“Trabajamos todos los días para llegar a esto”, dice Maximiliano Espinillo, ganador de la medalla de plata con Los Murciélagos y abanderado en la ceremonia de clausura de los Juegos Paralímpicos. Pero no habla exclusivamente de los entrenamientos en el CeNARD que le sirvieron al seleccionado de fútbol 5 para ciegos como preparación para Tokio 2020.
En su Córdoba natal, mucho antes de ponerse la camiseta argentina y convertirse en el goleador del torneo en la capital japonesa, Espinillo trabajó como vendedor ambulante en el transporte público. A eso también se dedicaban sus papás. De chico, cada mañana salía de su casa en Villa El Nylon, subía al colectivo y ofrecía golosinas.
“Vengo de una familia humilde. Tuve una linda infancia pero la ropa no nos sobraba. Necesitaba plata para comprar botines para jugar. El fútbol siempre fue mi pasión. Me salvó la vida y cumplió mis sueños”, reconoce el delantero de 27 años, una pesadilla para los rivales del equipo dirigido por Martín Demonte en el Aomi Urban Sports Park.
Los siete goles de Espinillo sirvieron para que Los Murciélagos se cuelguen la medalla de plata como en Atenas 2004. Primero fueron dos en el 2-1 a Marruecos, dos en el 2-0 a España y uno en el 3-0 a Tailandia, para ganar el grupo. Después hizo los dos en el 2-0 a China en la semi. En la final, aunque generó peligro y forzó el vuelo del arquero, no se le dio. Brasil se impuso 1-0 en el clásico para adueñarse del oro.
Maxi no ve desde los 4 años como consecuencia de un desprendimiento de retina provocado por un virus. El deporte se transformó en una actividad fundamental y descubrió en el fútbol un motivo de alegría: “Mi papá jugaba en Córdoba. Mi hermano también es ciego, empezó en un equipo y lo acompañé siempre. A los 13 comenzaron los entrenamientos más en serio”.
En el potrero de El Nylon obviamente no jugaba con una pelota con cascabel como la que usa ahora. Con sus primos agarraron una, la metieron en una bolsa y le agregaron piedras, para que hiciera ruido. La primaria en el Instituto Helen Keller le dio armas para defenderse en una sociedad poco amigable para las personas con discapacidad. Y se pasaba el día entero con una pelota.
Luego de sus inicios en la Unión Cordobesa para Ciegos (UCORCI), llamó la atención con la camiseta de Medea y hace tres años se incorporó a Los Búhos, equipo de Santa Fe. “A la Selección me sumé en 2013 y en 2014 jugué el Mundial, el sueño de todo futbolista cuando comienza”, recuerda. Aquel torneo se realizó en Tokio y Argentina también salió segundo, al perder ante Brasil en suplementario.
Después llegaron tantos festejos con la camiseta argentina que no puede asegurar el número exacto. “No sé cuántos goles llevo. Ni idea. Me gustaría saberlo, pero metí muchos y perdí la cuenta”, explica. Sí tiene en su cabeza los más importantes: “El penal contra China por la medalla de bronce de Río 2016 y otro penal contra Brasil en la final de la Copa América 2017”.
¿Qué le genera meter un gol? “Significa concretar no solo mi esfuerzo, sino también el de mis compañeros, los defensores que hacen un quite y los volantes que me dan un pase. Yo pateo con la convicción de que la jugada va a terminar en gol. A veces lo tengo claro apenas le pego. Hay mucho sacrificio y es una gran satisfacción”, admite.
Durante los Juegos lo compararon con Lionel Messi por su habilidad. Sin embargo, nombra referentes en su puesto y se inclina por delanteros potentes. “Admiro a Cristiano Ronaldo, un gran goleador, atleta y completo. De los argentinos me gustan el Kun Agüero, Pipa Benedetto y Wanchope Ábila”, define el hombre que se confiesa hincha tanto de Instituto como de Boca.
Espinillo además se hizo notar en Tokio por los distintos colores en su pelo. Lo tuvo rojo, azul, violeta y marrón. En la camiseta, nada como los colores argentinos, celeste y blanco: “Me da muchísimo orgullo pertenecer a esta Selección. Por todo lo que genera, por su pasado y por su presente. También por lo que va a seguir siendo en el futuro”.
Cosecha paralímpica
A la medalla en fútbol 5 se le sumaron cinco en atletismo, dos en natación y una en taekwondo, para que la delegación argentina de 57 deportistas regrese de Japón con nueve en total. No hubo ninguna de oro pero esa cantidad no se daba desde Atlanta 1996. Y refleja un gran avance en comparación con las cinco acumuladas en Río 2016 con 82 representantes.
En atletismo, el rionegrino Hernán Urra pudo repetir la medalla de plata de Río en el lanzamiento de bala F35 con su último intento, la mejor marca de su vida y nuevo récord continental. La segunda de plata tuvo como protagonista al rosarino Brian Impellizzeri (T37), que ratificó sus antecedentes en el salto en largo y se consagró segundo con su mejor registro.
La primera plata en la pileta fue la de Pipo Carlomagno. El rosarino festejó en los 100 metros espalda S7, marcando un hito para la natación argentina, que no alcanzaba el podio desde Londres 2012 y no celebraba una de plata desde Atenas 2004. En la última jornada brilló el marplatense Matías De Andrade en los 100 espalda S6, después de imponerse en la serie clasificatoria y lograr el segundo puesto en la final.
La cosecha se abrió gracias a la atleta entrerriana Antonella Ruiz Díaz (F41), que compitió en lanzamiento de bala y ganó la medalla de bronce, con su mejor marca. Otro bronce llegó con Yanina Martínez, que nuevamente se destacó en la categoría T36 y subió al podio en los 200 metros, tras la descalificación de la alemana Nicoleitzik. La rosarina había aportado el único oro en Río con su victoria en los 100. Esta vez, en esa prueba terminó cuarta y quedó a tres centésimas del bronce.
Hubo un tercer bronce en atletismo con Alexis Chávez en los 100 metros T36. El pergaminense de apenas 19 años estuvo a dos centésimas de la de plata. Ya había mostrado sus condiciones en los 400 al salir cuarto con récord continental. Más sufrió Juan Samorano, único representante en taekwondo, que le ganó al kazajo Dombayev sobre el final y se adueñó del bronce en el estreno en los Juegos. El hombre de 39 años que vive en Merlo supo reaccionar con una patada ante el bicampeón mundial de la categoría K44 hasta 75 kilos.
En el balance además quedaron buenos rendimientos que por muy poco no se tradujeron en medallas. El neuquino Iñaki Basiloff, que tiene 20 años y nada en la categoría S7, obtuvo el cuarto puesto en dos pruebas. En el agua también se lució la chaqueña Daniela Giménez, en sus cuartos Juegos, llegando a dos finales y cumpliendo su mejor actuación: cuarta en los 100 pecho SB9.
El cordobés Gustavo Fernández había arrancado como uno de los candidatos en el tenis adaptado, pero perdió en cuartos de final del singles y de nuevo se marchó sin la medalla soñada. Inmediatamente puso su foco en París 2024 como todos los atletas paralímpicos. Los Juegos de Tokio 2020 son historia. Hay que seguir trabajando.