“¿La gente no piensa que el día de mañana su hijo puede comerse una ametralladora en la boca de alguno de estos bestias? Si no quieren eso, peléemosla hasta lo último.” Ese es el mensaje más esperanzador que le sale a Francisco Madariaga por ahora. Se muestra enojado, pero cuando se le pregunta qué sintió tras conocer que la Corte Suprema había reducido la condena de un represor condenado por delitos de lesa humanidad al habilitarle la ley del 2x1 responde que “mucha tristeza del país en el que vivimos”. Se expresa superado –“yo me las pico, me convierto en el primer exiliado de esta nueva era”–, pero cuando se le pregunta si se asustó cuando supo que el primero que había intentado cruzar la gran puerta que los supremos abrieron a los genocidas de la última dictadura cívico militar era Víctor Gallo, condenado por su apropiación, responde que “mucho”. “Toda mi vida luché para sacarme de encima los miedos que este tipo me metió adentro del cuerpo. ¿Y ahora vienen tres tipos que no representan a nadie y lo dejan libre? Estas bestias no van a salir para cuidar a sus nietitos, salen con el objetivo de meternos miedo a todos”, teoriza el nieto recuperado que vivió más de 30 años bajo el calvario de Gallo.
Francisco tiene 40 años. Los últimos siete son “de otra vida”, dice. De una que sigue “intentando construir” desde que supo que sus padres eran Silvia Quintela y Abel Madariaga, quien le da una mano en el asunto. Ambos eran Montoneros. Ella sigue desaparecida. “No es fácil rearmar un rompecabezas tan pesado, pero de a poco iba rejuntando piezas”, cuenta y asegura que en esa búsqueda, una de las cosas que lo dejaba “más o menos tranquilo” era el encierro de quien partió en mil piezas su historia desde su nacimiento. Víctor Gallo fue condenado a 15 años de prisión por haberle robado a Silvia Quintela su bebé, Francisco, a quien parió en la maternidad clandestina que funcionó en el hospital militar de Campo de Mayo. Este ex miembro del Ejército, también integró el Batallón 601. “Si lo dejan libre me va a ser imposible, porque me va a venir a buscar, yo lo sé. Es un psicópata. No le voy a dar el lujo, igual. Me voy a convertir en el primer exiliado de este país, porque no voy a vivir en el mismo suelo que ese delincuente”, asegura.
El miércoles pasado se conoció el fallo dividido de la Corte Suprema que habilitó la aplicación de la derogada ley del 2x1 a Luis Muiña, un represor condenado por secuestros, torturas y asesinatos en el Hospital Posadas. “Una amnistía encubierta”, repitió ayer Francisco. El recurso se convirtió en el comodín que comenzaron a utilizar las defensas de otros represores para pedir su libertad.
La de Gallo fue la primera y de alguna manera funcionó casi como una profecía autocumplida. Durante la conferencia de prensa que ofrecieron los organismos el mismo día de la decisión de la Corte Suprema, el abogado de Abuelas de Plaza de Mayo Alan Iud advirtió la gravedad del futuro inmediato con el ejemplo de Francisco y su apropiador: “Gallo, una persona que no solo se apropió de Francisco, sino que lo amenazó de muerte en más de una oportunidad, que cometió otros delitos, puede quedar en libertad”. La Fiscalía le rechazó el pedido. El TOF 6 aún no decidió.
A Francisco, no obstante, la situación no lo sorprendió: “Él siempre operó para volver a la calle, es uno de los más activos en eso”. La anteúltima vez que lo intentó –en diciembre– consiguió que el TOF 6 lo dejara trocar la cárcel de Ezeiza por la unidad penitenciaria de lujo que funciona en Campo de Mayo, “que es casi lo mismo para él, siempre que estuvo ahí hizo lo que quiso”, cuenta el hijo de Madariaga y Quintela que de chico iba a visitar a su apropiador a ese espacio.
Porque durante los tiempos de impunidad, Gallo pasó algún tiempo preso por carapintada. Luego recibió condenas por robo calificado y la llamada “Masacre de Benavídez”, donde tres mujeres fueron asesinadas. “Es genocida, ladrón, violento, carapintada, apropiador, nazi”, lo describe Francisco, quien recurre a pasajes de su niñez para graficar “la clase de delincuente que están dejando libre”. “De chiquitos no cantábamos el payaso plin plin, nos enseñaba canciones nazis”, “si pasaba por Once frenaba el auto para escupir a judíos”, “un día lo encontré pegándole a mi apropiadora y cuando lo quise frenar me gatilló tres veces en la cabeza”. Cosas así, que ayudan a concluir como él en que “los jueces están dejando en libertad a los peores delincuentes del país, a los peores depravados”.
Francisco está enojado con la Justicia, que “juega otro partido”, con los jueces, que “no ven lo humano, nunca están del lado de las víctimas, viven en otro mundo” y se indigna del doble estándar: “Lo que hicieron estos tipos son crímenes de lesa humanidad, están condenados por eso y en todo el mundo se sabe lo que son esos delitos. Los dejan en libertad, pero a un pibito que roba una naranja para comer lo dejan en cana. ¿Qué confianza puede tener la gente en esa Justicia?”, se pregunta. Y también se pregunta por qué tiene que andar pensando en escapar si el “malo es otro”: “Yo no hice nada y ¿tengo que andar escondiéndome? ¿Tengo que esperar a que atente contra mí de nuevo?”. Asegura que irá mañana a la Plaza de Mayo, donde espera encontrar a “un montón de gente” que lo “sorprenda con memoria”.