En las nubes
“El dron es una maravilla tecnológica: nos regala la sensación de volar, nos facilita una perspectiva diferente de las ciudades, nos permite arrimarnos a rincones y ángulos imposibles de alcanzar de otra manera. También nos hace ver cuán minúsculos somos”, manifiesta con tangible entusiasmo Martín Lenzi, que aprendió a surcar los aires durante los momentos más duros de la pandemia, encauzando la recién adquirida sapiencia en una cuenta de Instagram con vuelo propio: Buenos Aires desde el cielo. Con menos de un año en danza, su proyecto ya suma miles y miles de seguidores (de Argentina, Brasil, Estados Unidos, España, Italia, largo etcétera), ansiosos por echar un vistazo a cada actualización: fotografías panorámicas en altura de los más diversos puntos de la urbe; desde el Parque Las Heras hasta el Cementerio de Chacarita; desde el del Skatepark Mataderos hasta el edificio Kavanagh; desde el cruce entre la Autopista 25 de Mayo y la avenida 9 de Julio hasta la Biblioteca Nacional; desde el Hospital Muñiz hasta el antiguo penal de Caseros. Además, claro, de ¡cantidad! de canchas de fútbol, para todas las hinchadas, cuyas capturas acompaña con texto informativo, con data histórica, que pone en tema. “Nací y me crié en Ushuaia, donde viví hasta los 18 años. Cada vez que venía de visita a Buenos Aires con mi familia, todo me llamaba la atención: las avenidas, los parques tan arbolados, los rascacielos… Aunque llevo más de una década y media viviendo acá, me sigue sorprendiendo cuando la camino o sobrevuelo, por su estilo único, que es justamente una mezcla de estilos”, dice Lenzi. El proyecto, por cierto, empezó como un hobbie para distraerse, “y sigue adelante por la buena onda que recibo permanentemente de la gente, que interactúa con el contenido, lo comparte, me invita a conocer nuevos lugares”. Cada vez con un mayor dominio de su fiel aliado, un dron modelo Mavic Air 2, de la marca DJI, y con el sueño de “algún día contar con el apoyo de algún sponsor para mantener el equipo actualizado y poder costear viajes, en pos de hacer capturas en todo el país”. Desde el cielo, por supuesto.
La escama de la cuestión
En Dinamarca, una trifulca oceánica tiene a dos seres mitológicos a punto de tirarse de las mechas. De un costado del ring, una sirenita esculpida por el artista danés Edvard Eriksen, inspirada en el famoso cuento de hadas de Hans Christian Andersen, que engalana la costa de Copenhague desde 1913, concurrida atracción turística. Del otro lado, otra sirenita: la que yace apaciblemente a la vera de las aguas de Asaa, un pueblito al norte del país, creada por el escultor local Palle Mork, instalada en el puerto en 2016 en celebración de 140 aniversario de la aldea. Aunque las similitudes entre ambas criaturas son obvias –cada cual con el torso desnudo, apoyando su peso sobre un brazo, la cola de pez delicadamente posada sobre una roca–, la más jovencita no es réplica de la veterana; en todo caso, bebe de una pose clásica, según los parroquianos de Asaa. Una idea que los herederos de Eriksen no compran de ninguna manera: están tan convencidos de que se trata de una copia, que han iniciado acciones legales contra el pueblo costero, de poco más de mil habitantes, exigiendo algo más que compensaciones financieras: quieren que sea destruida de inmediato. “Cuando recibí la notificación por primera vez, lancé una carcajada. Pensé que era un chiste”, dice Mikael Klitgaard, alcalde de Bronderslev, el municipio en el que se encuentra Asaa. La denuncia, explica, se centra en la postura de la sirena, dado que el resto de su apariencia difiere bastante: “¿De qué otra manera se va a sentar? ¡Es una sirena, por el amor de dios! ¿Qué pretendían?, ¿que estuviese en una silla?”. Para el político, se trata de un gesto vil motivado por la codicia: en 2029, expiran los derechos de autoría sobre las obras de Eriksen, al cumplirse 70 años de su muerte; seguramente estarán intentando reunir unas coronas antes que llegue ese día. En fin, ni la bruja subacuática Úrsula, del clásico film de Disney, fue tan brava con Ariel; ya se verá hacia donde orilla la Justicia…
Arte apto para nudistas
