Luego de casi un año y medio de pandemia, lejos de desaparecer, las fake news sobre covid y vacunas se sofisticaron al punto de hasta replicar papers científicos en revistas científicas truchas. Y no sólo fueron las noticias falsas las que aportaron su granito de arena al mundo de la desinformación, también lo hicieron estudios científicos publicados de manera precipitada -que luego tuvieron que retractar sus conclusiones- y los medios de comunicación, que en una carrera para brindar más información sobre la nueva enfermedad, replicaron datos imprecisos. Frente a este fenómeno, científicos de distintas áreas, en su mayoría de Conicet, se agruparon y crearon espacios de divulgación para luchar contra las fake news y la desinformación.
La pandemia dejó en evidencia el daño que pueden hacer las noticias falsas. En algunos casos provocaron la automedicación o el consumo de sustancias altamente peligrosas, que no están avaladas científicamente; y en otros potenciaron el miedo a las vacunas instalando la idea de peligrosos efectos adversos o planes conspirativos de los laboratorios y los gobiernos.
Ante estos fenómenos, la reacción de los divulgadores científicos cobró fuerza: muchos de ellos dejaron los laboratorios por un rato y se animaron a desarmar de manera sencilla y clara cada uno de estos argumentos truchos.
“Empezamos a desmentir noticias falsas de manera natural contestando mensajes que nos mandaban nuestros familiares sobre diferentes videos o noticias que veían por ahí. Nos fuimos dando cuenta que había una demanda grande de información”, cuenta Mercedes Pastorini, biotecnóloga del Conicet y miembro de Ciencia Anti Fake News (@anti__fakenews), un proyecto autogestivo del que participan biólogos y biotecnólogos.
La investigadora dice que en general las explicaciones y desmentidas son bien recibidas por el público, aunque siempre existen los haters que responden a los argumentos científicos con ataques.
“El fenómeno de las fake news en cuestiones de salud es un tema muy sensible, hay quienes llegaron a tomar algo tóxico y personas que incluso murieron por consumir dióxido de cloro”, explica Pastorini, quien remarca que una vez instalada es muy difícil revertir el daño. “La mejor noticia falsa es la que no existe, la desmentida nunca llega a todos los que llegó a noticia falsa”, agregó.
Dióxido de cloro
Los investigadores comparten que una de las fake news más peligrosas, y ampliamente difundida, fue la del dióxido de cloro. A mediados del 2020, el uso de esta sustancia empezó a difundirse en redes sociales como un “antídoto” contra el coronavirus. Las autoridades sanitarias advirtieron sobre la toxicidad del producto pero la difusión por parte de supuestos médicos hasta por la televisión abierta no colaboró con los esfuerzos para desterrar esta noticia falsa.
En agosto del año pasado, un niño de 5 años murió en la provincia de Neuquén. Sus padres le habían dado de tomar 700 mililitros de dióxido de cloro el día anterior. Unos días más tarde murió un hombre de 50 años en Jujuy, también por consumir dicha sustancia.
“El dióxido de cloro produce alteraciones a nivel de la sangre, como anemias hemolíticas, se rompen los glóbulos rojos. El paciente transforma esa sustancia en metahemoglobina, una especie de intoxicación por cianuro", explicó por entonces el director del Hospital de Plottier de Neuquén, Rafael Palomino, donde falleció el niño de 5 años.
“El 70 por ciento de las personas que cae en noticias falsas lo hace cuando está buscando información, por eso son tan peligrosas relacionadas con la salud. Ahora se está difundiendo el uso de las gárgaras con sal cuando también pueden llegar a ser muy peligrosas. El uso de la hidroxicloroquina, como posible tratamiento, también trajo problemas gravísimos”, cierra Pastorini, que trabaja en el desarrollo de un tratamiento contra la leucemia y el linfoma, en la Academia Nacional de Medicina.
Miedo a la vacuna
En relación a las vacunas contra el coronavirus, lo que hicieron las fake news fue instalar el miedo. En muchos casos los argumentos parecían irrisorios: se dijo que tenían metales y el brazo quedaba con un efecto magnético tras la aplicación, también que las vacunas incluían un chip para vigilar a la población.
“Las noticias falsas se fueron sofisticando con el tiempo. Al principio eran muy naif, poco sólidas, fáciles de desbaratar. Hoy, un año y medio más tarde, nos encontramos con fake news mucho más sofisticadas y difícil de desarmar porque se construyen a partir de una verdad, que luego es manipulada o sacada de contexto”, explica Florencia Labombarda, investigadora del Conicet y una de las integrantes de la cuenta de Instagram Tomatelo con ciencia (@tomateloconciencia).
La investigadora marca como un antes y después la aparición de los “Médicos para la verdad”, una agrupación de profesionales de la salud que se oponen a las medidas sanitarias tomadas globalmente para contener los efectos de la pandemia. “Desde que aparecieron estos médicos, que empezaron a chapear y apelaron al principio de autoridad, aparecieron fake news más sofisticadas en donde ya era necesario el saber especializado para desarmarlas porque había una verdad pero totalmente deformada”, agrega Labombarda.
Según la investigadora, todas estas noticias tienen algo en común, apelan a la emoción y la victimización y terminan convirtiéndose en una cruzada con un discurso político desestabilizador.
“Con las llegadas de las vacunas se vio perfectamente. Empezaron a aparecer testimonios falsos de los estragos que hicieron las vacunas, con noticias súper largas y completamente falsas. Están desesperados porque las vacunas funcionan y tienen muy pocos efectos secundarios”, opina Labombarda, para quien estos grupos se mezclan con los antivacunas y ya tienen un trasfondo político bien claro. “Hacen minar la confianza de la población en la ciencia y en los gobiernos que están atrás de la ciencia porque es la única forma de hacer algo para terminar con la pandemia”, agrega.
Desinformación y carrera por publicar
Por otro lado, la carrera por generar hallazgos y más información sobre el nuevo coronavirus produjo que las revistas científicas más importantes, incluidas The Lancet y New England Journal of Medicine, publicaran artículos con conclusiones anticipadas sobre las que luego tuvieron que retractarse.
Un estudio publicado en la revista Vaccines, que ponía en duda la seguridad de las vacunas, luego fue levantado por contener "varios errores que afectan fundamentalmente la interpretación de los hallazgos". Esta publicación llevó a la renuncia de al menos cuatro miembros de la junta directiva de esta revista científica, incluida Katie Ewer, inmunóloga principal del Instituto Jenner de la Universidad de Oxford. Pero el daño ya estaba hecho. Los argumentos de este estudio fueron y siguen siendo utilizados por los grupos antivacunas.
“La gente pretende que la ciencia funcione de una manera objetiva y certera y la ciencia se va acomodando mientras avanza. Esto es ciencia en tiempo real, lo que pasa es que ahora todos están mirando. La ciencia cambia, se caracteriza por ser dinámica. Lo que sí estamos seguros es que detrás de cada decisión siempre hay un fundamento”, opina por último la investigadora especialista en neurociencias para quien lo más preocupante fue descubrir la existencia de revistas de ciencia “truchas” que publican “papers truchos” pero bajo el mismo estilo y apariencia que los reales.