Ni aquí ni en ninguna otra parte hubo alguna vez eso que se da en llamar unidad nacional. Las contradicciones, los antagonismos, los conflictos más calientes tejen la trama de la historia humana. Pueden expresarse de muchas formas y sus momentos más felices se logran cuando se discute en democracia proyectos diferenciados que se expresan con pasión, con inteligencia. De inteligencia carecen los enfrentamientos que hoy sacuden tediosamente nuestro país. Siempre hubo enfrentamientos. Pero de mejor calidad. La política debe ser tomada en serio. El que habla es el responsable de la calidad humana y racional de sus palabras. En El Padrino II (la mejor de una trilogía valiosa) un senador se niega a aceptar un pacto con Don Corleone. Al día siguiente despierta en una cama con una prostituta desnuda que ha sido laboriosamente apuñalada. El congresista (y casi todo lo demás que hay en la habitación) está obscenamente manchado de sangre. El tipo grita como un loco, se aterroriza. Y sabe, de inmediato, que la mafia corleonista le ha dejado ese regalo. Es un regalo-advertencia. Que dice: “Te tenemos vigilado, sabemos todo lo que hacés, el próximo cadáver sos vos”. El senador acepta por completo las condiciones de Don Corleone. Esta es una forma –extrema- de hacer política. Podriamos enunciarla recurriendo a esa famosa frase de Clausewitz. Que dice: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Para Corleone lo es el asesinato. Pero no hay grandes diferencia. La guerra es también un asesinato, pero de masas de soldados que mueren sin saber bien por qué.
Aquí, se desarrolla una guerra de baja intensidad. Todavía no hay muertos. Pero el mal clima crece y todo puede ocurrir. Las cercanas elecciones parecieran crispar los ánimos de los candidatos. Se gasta el tiempo en chicanas y en descubrir y exhibir las facetas sombrías del opositor. Hay ejemplos ilustres en nuestro país de hombres que se enfrentaron por medio de las ideas y no de la aniquilación del otro. Alberdi y Sarmiento se enfrentaron utilizando el libro como vehículo de la polémica. Alberdi escribió las Cartas Quillotanas y Sarmiento Las ciento y una. Eran dos hombres inteligentes y sabían que eso, la inteligencia, era el camino más valioso y legítimo para cuestionar al otro.
En nuestro país, entregado hoy al embuste y la difamación, siempre hubo conflictos. Saavedra no coincidía con el jacobinismo de Moreno. San Martín hizo la guerra. Pero fue una guerra de soberanía y liberación. La única causa para justificar una guerra. Lo caudillos federales –en nombre de las provincias- se opusieron a la política de la hegemonía portuaria de Buenos Aires. Fueron derrotados en las guerras civiles y el país quedó en las manos egoístas de la centralidad porteña, que hizo una bella ciudad, no un país. Así, Buenos Aires se adueña de la Casa. La toma para sí. Se asume como el progreso y la civilización. Las provincias son el atraso y la barbarie. Quien visite las provincias escuchará de sus pobladores la amarga frase: Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires. Habrá algunos intentos de tomar la casa. Pongamos, el primer yrigoyenismo. Del que las clases dominantes se libra utilizando al Ejército, con un general fascista a la cabeza y, entreverado con esa turba insurrecta, hay un capitán Juan Perón que aún no ha encontrado su lugar en la historia.
Lo encontrará en la década siguiente y el pueblo verá en él a su representante anhelado. El coronel tiene una compañera. Una actriz vehemente, apasionada, que se muere demasiado joven. Durante su último mes de vida, dicta un pequeño texto flamígero que sólo puede encontrar su antecedente en el Plan de Operaciones de Moreno. Así, en cama, pálida, flaca, muriéndose con dolor, le destina a las clases altas, a los curas y a los militares sus frases más punzantes. Para ella, la historia era conflicto, antagonismo irreductible. Al coronel obrerista lo echan de la Casa con un golpe clerical y militar, con un apoyo entusiasta de la clase media, que ese mismo coronel posibilitó crear. Se desata el gran festival gorila. Llenan la Plaza de Mayo. Están alegres, bulliciosos. Entre los obreros, sordamente, apretando los dientes, se disemina una frase doliente y rencorosa: Cayó Perón, los pobres estamos jodidos. Era cierto. Perón se va y los pobres se quedan para ser pobres de toda pobreza.
Luego vienen los matarifes. Quieren ordenar la Casa para siempre. Llenan los sótanos de cadáveres. Pero está claro hasta dónde pueden llegar los dueños de la Casa si la ven peligrar en serio. A los extremos del horror, ahí llegaron y llegarán siempre que haga falta.
Este país sangriento merece un mayor respeto por las ideas. El pasado todavía es. El siempre presente Mauricio Macri ya anticipó la cercanía de un golpe. Si los del Frente de Todos pierden la PASO, se tendrán que ir. El exacto punto donde se concentra el odio de las clases altas es (de nuevo, como con Eva Duarte) una mujer. Quieren echarla. Presumen que ella no es débil. Que es bien capaz de luchar hasta los extremos. Así, se consagran a agraviarla. Hasta hubo patrón de estancia –atragantado por su odio- que pidió que alguien le pegue un tiro. Hasta los serviles del poder mediático se alarmaron. Sin embargo, ellos hacen fuego cotidianamente desde las pantallas de los medios más poderosos, los que lee “la buena gente”, los que les hacen papilla el cerebro con toda la basura que tiran día a día. Es deseable que no puedan hacer nada. Calma, ciudadanos del Orden. No les tomaron la Casa y los respetan demasiado. No la van a tomar. Acaso porque durante estos tiempos no sea conveniente tomar la Casa sino distribuir más justamente sus riquezas. Pero los ricos no van a distribuir nada. Y los pobres siguen tan jodidos como cuando se quedaron sin Perón en el ’55. Hay que hacer algo. Algo más, más de lo que se está haciendo. Hay que elevar el debate. Basta de frases golpistas. Basta de jueces cómplices que le hacen fácil la vida a Macri. Acaso la pandemia se vaya. Y ahí hay que releer el discurso de asunción de Alberto F. y cumplir con esas promesas. Con la política y la inteligencia, único modo de derrotar al discurso destituyente.