El 2 de septiembre se festeja el Día de la Industria. Ese día, pero de 1587, se celebró la primera exportación del país. Ese miércoles zarpó desde el Riachuelo, que hacía las veces de puerto de Buenos Aires, la carabela San Antonio con un cargamento con tejidos y bolsas de harina de la zona que hoy es Santiago del Estero rumbo a Brasil. Tres siglos y medio después, en 1941, el entonces presidente Ramón Castillo decidió que ese evento iba a ser el hito que marcara la conmemoración de uno de los pilares del desarrollo económico.
La paradoja (o no) es que esa exportación no significó el verdadero inicio del desarrollo industrial, que empezó a dar sus primeras señales cientos de años después. Se trataba de productos sobre todo artesanales, cuya comercialización no fue sostenida en el tiempo. El historiador Felipe Pigna dio a conocer que esa exportación fue en realidad un contrabando: además de las artesanías textiles declaradas llevaba encubiertas en bolsas de harina barras de plata provenientes de Potosí, cuya exportación estaba prohibida por la corona.
La denuncia fue realizada por Juan Ramírez de Velazco, la autoridad del territorio en ese momento. Francisco de Vitoria, que era el entonces obispo de Tucumán y el impulsor de esta operación de contrabando, terminó siendo formalmente acusado por este contrabando.
Un pedazo de historia
Más allá de ese inicio errático, la historia de la industria argentina es una radiografía de un debate que sigue vigente hasta hoy. Primero con la resistencia del imperio español que insistía con impedir cualquier intento de industrialización que pudiera aparecer en sus colonias -ordenó talar olivos en La Rioja y plantas de tabaco en Catamarca-. En vísperas de la Revolución de Mayo el panorama regional mostraba una moderada actividad industrial de los viñedos de Mendoza, de lana y algodón en Córdoba, de muebles, carretas y carruajes en Tucumán y de tabaleros y sombrereros bonaerenses, que elaboraban el cuero de vaca, nutrias y zorros del campo, lagunas y esteros de la provincia de Buenos Aires.
Durante varias décadas, la libre introducción de mercaderías del exterior sujetas al pago de tarifas aduaneras fue la política predominante de los gobiernos de Buenos Aires que necesitaban metálico para funcionar en detrimento de la capacidad de industrialización. Un solo rubro parecía atravesar el periodo de libre comercio: la venta de sombreros de fieltro, cuero, tafilete, paja o nutria que, además, se destacaban en el mercado por su calidad.
Recién hacia 1836 Juan Manuel de Rosas dictó la Ley de Aduanas que prohibía la importación de algunos productos en pos de cuidar la industria nacional. Tras la caída de Rosas y la insistencia de las potencias europeas por el librecomercio, la sociedad argentina comenzó a planificar su nación a fin de adaptarse al mundo y poder llegar a vivir con las comodidades que se veían allá lejos en Europa: el camino más corto y seguro parecía ser poner en valor la tierra y crecer como exportador de materias primas.
Desde ese momento hasta hoy, hay una lucha entre gobiernos proteccionistas y liberales que, dependiendo la convicción y la ideología de turno, permite dar un paso adelante o retroceder varios a la industria nacional.
La industria comenzó a expandirse masivamente a partir de la década del ochenta como resultado del boom exportador. Por efecto de la inmigración masiva, la población se triplicó y la industria tuvo la posibilidad de producir en escala. El PBI alcanzó el primer lugar de los países de América Latina y su ingreso per cápita se ubicó no muy por debajo del de países como Gran Bretaña o Estados Unidos.
Entre 1880 y 1890 se instalaron los primeros grandes establecimientos industriales. Fue por esos años que se fundó la UIA y también se hizo el primer censo de los principales establecimientos industriales de Buenos Aires: en 1892 había 400 establecimientos que ocupaban a 11.000 obreros.
Algunas de esas industrias siguen hasta hoy. La Cervecería Argentina que hoy conocemos como Cervecería Quilmes, por ejemplo, fue fundada en 1888 por un padre e hijo alemanes que se habían especializado en la fabricación de cerveza en la Universidad Técnica de Munich. En 1890 Cervecería Argentina tiraba el primer chopp y comenzó a venderse bajo el nombre de Quilmes, el antiguo nombre indígena de la localidad donde se encontraba la fábrica. Ya en la década de 1930, la fábrica de Quilmes era considerada una verdadera ciudad industrial. "El sabor del encuentro", slogan ideado en la década del 80, es un clásico de los argentinos. Varias dictaduras, devaluaciones e hiperinflaciones después el sabor del encuentro resiste.