inevitablemente atravesado por la cuestión de clase, dado que quien vive en un country o en un barrio acomodado de la Capital Federal podrá consumir a sus anchas con la tranquilidad de no ser molestado; mientras que en los barrios populares, donde la policía y otras fuerzas tienen una presencia permanente y ejercen hostigamiento cotidiano sobre buena parte de sus habitantes, fumar un porro o lo que sea, pondrá en riesgo tanto la libertad como la integridad personal y su propio núcleo familiar.
Pero debe decirse que esa cuestión de clase se vio agravada cuando en 2005 se dispuso que algunos delitos de droga pasaran del sistema judicial federal a los provinciales, dando mayor poder –con toda su arbitrariedad y la corrupción de sus agentes- a jueces, fiscales y, sobre todo, a las policías, especialmente a la bonaerense.
Las causas de drogas vienen cumpliendo desde hace años el rol de tubo de ensayo para las peores prácticas policiales, carcelarias y judiciales. De ahí pasan, poco a poco, al resto del sistema debilitando derechos y garantías. Y no se puede hablar de causas de drogas sin mencionar las pésimas condiciones carcelarias que esas causas agravan, de lo que ni siquiera hay debate a pesar de las violaciones a los derechos humanos que se cometen a diario, dado que quienes son arrojados al olvido dentro de sus muros son los mismos que habitan los barrios populares, los sectores más vulnerables.
Vidal no habla de nada de eso. Pero tampoco lo hace el resto.
Por otro lado, si la policía detiene a una persona con un porro en la ciudad de Buenos Aires, intervendrá un juez federal, que archivará la causa, aunque eso no borra el hecho de que la persona quede detenida unas cuantas horas. Pero si esa persona es detenida en la provincia, no sólo pasará horas privada de libertad, sino que podrán ser días, meses y probablemente años, y se le propondrá, en medio de su desesperación, que acepte una condena en un juicio abreviado. Y tanto en la CABA como en las provincias, la gente detenida será de los mismos sectores.
Pero hay otro asunto. Quienes se enriquecen con la droga no viven en las villas, sino en barrios exclusivos. Sin embargo, muchas familias de los barrios populares padecen la presencia de traficantes que, con la venia o la ausencia policial, instalan sus depósitos y cocinas y reclutan a los pibes a cambio de dinero fácil o de acceso a la droga. Esas familias ven cómo, poco a poco, sus hijos se pierden por la acción del paco sin que el Estado haga algo. Una vez más recuerdo el caso de Diego Maldonado, un pibe adicto de 16 años de la villa Itatí, cuya madre pidió la intervención de un juez de menores que no tuvo mejor idea que alojarlo transitoriamente en la comisaría 1ª de Quilmes, donde fue golpeado por la policía y falleció como consecuencia de un incendio provocado por los chicos detenidos que se quejaban por las torturas.
Pienso en Diego y en su mamá, Telvi, y en los otros pibes y en las otras madres, y me pregunto si para ellas la legalización de una droga es un tema esencial, o cuál es el mensaje que reciben cuando se instala el debate. Probablemente la legalización sea un tema de la clase media, que existe el riesgo de que hablar de legalización sea hablar sólo a un sector de la sociedad. Es imperioso tener una política que no reduzca el debate a si fumar un porro en Palermo o en Zavaleta sea lo mismo, porque no lo es, pero no en el sentido que lo enuncia Vidal, sino del modo contrario, porque los que siempre ponen involuntariamente el lomo para el látigo no son los de Palermo, y quienes no tienen garantizado asistencia médica y jurídica, tampoco.
Quiero decir, entonces, no sea cosa de que Vidal llegue mejor a esas familias vulneradas, que otros con su visión de clase media. Que Vidal sume votos en Recoleta o Palermo, vaya y pase, pero que lo haga en los barrios más pobres, es imperdonable.