La foto. El embarazo. El “garche”. La toqueteada de genitales. Los gestos. El video. Los carpinchos. El lenguaje no oral. La infectadura. Los twits. El fallido. La candidata en pelotas. La dictadura. La maestra y el alumno. El porro clasista. Los spots. La realidad argentina deambula entre discusiones absurdas que se consumen con la misma voracidad con la que se sacia el hambre con comida rápida al paso. En plena campaña electoral, el debate público en el país parece concentrarse cada vez más en lo periférico y menos en lo central, saltando de un tema a otro con la misma fruición con la que se deglute un cono de grasientas papas fritas. Todo adjetivado al máximo por protagonistas a los que cada vez cuesta más diferenciarlos: lo mismo dan si son dirigentes políticos, panelistas, artistas o periodistas. Discutir mucho, todo el tiempo y sobre todos los temas con la misma efervescencia, ¿es debatir bien? ¿Qué se debate en la escena pública argentina? ¿Lo importante, lo urgente, lo que mide, lo que impacta? ¿Existen los espacios mediáticos para reflexionar más allá del “show”?

La lógica del entretenimiento penetró definitivamente en la esfera pública. La última pelea entre mediáticos o la banalización del Holocausto de parte de un candidato político se “analiza” con iguales recursos. Todo parece caer en la misma lógica: impactar para generar el interminable eco que se produce en toda grieta. Ni la cercanía de las elecciones –salvo contadas excepciones- pudo modificar ese ejercicio en el que sobra la indignación y la chicana, y faltan las propuestas, el debate sobre los temas de fondo que preocupan a buena parte de los argentinos. En las vidas atravesadas por las pantallas, la imagen -lo tangible- asume una fuerza arrolladora que amenaza con anular el mundo de las ideas, las reflexiones o las discusiones de fondo. El debate sobre modelos económicos, culturales y sociales entre los candidatos fue fagocitado definitivamente por la nociva y abusiva práctica de la “polémica”.

En este escenario mediático-cultural, Página/12 invitó a algunas personalidades de la cultura y de los medios para pensar cómo se da el debate en el país, por qué asume determinadas características y quiénes y cómo lo organizan. El abuso de la declaración de impacto, el lenguaje tuitero proyectado a la esfera mediática (en contenidos y formas), la cotidianidad de los exabruptos, las sobre exageraciones que terminan en descalificaciones personales o escenarios catastróficos muy lejos de la realidad (“así empezó el nazismo”, afirmó Mirtha Legrand sobre el gobierno, en una mesa en la que nadie la contradijo) se volvieron moneda corriente. Un ejercicio discursivo tan peligroso como dañino para la conformación de la opinión pública y su dinámica social.

La agenda y su forma

“Uno de los problemas del debate público de hoy en Argentina es que no tiene una agenda común”, afirma el sociólogo Luis Alberto Quevedo, director de Flacso Argentina. “Es muy difícil lograrlo en una sociedad, pero hay países que comparten una agenda. En Argentina hoy es muy difícil pensar que lo que transita en las redes, lo que circula en los medios tradicionales, lo que discute la gente en los barrios o lo que discute la política en las instituciones comparten una agenda. Se ha desenganchado bastante la agenda entre estos espacios. Y el primer triunfo de cualquier estrategia de comunicación es imponer una agenda. Y como se sabe, cualquier agenda que se impone, obtura otras. Cuando leés tres tapas de diarios que hablan de lo mismo, que luego se despliega por buena parte del aparato mediático, hay que pensar qué es lo que se está obturando, qué palabras no están ahí, qué temas no figuran, de qué no se habla. Hay grandes dificultades para tener una agenda común y también hay grandes operaciones para instalar una agenda con el fin de que no se hable de otras cosas”.