Desde los pasados días, la galería Sheds, en Bruselas, ha sido invadida por más de 40 piezas de artistas de renombre como Ron Mueck o Duane Hanson, que tranquilamente podrían pasar por gente viva. Se trata, después de todo, de la muestra Escultura hiperrealista, que presenta “obras que dan la espalda a la abstracción y buscan lograr una representación tan meticulosa de la naturaleza humana que el espectador a veces se pregunta si está observando un cuerpo que efectivamente respira”. De momento, nada especialmente llamativo en esta exposición con andadura, que ya ha sido presentada en museos top de España, México, Australia y Holanda. Salvo que, en su nueva sede belga, los visitantes decidan arrimarse entre las seis de la tarde y las nueve de la noche, horario exclusivamente reservado para… nudistas. “Poder mostrarse desnudo ante los demás, en el sentido más literal de la palabra, es, ante todo, aceptar un desafío, superar miedos, sobreponerse a cualquier duda que podamos tener sobre nosotros mismos. No es exhibirse: es ser. Un retorno a la esencia que permite experimentar plenamente la expo en forma respetuosa, discreta y original”, arengan los curadores de la muestra, que no aclaran si cierto accesorio en boga –el barbijo– entra en el código de vestimenta o, más bien, la falta absoluta de. Sí explican que no hay obligación de presentarse como Dios nos trajo al mundo: los pudorosos renuentes a la propuesta libre-de-pilcha, que gustan ir a galerías con cobertura, puede hacerlo en horario matiné, entre las diez de la mañana y las seis de la tarde. Alternativa que evidentemente no tomó la Federación de Naturistas Belgas, que como buenos Rolandos Hanglin de la vida, ya sacaron provecho de la invitación, una oportunidad –a su decir– “de reflexionar sobre el cuerpo humano, a menudo estigmatizado por la presión social y los medios de comunicación, por la autocensura, por el miedo a los prejuicios”. “¡Por fin una muestra con una mirada genuinamente positiva sobre el cuerpo!”, se deshacen en elogios con el culete al aire, chochos de apreciar obras artísticas en tujes.
De aquí, de allá…
El inoxidable rifirrafe entre Croacia y Serbia por adjudicarse la nacionalidad del gran Nikola Tesla suma otro capítulo en una historia de nunca acabar. Desde Zagreb han anunciado planes de emitir monedas con la imagen del inventor, lo cual ha irritado sobremanera a su vecino balcánico que, indignadísimo, está dispuesto a tomar cartas en el asunto para impedir que suceda ¡semejante ofensa! Enzarzarse en picante pelea por fanfarronear acerca de Tesla no es nuevo entre los países colindantes, acostumbrados ya a competir por endilgarse los orígenes del científico pionero, midiéndose mutuamente con: museos, monumentos, calles conmemorativas, etcétera. Si la discusión ha recrudecido nuevamente es a causa de una reciente votación popular en Croacia: la gente eligió poner la carita de Nikola en sus euros cuando la nación adopte la moneda común de la Unión Europea en –según está previsto– el año 2023. Desde Belgrado, empero, han mostrado los dientes, afirmando sin titubeos: “Ni se les ocurra”. “Constituiría una apropiación del patrimonio cultural y científico de nuestro pueblo, porque es indiscutible que Nikola Tesla se declaró a sí mismo serbio por origen y etnia”, ha sido terminante Jorgovanka Tabakovic, directora del Banco Nacional de Serbia, aclarando además que está dispuesta a elevar una queja formal a la Comisión Europea si la cosa prospera. Frente a lo que algunos llaman “la póstuma y forzada croatización de Tesla”, la señora recordó que un sobrino del inventor mandó sus cenizas de Nueva York a Belgrado tras su muerte en los años '40. También aprovechó la ocasión para traer a colación cómo “familiares del inventor, al igual que tantos otros serbios, fueron asesinados por soldados croatas durante la Segunda Guerra Mundial”. En busca de simbólico knock-out, apeló a otro argumento: cómo nacionalistas croatas volaron una estatua en honor a Nikola en el ’92, cerca de su lugar de nacimiento. Para Nina Obuljen Korzinek, ministra de Cultura de Croacia, no hay mucho sitio para el debate: en su opinión, la geografía es clara y todo lo demás es perorata sin pies ni cabeza. “Ni siquiera puedo entender por qué Serbia protesta tanto. Es tan irrelevante”, ha dicho la señora, abrazada al mapa. Tesla –cabe refrescar, por si las mosquitas– nació en 1856 en Smiljan, una pequeña aldea entre montañas que entonces era parte del Imperio Austrohúngaro y hoy pertenece a territorio croata. Él, sin embargo, siempre se definió serbio. Dicho lo dicho, el grueso de su vida ni siquiera trascurrió por esas latitudes: buena parte de su existencia pasó en Estados Unidos, donde desarrolló sus mayores descubrimientos; el motor de inducción y la corriente alterna, entre ellos.