Pensaba enviar un whatsapp a María. Sin embargo, apenas sentarme para mayor comodidad en el sillón del living y comenzar a escribir, mis ojos se detuvieron en la estilográfica que reposaba, desde mi graduación de bachiller, en un antiguo tintero sobre la mesita ratona. Fue en esa oportunidad que en medio del festejo familiar por el feliz acontecimiento, mi hermano mayor me la obsequió con una dedicatoria escrita en el estuche: “Nunca dejes de usarla Tomasito, escribir es tu destino”, decía. Largo tiempo había pasado sin fijarme en ella, pero ahora que notaba su presencia veía que también ella me miraba y veía su boquita desfigurarse en un rictus amargo que tiraba de sus comisuras hacia abajo. Quién sabe cuántas veces me ha mirado así, con esa angustia, y yo tan indiferente, pensé con algo de culpa. También veía ahora que sus estrechos hombros comenzaban a agitarse convulsionados por el llanto. ¿Y por qué no una carta a la antigua, una carta por servicio postal, con cartero llegando en bicicleta y uniformado con toda la pompa, aunque fuera con barbijo, eh? ¿Por qué no?, pensé, conmovido por las lágrimas de mi Parker que, aunque apenas perceptibles por minúsculas, son, sin embargo, brillantes en extremo. Claro, por qué no un mensaje manuscrito. Enseguida imaginé la sorpresa de María, tan acostumbrada a mis amistosos whastapp. Eso me entusiasmó bastante, y eso que yo no soy de entusiasmarme mucho. Y sí, la verdad es que para lo que tenés que decir nada mejor que el texto elaborado a puño y corazón, exclamé, casi en un grito, golpeándome al mismo tiempo la frente con la palma de la mano. Alborozada, mi lapicera aprobó la idea quitándose y volviéndose a poner repetidamente su capuchón bañado en oro 24, como quien saluda al sol con un sombrero de copa dorado y sonriente.

Es un anacronismo, sí, María, ya lo sé, pero acaso ¿hay algo más apto que una lapicera, un adminículo que parece unirse a la mano que lo empuña y que te deja sentir la sangre fluyendo junto a la tinta? ¿No es algo así como un sexto dedo, la estilográfica? ¿Y no es ese dedo el dedo más ardiente, el que hace latir y respirar a todo el cuerpo en la letra? Cómo podría decirte lo que tengo que decirte si no es posible hacerlo en persona porque estamos lejos y capturados por la cuarentena a la que nos somete este presente pandémico. Sólo un método artesanal como la escritura de pluma en mano puede reemplazar un poco a la presencia cálida del cuerpo. Sí, ya estaba decidido, escribiría mi mensaje a pulso. Me levanté del sillón y fui en busca del cuaderno donde años atrás intenté llevar un diario con la intención de seguir el consejo de mi hermano, pero, como no podía ser de otra manera, el intento terminó en un absoluto fracaso porque nunca pude entusiasmarme con el proyecto. Esa era la razón por la cual el cuaderno estaba casi intacto. Lo abrí en la primera página sin usar, era la cuarta, creo, pero apenas quise trazar la primera letra los saltitos frenéticos que daba mi lapicera, supongo que de pura dicha, me impidieron escribir, así que tuve que arrancar esa hoja arruinada por garabatos, manchones y desgarros y amonestarla con severidad para que me permitiera llevar a cabo el cometido que, ahora, le advertí, nos convocaba a los dos y nos hacía solidariamente responsables.

Esta carta, como lo vengo diciendo, María, te sorprenderá, te sorprenderá el cartero tocando timbre en tu casa en lugar del sonido del celular avisándote que acaba de llegar un mensaje. Recibirás el sobre no sabiendo de qué se trata. Seguro pensarás, en un primer momento, que es una publicidad o un resumen de cuentas del banco, o el reclamo de pago de alguna deuda olvidada, pero luego, al leer tu nombre manuscrito en cursiva y tinta azul indeleble y, más aún, al revisar el remitente, cosa que estoy seguro tu curiosidad no podrá evitar, comprenderás, ya sin lugar a dudas, que soy yo el autor; yo y mi lapicera habría que agregar para ser justos.

Y una vez que hayas rasgado el sobre y que estés por comenzar a leer sin saber aún a qué atenerte, verás, en un instante, que mis primeras palabras serán para decirte cuánto pero cuánto te quiero.