Esa disgregación temática de las distintas agendas que hoy circulan en la sociedad (medios/redes/calle/instituciones), sin embargo, encuentra en el sistema de medios tradicionales a un vector que no solo sigue organizando lo “macro”, sino que en su constancia comunicacional le imprime también un tono a la discusión. En lo que se recorta, pero también en la narrativa, se alimenta a la opinión pública mediatizada o, más precisa para estos tiempos, “pantallizada”, atravesada por dispositivos de bolsillo.

“Salvo algunas producciones mediáticas, destinadas a producir un tipo de información y de interpretación más contundente de los hechos políticos, estamos ante un momento de fuerte bastardeo del ámbito público y del tipo de discursividad que se pone en juego”, analiza la socióloga y ensayista María Pía López. “Los medios levantan y expanden aquello que sucede en las redes sociales y, al mismo tiempo, las redes se alimentan de otros tipo de palabras e imágenes que están en los medios, pero también de la malversación de esos discursos, produciendo un estado que dificulta la diferenciación de la ficción y lo que realmente ocurrió”, reflexiona la pensadora.

Si de un tiempo a esta parte el mundo se ve y se discute a través y desde lo que las pantallas muestran, la pandemia terminó por acelerar ese proceso socio-cultural. El encierro al que obligó el coronavirus, la interrupción y/o pérdida del contacto directo con la calle y con los otros, robusteció esa híper mediatización. Tanto en la ciudadanía como también en los tipos de discursos que circulan sin diferencias entre las distintas instancias de la expandida esfera pública.

“El debate puede ser pobre y así se comenta, pero no es aburrido porque se rige por una economía del escándalo, una gestión del odio y una habilitación de la violencia verbal”, afirma el crítico cultural Alejandro Kaufman. “Aun cuando tales características son promovidas en particular por las derechas, son determinantes del clima general. Por otra parte la pandemia sometida a un trato devastador por las derechas no puede ignorarse como una aplanadora respecto de cualquier otra problemática, empeñados como estuvimos hasta ahora en sobrevivir”, puntualiza el profesor universitario UBA-UNQ.

Este escenario de virtualidad, distanciamiento social y pausa social, sugieren los pensadores consultados, es el mejor caldo de cultivo para la proliferación de fake news y el asentamiento de lógicas y lenguajes propios de las redes sociales en el debate público. La discusión se rige por frases de impacto (voluntariamente o no) que los medios recortan para construir una discusión política que se limita al amplificado uso del “tal dirigente cruzó a tal otro”, que a su vez “le respondió a lo que dijo alguna otra”. La argumentación, entonces, queda fuera de foco. Ya ni la discusión de los distintos ”modelos” que propone cada fuerza tiene lugar.

“Sobre ese plano, que tiene que ver con la virtualización plena y la dificultad de construir un orden de la experiencia más directa que nos permita informarnos, es muy peligroso el tipo de acción que en muchos casos cometen las derechas reaccionarias, que tienen formas especialmente agresivas de intervenir en ese espacio, con ataques sincronizados, como el que sucedió con las periodistas que hicieron un trabajo en conjunto respecto de la reacción conservadora, pero que también lo vimos contra dirigentes y militantes feministas. Son campañas de odio destinadas a intervenir en un sentido muy destructivo”, remarca López.

El modo en que se da la discursividad pública, entonces, no solo asume formas propias del entretenimiento. Amparados en la “libertad de expresión” y sin contención cívica, los discursos de odio encuentran espacios para expresarse y retroalimentarse. Sin límites, naturalizados, estimulados y reproducidos, esos discursos no parecen favorecer a la dinámica de un saludable debate público.

“La libertad de expresión –reflexiona Kaufman-, manifestación de derechos civiles decisivos para la convivencia democrática, no obstante procede como una limitación extorsiva que confiere impunidad a comportamientos reñidos con los derechos humanos y civiles. En cualquier narración ficcional de países considerados con vigencia de derechos humanos y pretendidos como líderes en libertad de expresión se suele ostentar una visión crítica o hasta muy crítica de la industria del escándalo, de maneras directas o indirectas. En nuestro país las corporaciones mediáticas, a la sombra de dictaduras genocidas y consentimientos de larga data, se han convertido en detentadoras del pánico moral a inexistentes totalitarismos en favor de una libertad de expresión boba y muchas veces racista, sexista, difamatoria, mentirosa, abusadora, de varias maneras incompatible con la libertad de expresión en la que se pretende amparar”.

Alejandro Kaufman y Pablo Caruso

Los medios y los dirigentes

Uno de los interrogantes que plantea la manera que se da el debate público en Argentina (¿y en el mundo?) es si los dirigentes políticos son rehenes de la lógica de los medios o si éstos lo son del nivel discursivo que circula. Un círculo vicioso que marca el tono de los mensajes, informaciones y discusiones que ocupan horas de TV y radio, además de litros de tinta.

“Pensar los medios por fuera de la política es un error”, dispara Pablo Caruso, co conductor junto a Lucía Trujillo de Desiguales (TV Pública), uno de los pocos espacios televisivos que brinda la posibilidad de abordar distintas problemáticas con tiempo y diversidad de perspectivas. “Si los medios –razona- están muy atravesados por la lógica de la política, creo que primero hay que buscar los problemas en la política y después en los medios. Si la discusión política se permitió arrastrar por la lógica de los chimentos, es porque algo le pasa a la política. La pregunta que debería primar es por qué la política se dejó arrastrar y llevó la discusión a otro nivel”.

El periodista plantea algunas cuestiones que, a su parecer, erosionan el debate público. “Estamos muy atravesados por la lógica del impacto. Creo que es consecuencia del minuto a minuto vinculado a la información y a la noticia. Es hora de plantearse si los canales de noticias y los noticieros no deberían tener prohibido el minuto a minuto. Y lo digo porque desde esos espacios después se derrama la agenda mediática y la manera en que se aborda la política hacia otros formatos. Otro punto que atenta contra el debate es la telenovelización de la política. Me refiero a la política entendida como discusión de nombres propios y trayectorias individuales, y no en términos de los proyectos e ideas de cada uno de los espacios que representan. La descalificación personal, o un episodio determinado, tienen la capacidad de deslegitimar una buena política pública o un interesante planteo de la oposición”, subraya el periodista que también forma parte de Fuego amigo, en El Nueve.

Caruso ejemplifica su crítica a la manera en que se moldea el debate con dos hechos recientes: la palabra “garche” en boca de Victoria Tolosa Paz y la distinción geográfica de María Eugenia Vidal sobre la implicancia de fumar un porro. “Esos dos hechos –analiza- pudieron haber disparado dos discusiones interesantes. Por un lado, la relación entre la política y el goce, de lo que significa tener una mirada más humana de nuestras relaciones, sin caer en la pacatería. Y en la otra, profundizar el debate en torno a la despenalización de la marihuana y las implicancias sociales que eso podría ocasionar. Pero no: lo medios se quedaron en tal dijo tal cosa y tal otra le respondió”.

El periodista y matemático Adrián Paenza fue el conductor de una propuesta que, allá por 2011, intentó desde la TV Pública aportar un espacio reglado para el debate de posturas antagónicas sobre diferentes temáticas. El debate le dio lugar a las argumentaciones y contra argumentaciones sobre el aborto, la minería, las drogas, la eutanasia, el cambio climático y la religión. Una propuesta que desde la pantalla chica buscó hacer su aporte a cuestiones que dividían aguas. Sin gritos ni chicanas. A puro argumentos. ¿Ese es el camino?

"Es obvio –rememora Paenza sobre aquella experiencia, de la que Página/12 fue parte- que nada va a quedar definido en un programa de televisión, tampoco nosotros pretendíamos eso. Pero así como hay lugar para las noticias, el entretenimiento, la ficción, el arte, el deporte, por nombrar algunos componentes de la vida cotidiana, también hay otros temas ríspidos, complicados, que no son binarios. Esto está bien o está mal. Esto es verdadero o esto es falso. Hay numerosos matices a contemplar, posiciones a considerar. Necesitamos entrenarnos en debatir, en escuchar, en aprender a tolerar y a ceder. Aquél programa no cerró ningún tema, sólo pretendió contribuir generando preguntas, y en todo caso aportando algunas potenciales respuestas. Se trató de escuchar a gente que piensa distinto. Vinieron a exponer y a defender sus posiciones, pero no a pelearse ni a gritar. ¿En qué sociedad queremos vivir?, ¿qué queremos ser?, ¿cómo vamos a respetar a las mayorías, pero al mismo tiempo incluir a las minorías? El ciclo fue un debate que debería haber servido para educar nuestra opinión."

¿Y entonces, qué hacemos?

¿Cómo construir una resistencia a ese ejercicio superficial y espasmódico para abordar la realidad? Esa es la gran pregunta que enmarca el debate sobre el debate. Pía López plantea la necesidad de producir otro tipo de objetividad, sustentada en la información y en la recuperación de la racionalidad crítica. “Si no se recupera –postula- tanto la idea de una posible objetividad en la producción de información, como la construcción argumentativa dialógica, con lógicas dispositivas y comprensivas de la razón crítica, es muy difícil que se pongan en discusión cuestiones políticas fundamentales. Que no estemos discutiendo a fondo qué pasa con los humedales, con los efectos del cambio climático en la producción, o el modo en que se producen y circulan esos alimentos, así también como las condiciones de la vivienda y el trabajo… no hay un estado de discusión social sobre estas cuestiones. Discutimos mucho más frases de Milei o traspiés del gobierno, pero faltan estas otras consideraciones, que quizás tengan menos rating y que exigen mucho más esfuerzos, porque considerarlas se disuelve en los campos en los que habitualmente se trazan las diferencias en el espacio político. Nos implica corrernos de lo habitual y pensarnos de otro modo”.

En la misma línea, Quevedo considera que los medios y la dirigencia política deberían volver a reflejar en sus contenidos las inquietudes y preocupaciones de la ciudadanía, lo que sucede en el espacio público. “Las complicidades que tienen sectores políticos con cada uno de los medios de comunicación, delegando a ellos el establecimiento de la agenda, daña la esfera pública política. Los medios se independizan de lo que son los objetivos de quienes gestionan la política y arman su propia zona de intereses y formas de intervenir en el debate público en una sociedad, por fuera incluso de las problemáticas más generales que puede tener un país. Hay temáticas que para los medios son de mayor impacto, venta, simplificación de la realidad, de estigmatización, a las que prefieren por otras que son más estructurales y requieren de otro trabajo”.

 

Al pensar la relación entre medios y política, como condicionantes y conductores del debate social, Caruso no puede soslayar la influencia del devenir histórico político en la región para comprender lo que ocurre en la esfera pública. En su parecer, el debate actual está moldeado por ese contexto. “Me parece que la mayor resistencia debería venir de la política, porque creo que la derecha durante demasiados años no necesitó ejercitar el argumento político. Hasta que llegó un momento en que sus experiencias de gobierno fueron tan nefastas, que cuando en toda la región emergieron fuerzas para argumentar políticamente, la derecha desnudó que no tiene con qué discutir mano a mano y de manera profunda. Entonces, apela siempre a los lugares más disruptivos del debate que del otro lado le proponen. La derecha no tiene capacidad de argumentar en el debate en argentina. Y por el peso que tiene la derecha en los medios, la derecha lleva todo hacia el escándalo y el impacto antes que a aportar a una charla interesante argumentativamente”, concluye el conductor de Que vuelvan las ideas (lunes a viernes a las 16) en la AM750. El debate continúa. Habrá que ver qué formas asume.